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Lugar de devoción, artística y religiosa, la basílica de San Isidoro es uno de esos lugares únicos en la ciudad de León. Enclave repleto de historia y de historias, tumba de Reyes, es también cuna de leyendas.
Una de ellas y una de las más conocidas es la del milagro del sordomudo.
El protagonista de esta leyenda es un joven muchacho, de 15 años, huérfano de padre y madre y sordomudo, que fue apadrinado por un mercader maragato, de nombre Somoza, que le cuidaba a cambió de que el joven hiciera las veces de criado.
Un buen día, ambos emprendieron un viaje hasta León para Somoza cumpliera con una serie de negocios. El joven quedó a buen recaudo - o eso pensaba - en una posada, 'La Nuña' y le advirtió que no saliera de allí hasta su regreso. Máxime en aquel día, en el que había feria, por lo que la muchedumbre podía ocasionar que el muchacho se perdiera.
Nada más que Somoza abandonó la posada, la curiosidad pudo con el joven. Dejó atrás la posada y se lanzó a recorrer las calles y plazas de León, que aún no conocía y llegó a la feria. Decenas de personas recorrían los puestos de la calle Santisidro - hoy El Cid - y, al fondo, se adivinaba la basílica, a la que acudía un importante número de personas.
Caminó, asombrado con todo lo que veía. Sin percatarse de hacia dónde se estaba dirigiendo, entró en el templo y avanzó hasta plantarse delante de altar mayor. Allí, boquiabierto, levantó la mirada y se encontró con San Isidoro, con su mitra de obispo, su sotana y el báculo en la mano.
San Isidoro al muchacho tras obrar el milagro
Y al muchacho le pareció percibir como descendía, con una sonrisa en la cara y se le acercaba. De hecho, así estaba sucediendo, y le dijo: «Tus ligaduras están sueltas. Quedas sano. Da gracias a Dios».
Y el joven comprobó que podía hablar y escuchar, que estaba curado. Exultante y pleno de agradecimiento, salió a la calle para agradecer semejante milagro. Se dirigió a un puesto que vendía cirios y eligió uno para tributar ese sincero agradecimiento a San Isidoro. Pero se percató de que no tenía dinero, así que ofreció a cambio su ferruelo - una capa pequeña - al tendero.
Pero la mala fortuno quiso que un par de alguaciles, que buscaban al ladrón de una prenda similar a la que vestía, aparecieran en ese instante. Apresaron a este muchacho, que fue enviado al calabozo mientras se afanaba en explicar el milagro del que había sido protagonista ante la incredulidad evidente de los guardias.
Mientras tanto, Somoza regresó a la posada y comprobó que sus sospechas se habían cumplido: su ahijado había salido. Se imaginó lo obvio, que había marchado movido por la curiosidad de conocer León. Y preguntó por él, por un joven sordomudo, pero nadie había visto a ningún muchacho así, solamente a un chaval apresado por los guardias que expresaba, en tono alto, algo de un milagro.
Era al único clavo ardiendo al que Somoza se podía agarrar, así que fue hasta el calabozo y habló con los alguaciles. Al escuchar su voz, el muchacho le llamó. Sorprendido, Somoza pidió verle y le abrazó. El joven el explicó el milagro, ante la indecisión de los guardias sobre qué hacer. Optaron por dar aviso a las autoridades eclesiásticas de San Isidoro, liberaron al joven y rezaron ante San Isidoro para agradecerle su nuevo milagro.
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