Un año de Edificios Emblemáticos de León

De Cervantes se decía que era un gran escritor, pero la gran cantidad de fallos históricos, quizás a veces licencias, que añadía a sus obras lo alejaban de ese concepto de historiador. Yo, sin intención de compararme con el manco, tampoco soy historiador, sino tan solo un humilde escritor que ha pretendido abrirse camino contando la historia de un León que muy pocos conocían.

Hoy hace un año que dio comienzo esta aventura. Y, para festejarlo, les ofrezco un artículo novedoso, con todos los edificios en los que ese Flâneur se ha colado durante estos meses, en el que encontrarán alguna que otra anécdota, fotografías exclusivas y un vídeo inédito que en su día no llegó a publicarse. Para todo aquel que se haya perdido algún episodio, aquí se los pongo en bandeja, sin excusas ya para disfrutar de todos los Edificios Emblemáticos de León.

Como advertía al inicio de este artículo, de los edificios apenas voy a lanzar un breve apunte para contextualizar su ubicación, pues tienen ya varios artículos sobre cada uno de ellos, que bien podrán encontrar vinculados a lo largo del presente artículo.

El Hospital de San Antonio Abad se encontraba a las puertas de la antigua muralla romana. De hecho, utilizaron varias de las piedras de la misma para construir el complejo. Como paseante solitario, que observa las calles de León, desconocía su existencia, pero investigando la ya famosa Imprenta Moderna, encontré información que jamás hubiera imaginado.

Disfruten del vídeo, que sobrevuela, casi en un helicóptero imaginario, lo que entonces fue el gran Hospital de San Antonio Abad, maqueta que hoy pueden contemplar en el Museo de los Pueblos de Mansilla de las Mulas, de la mano de Emilio Salgado Benavides.

Cómo no recordar aquellos días, en los que siendo apenas un escritorzuelo perdido, recorría la calle Hospital, preguntándome cuál sería la historia de aquel precioso pero humilde edificio que era coronado con aquella cerámica que rezaba: «Imprenta Moderna».

El edificio fue construido en 1931, teniendo como promotor a Joaquín Chamorro Cadenas, abuelo de Fernando Chamorro.

Casi aledaña a la Imprenta Moderna, el Roldán, cuyo porte llama la atención a todos los que pasean por Santo Domingo. Una tarde, Fernando me llamó, y me dijo: «Hay vecinos del Roldán que seguro pueden contarte alguna que otra historia». De esa manera, conocí a Octavio y a Perto, a los que les narré con emoción, como casi siempre suelo hacer, el proyecto que me unía a la Casa Roldán. De esa reunión salieron muchas otras visitas, que luego les contaré. La Casa Roldán se levantó siguiendo una arquitectura afrancesada, con unas curiosas mansardas y levantada simétricamente, pues en su centro, una gran pared sirve de espejo para proyectar las viviendas hacia ambos lados.

Pero un informante misterioso, de cuyo nombre no quiero acordarme, comprueben que recuerdo a Cervantes todavía, me dijo: «Oiga, Flâneur, en la calle Teatro hay una historia muy curiosa, investigue, que yo no puedo decirle más».

Y allí me encontré, frente a la Calle Teatro. Bajo su odónimo, una fila de cerámicas con letras, que la renombran como «La Dolorosa». Los seguidores de este periódico ya conocen la historia, pero permítanme que se la desgrane a los que aún no lo hacen: Tras la muerte de Alejandro Morán Robles, todas las cofradías de León rinden homenaje a Alejandro al pasar por delante de su relojería, la famosa «Española», tocando la marcha de la Dolorosa, para recordar su amor por la Semana Santa de León y su afecto hacia la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús de Nazaret. Así nos lo contaba su hijo, Alejandro, y así se lo he narrado también con respetuoso cariño.

Como ya les decía anteriormente, de aquella reunión con Perto y Octavio, que organizó con amabilidad Fernando, surgió la historia de las Casas Gemelas, de Ordoño II. La familia Fernández Peña, que antes había habitado los bajos de la Casa Botines, mandó construir dos casas idénticas. Una la terminaron vendiendo y construyendo, sobre el solar, el edificio adyacente, que contrasta por su estilo con la famosa casa de la Fundación Fernández Peña.

Cómo no hacer una parada ahora por la Bodega Regia, que con tanto cariño me recibieron en aquel frío día de abril. David, con toda su larga lista de contactos, no dudó en decirme: «Aquí hay una buena historia, amigo Daniel». Y yo, que soy un escritor inquieto, decidí comprobarlo. Una pequeña curiosidad, que nunca he contado a nadie. Aquel día, de hace ya una eternidad, mientras esperábamos a Marcos, para que nos contase la historia de la Bodega Regia, decidí realizar una expedición a lo desconocido, ascendiendo, por las ignotas escaleras de caracol, hasta el piso superior del torreón del Palacio de los Guzmanes. Las fotografías que realicé desde arriba, son un tesoro, y pueden conocerlas en los artículos de la Bodega Regia, a la que tanto cariño guardo por su historia.

