Son las 12 de la mañana. Hora punta para Mari Cruz. Toca acelerar para atender a las decenas de clientes que cada día, ahora solo de lunes a viernes, abarrotan las mesas de este pequeño local hostelero. El olor a tostadora busca camuflarse entre el café recién hecho sin lograrlo. Más de una quincena de clientes esperan su momento mientras la hostelera se multiplica para acudir a cada mesa con su mejor sonrisa.
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Así ha sido el día a día de una mujer que se arriesgó con un León aún envuelto en su capa a finales de los 80 para traer al barrio de José Aguado un estilo de cafetería que vio en el País Vasco y quiso emular en la confluencia con la calle Velázquez. «Este cafetín lo creé yo y yo he evolucionado con él. Han sido 40 años de familia y café», reconoce con orgullo a pocas horas de que cierre la trapa por última vez.
La necesidad de Mari Cruz Martínez de «vivir otra etapa» y seguir evolucionando la han llevado hasta una merecida jubilación. Este viernes servirá sus últimos cafés y se despedirá de un local que perderá el encanto de una mujer «muy maja» que ha hecho de su clientela «una familia», como reconocen muchos de ellos.
Sus raíces hosteleras la llevaron a abrir el negocio en 1987, aunque siempre quiso darle un toque diferencial: el alcohol no tenía cabida en su cafetería. Los inicios estuvieron marcados por otro estilo y nació como como 'Confitería Lilian', en honor a su sobrina Liliana y su pasión por la pintura. «Hacía bocadillos para los niños de las Josefinas -ahora Colegio Leonés 'Jesús Maestro'-; con el paso del tiempo lo reformé y ya solo doy café con unas tapas», explica sobre el nuevo nombre Cafetería Montecelio que tomó de la marca de cafés que tanto le gusta.
Los últimos días tras la barra están siendo de «sentimientos encontrados»: por un lado, la pena de dejar atrás una etapa; por otro, la necesidad de vivir una nueva junto a su marido, maquinista jubilado hace cinco años. «Tenemos muchos planes: el primero, hacer el Camino de Santiago el año que viene. Y después, irnos a Benidorm de vacaciones y andar, que me gusta mucho».
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Los parroquianos del Montecelio ya sabían lo que se encontraban al cruzar la puerta. Además de la sonrisa garantizada de su propietaria, al café lo acompañaba un zumo -hace un tiempo Sanidad se lo prohibiría- y de tapa había para elegir entre bizcocho casero, unas tostadas-sandwich de jamón york y queso o churros de Santa Ana.
La nostalgia invade a los clientes y a la propia Mari Cruz en estos días. «Solo puedo decir que gracias, muchísimas gracias a todos por haberme acompañado tantos años. Sin vosotros, no podría haber salido adelante», reconoce a todos ellos, empezando por los habituales, siguiendo por los profesores del colegios y los trabajadores del centro de salud y acabando por los esporádicos. Para ellos va toda la gratitud y un recuerdo para toda la vida: «Voy a echar de menos a toda esta gente porque a algunas las conozco desde hace 40 años», como es el caso de Paqui Romero y toda la pandilla que componen Celia, Geli, Julia, Delia y Miguel, que se hacen llamar «las chicas de oro» del Montecelio. «Es muy maja, es casi como mi familia. No me importaba venir aunque estuviera sola porque me encontraba a gusto», explica aún sin creerse que su ya amiga lo deje: «A mí me da pena que se vaya, pero tendremos que darle una oportunidad al chico joven que viene», confiesa mientras consume su última «horita de descanso», siempre de 12 a 1, como clienta del café. En este grupo también está su hermana, Mari Ángeles Martínez 'Geli', que muy emocionada aún recuerda el día de la inauguración y cómo toda la familia ha pasado por el local en algún momento.
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La visita «donde Mari Cruz», nombre que usan sus fieles al otro lado de la barra, quedará en su recuerdo y se deberán adaptar a los nuevos tiempos. Y es que no todo son malas noticias para sus clientes porque el Montecelio no cierra y unas manos más jóvenes recogerán el testigo para que el aroma de uno de los mejores cafés de León siga despertando a José Aguado.
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