La primera vez que cruzó el charco fue en el año 1999. Estaba estudiando tercero de Filología Inglesa en la Universidad de León y aprovechó unas becas llamadas 'Destino USA' que le permitieron viajar a la Universidad de Green Bay, en Wisconsin. Ese año, María Bella Delgado se dio cuenta de que su futuro estaba en Estados Unidos.
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Esta leonesa siempre disfrutó con los idiomas, exponiéndose a culturas diferentes y viajar para aprender de otros países. Desde que viajó a América tenía claro que no quería volver a León, aunque tuvo que sellar su billete de regreso.
Terminó la carrera y buscó la fórmula para tomar de nuevo el avión. Y su segunda oportunidad le llegó con un convenio para dar clases de conversación en español en el College of the Holly Cross, en Massachusetts. Regresó otra vez a León y a la tercera fue la vencida. Echó suerte con el Ministerio de Educación y unas becas para tres años que requerían examen escrito, entrevista con americanos y hrabar un vídeo que valorarían los directores de diferentes colegios de Estados Unidos. Y María Bella gustó. Le dieron a elegir entre Illinois, «pero hacía mucho frío», Virginia o Carolina del Norte. Se decantó por la última y en 2017 selló su visado para no volver, gracias a que la directora de su actual colegio en Raleigh -capital del estado- le ayudó a «arreglar los papeles».
18 años después, la universitaria leonesa que había aterrizado en Green Bay había logrado su sueño. El sistema educativo norteamericano fue la principal razón de su amor por Estados Unidos. «En España es todo teoría y aquí es más diálogo, proyectos y compañerismo».
En su colegio actual da clase de español de segunda lengua e inglés para personas extranjeras que están conociendo el idioma. «Tengo un turco, dos árabes, cuatro chinos, un japonés, un israelí y tres hispanos; y es todo maravilloso y aprendo cosas extraordinarias». De hecho, en alguna de sus conversaciones se ha llegado a comparar la compra de un camello con un Tesla.
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Su trabajo le ha servido para ganar el premio a mejor profesora del colegio. Ya el año pasado se llevó uno de la Cámara de Comercio, con un cheque de 1.200 euros. En esta ocasión fue un reconocimiento de alumnos y profesores y, especialmente, de su hijo que le dijo esta frase: «You win everything. Lo ganas todo, mamá». Cree que ese premio es fruto de lo mucho que se involucra con los chavales. «Me encanta el instituto, me gusta que se lo pasen bien y hago clases muy dinámicas y no doy chapas». Para ello basa el aprendizaje en el juego con 'el minuto loco' o 'taco thursday' con sus alumnos de 14 a 18 años. Todo ello en un ambiente «de mucha diversidad».
En Estados Unidos conoció a su marido, americano, en el gimnasio. Se casaron y tuvieron al pequeño Alberto, un niño con la doble nacionalidad -estadounidense y española- al que ha inculcado las tradiciones de su país. «Celebramos el ratoncito Pérez y los Reyes Magos. Vamos todos los veranos a España y hablamos todos los días con mis padres y mi hermana. Si le preguntas como se llama, te responde en español».
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Sin embargo, tantos años en EEUU le ha hecho ver la cara menos bonita de la película. Señala cuatro agujeros negros de su vida en USA: la comida, el transporte, la vida social y el sistema sanitario. Comer sano allí «es carísimo» y todo se mueve en la comida rápida. «Me peleo con mi hijo para que lleve la comida de casa; en el colegio todos los días hay pizza, hamburguesa... No ves unas lentejas en tu vida; y del pescado cocido, olvídate». En cuanto al transporte, reconoce que allí «no camino nada» y todo lo hace en coche: «Cuando voy a España le enseño a mi marido los pasos». Y la vida social en España es muy diferente a Estados Unidos, donde solo se ve con su marido y su hijo: «El niño, cuando vamos a León, lleva la Nintendo y no la utiliza; yo necesito esa vida, a la familia, quedar con unos y salir a tomar algo cuando voy a León». Y, por último, no quiere ni pensar en ponerse enferma allí debido al complicado y caro sistema sanitario. Por ello, disfruta de su tierra natal donde tiene «comida gratis, niñera gratis y hotel gratis. Yo no necesito ir al Caribe».
Cuanto más mayor se hace, más valora tener cerca a la familia. Su hijo es el único nieto de sus padres y se siente «culpable» de que no puedan disfrutar de él más que los dos meses de verano que pasan en León. «Cuando llegó a León no me muevo de casa. Echo de menos el café rico y el pan de León. En León puedo ir caminando a todas partes y hablar con la gente». Y eso le hace tener claro que no quiere morirse en Estados Unidos y sueña con volver a casa en un futuro.
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