La vida es inmutable, pero, al mismo tiempo, impredecible, dando vueltas y acercándonos a lugares inesperados. Mientras recorría la historia del Sanatorio Miranda con la vista, no me podría imaginar que la narración de sus episodios iba a despertar la curiosidad en los lectores. Tanto fue así, que el artículo llegó hasta Barcelona, donde el nieto de Miranda leyó mis breves líneas sobre el Sanatorio. De su ímpetu, nació otra historia, separada en el tiempo por meses, que me permitió conocer más a fondo la historia del edificio, visitando lugares prácticamente inaccesibles y agradecido, una vez más a Emilio, el nieto, por su diligente labor.

¡Qué decir de la Casa de don Valentín, que no se haya dicho ya! ¡Qué decir del rascacielos más importante al otro lado del río! Se levantó casi a la par que el Roldán, en la década de 1920 y todavía desde su estructura podíamos ver el edificio original que existía antes del Sanatorio Miranda, pues su panorámica fue espectacular. Reuniéndome con Francisco J. y con Miguel Ángel, descubrí un pasado glorioso, recorriendo la historia del Valentín, así como un sótano antibombardeos que con tanta curiosidad visité. Gracias también a la siempre sonriente, Inma, que me comentó, con ilusión, la magnífica leyenda del edificio, y a Angélica, que me mostró las privilegiadas vistas desde su despacho hacia el Bernesga.

Llegamos a este episodio del Flâneur, al que guardo un cariño especial, pues también surgió de esta investigación, una gran amistad que me une con Jesús Riol, que me abrió las puertas de su casa para conocer tanto el Bar la Barra, como los bajos de lo que siempre fue Cannon.

Aquí disponen de imágenes inéditas, sacadas del Archivo Santos Flórez, en el que también, al igual que en el Archivo Municipal de Julio del Campo, me he pasado horas y horas rebuscando información sobre nuestro León. La primera, nos enseña el interior de La Barra, la segunda, el exterior. Mis favoritas, sin duda, las encontrarán en el grueso del artículo, donde verán las imágenes que Jesús Riol me hizo llegar y que nos ofrecen la época de esplendor del Bar la Barra.

En esta nueva etapa de investigación, tras el verano de 2023, ya llegaba con ganas el Odonista, para duplicar el trabajo y la investigación. Ahora que también, como célula sometida al proceso de mitosis, me subdividía en dos personalidades, una estudiando las calles y otra los edificios, descubrí la existencia, más bien la ausencia, de un gigantesco Monasterio que ocupaba la totalidad del Barrio de San Claudio en León.

Sus leyendas son muy curiosas, pero la que más enternece es la que comparte con San Marcelo y sus hijos, cuyos restos hoy reposan en la Iglesia de San Marcelo, frente a la Imprenta Moderna. Almanzor tampoco supo sobreponerse a la belleza del Monasterio, pues cuentan las malas lenguas que su caballo cayó derrotado por una fuerza divina a la entrada del mismo y que el guerrero le perdonó la vida a la edificación. Duró muchos siglos en pie. Incluso su muralla aún la conocieron los de nuestra generación, que vieron en los setenta y ochenta cómo el barrio crecía para hacerla desaparecer ya por completo.

Tranquilos, queridos lectores, que sus relojes no se han estropeado, es que cuando comienzan a investigar y a leer sobre el pasado de León, parece que el tiempo se detiene. Casi como le ocurrió al Reloj de Santo Domingo, tan famosos para algunos y olvidado para otros. Sus manecillas se han detenido en varias ocasiones, pero su historia, desde sus orígenes a principios del siglo XX, hasta nuestros días, no tiene desperdicio. Sobre todo para esos Flâneurs y Odonistas que caminan por un León que adopta el progreso pero que no se olvida de su pasado.

Otro baluarte de la Plaza de Santo Domingo es La Casa Goyo. Tras la publicación del artículo muchos fueron los que contactaron conmigo para desvelar información complementaria del edificio. Uno de ellos, el ya mencionado Nacho Ciriaco, del que hablaremos después. Otro, uno que no ha salido aún a la luz. Carlos, que con ímpetu me contaba que gran parte de su infancia la pasó en los bajos del edificio, viendo incluso tristes sucesos que marcaron la vida de muchos trabajadores y que, por respeto a la familia, tampoco vamos a comentar. Gracias, Carlos, por compartir un ratito de tu vida con este amante de León y de todas sus leyendas.

Nacho Ciriaco, que me contactó via telemática, me sorprendió con su relación con los protagonistas de mis artículos, asegurando ser el nieto de Ciriaco, el dueño de los almacenes que se ubicaban en los bajos de la Casa Calvo Quirós, que comúnmente luego fue llamada Casa Ciriaco.

