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Corría el siglo XV. Ser noble, aristócrata de una de las familias más poderosas de León, daba un estatus casi inigualable en estas tierras que hoy conforman la provincia leonesa. Y más en una época donde los enlaces entre familias de alta clase social eran la norma y regla habitual.
Pero el amor de don Suero de Quiñones no pudo ser consumado por una disputa familiar que jamás pudo solucionar. Y es que este noble leonés, uno de los más poderosos en aquella época, sólo tenía ojos para una joven berciana.
Muchas familias, de León, de Asturias y otros territorios cercanos, pretendieron unir lazos con él. Pero no había manera: su amor por esta joven berciana, esquiva y altiva, le tenía obcecado y no hacía caso a ninguna otra propuesta.
Pero estaba siendo una tarea muy complicada. Suero de Quiñones había fracasado en todos sus intentos, así que decidió hacer algo único, un evento que asombrase a todos. Así surgió la idea de organizar las justas del Passo Honroso, sobre el río Órbigo, en 1434.
Acudió hasta Medina del Campo para pedir permiso al rey Juan II. Con una argolla en el cuello simbolizando que era presa del amor, obtuvo la venia regia. Y así organizó este torneo, en torno al mes de junio, con caballeros de todos los reinos peninsulares e, incluso, de otros lugares, como Alemania.
Con más de 700 combates y 166 lanzas rotas, el torneo llegaba a su fin. Pero la tía de la pretendida por Suero de Quiñones, Mencía Téllez, le retó. Sus familias tenían una alta rivalidad, con los Quiñones al alza y los Téllez en declive, enfrentamiento que nació de que el castillo de Trascastro, en primer momento propiedad de los Téllez, acabó en manos de un Suero.
Altanera y arrogante, doña Mencía acudió al torneo. Las mujeres, para participar, debían de dejar sobre el suelo el guante de la mano derecho. Pero ella, desafiante, no lo hizo. Sólo la intenvención del conde de Benavente, Juan de Pimentel, pudo hacerle entrar en razón, comprometiéndose a rescatarla o luchar por ella si era necesario. En la conversación, doña Mencía le explicó los motivos por los que su sobrina no acabaría en los brazos de don Suero de Quiñones, siendo su particular venganza familiar. Pimentel no contaría aquello al joven noble.
Acabó el torneo y Juan de Pimentel y Suero de Quiñones regresaron a León por Carrizo y Montejos con joyas y dinero para entregar a aigos y servidores como recuerdo de aquel evento histórico.
Pero, cerca de Carrizo, don Suero preguntó a Pimentel si consideraba que aquel hito, aquel famoso torneo que había traspasado fronteras, podría darle la mano de esa joven berciana que había robado su corazón.
La respuesta de Pimentel fue sincera y directa: «Ni aunque fueses el más poderoso señor sobre la tierra, cargado de honores y oro, conseguirías nada. Tu dama está ganada por las malas artes de doña Mencía, que venga en ti todas las luchas de la familia».
Esta declaración hizo mella en don Suero, que exclamó: «No hay nada más duro que el corazón de una mujer esquiva». Su desazón se tradujo en un puntapié en el suelo con tanta fuerza que, según cuenta la leyenda, el terreno se hundió tres metros, creando la cueva que hoy llaman 'El puntapié de don Suero'.
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