El edificio, de Manuel de Cárdenas, resalta por su eclecticismo, que intentó instaurar dentro de la manzana que ya era casi de la autoría del arquitecto. También proyectó la Casa Goyo, promovida por Gregorio Fernández, hermano este a su vez de Ciriaco Fernández. Otro hermano, Hermógenes, tuvo una sastrería que compartía con Ciriaco en la Calle Cervantes. Pero la vida de Ciriaco, y de su descendencia, es mucho más interesante de lo que yo les pueda trasmitir. Por ello, les convido a visitar los artículos sobre la Casa Ciriaco, conociendo así, de la mano de Nacho, la historia de una pequeña parte de León.

Vamos acercándonos a la actualidad, con tres edificios que han marcado la estela que seguimos hoy. El primero de ellos, es sin lugar a dudas, la Azucarera. Era una completa desconocida para mí, pues su arquitectura era compleja, y su historia muy intimidante, pero fueron los trabajadores y los habitantes de aquellas viviendas, los que me demostraron que esta historia había de ser contada.

Gracias al libro de Cony Salomón, a las tiernas palabras de Ángel Cueto, y a J. Carlos Aguilera, su leyenda aún permanece con vida. Y a Antonio Fernández, cuya curiosa historia han de conocer en los artículos dedicados a la Azucarera Santa Elvira. Luego, por ardiles del destino, y gracias a los presentes artículos, descubrí que incluso alguno de mis propios familiares había llegado a vivir en Osma, La Rasa, y otros habían trabajado en la Azucarera. Conocer la historia de León tiene, como supondrán, un efecto mágico en todos nosotros.

En muchas ocasiones había pasado por Padre Isla hasta Renueva percatándome de la inmensidad de la Iglesia de San Juan y San Pedro de Renueva. Pero fue Magín, al que nunca podré agradecer su labor documental, el que me ofreciera los testimonios de aquellos vecinos, que se quejaron en su día del derribo de la antigua Iglesia de Renueva, pues con ello, aparecía también una deuda que debían saldar ellos mismos.

Pero mereció la pena, a juicio del escritor que hoy contempla la maravillosa y enhiesta iglesia, que se yergue hacia el cielo en busca de una eternidad que ya parece poseer. Su curiosa historia me permitió conocer un León dormido, que se levanta para visualizar los Edificios Emblemáticos de su ciudad.

Esta, como ya sabrán, ha sido la última parada de este año en Edificios Emblemáticos. La Casa Lubén encierra una historia fantástica que conmueve por su ternura, por la de Cipriano García Lubén y por la llamativa historia de sus sucesores, que hicieron incluso estremecer a Paco Lobatón.

Especial interés merecen los testimonios de los vecinos, que con diligencia nos han ofrecido. No dejen de mirar al cielo para deleitarse con su cúpula, también obra de Manuel de Cárdenas, que dibujó sobre el papel un León que se irguió a la imagen y semejanza de las grandes ciudades de Europa. Repitiéndome, pero con gusto, agradezco a Jesús Riol, a Marien, a José Ignacio, a Juan Luis y a Camino Álvarez García-Lubén, que con cariño nos ofrecieron una pequeña pero inmensa parte de su pasado.

Parece que puede haber aroma a despedía, pero no es así. Se acaba un año para comenzar con otro. Y el siguiente viene, créanme, muy movido, pues los secretos de muchos edificios serán desvelados gracias al Flâneur, y al Odonista, que investigan el pasado de la ciudad de León.

Ya están conociendo la estatua de Guzmán el Bueno, que tiene un largo recorrido, pero sin duda, es el Flâneur el que más les va a sorprender, pues diseccionará casas como la del Ron, comúnmente llamada la de los Picos, o la Arriola, que guarda una triste leyenda, ya explotada respetuosamente por Julio Llamazares.

También está pendiente esa serie de episodios sobre el Instituto General y Técnico, que por la falta de información me veo obligado a retrasar mes tras mes. Pero, sin duda, habrá una gustosa novedad para todos ustedes, pues de ahora en adelante, y siempre que mi ímpetu me lo permita, les acercaré la historia, poco a poco, detalladamente, con curiosidades, con anécdotas y con secretos, del Edificio Emblemático por antonomasia en León. Escucho sus propuestas en comentarios, donde les tomo como referencia para mis próximas investigaciones. Sigan leyendo, sigan conociendo, y sigan disfrutando con la preciosa historia de la Ciudad de León.

Ya saben a cuál me refiero, queridos lectores. Conoceremos, al fin, toda la historia al completo de la Catedral de León.

• Temas
• Azucarera
• Catedral de León
• Ordoño II
• Santo Domingo
• Edificios