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La provincia de León no tiene mar, pero en su mitología y sus leyendas aparecen recogida la existencias de sirenas o criaturas relacionadas con el agua.
Una de estas historias tiene lugar en el noreste de la provincia, en la localidad de San Martín de Valdetuéjar. Y esta leyenda, que siempre camina en un filo prácticamente indescifrable entre realidad y ficción, ha sido tan extendida que incluso el templo más representativo de la localidad lo recoge.
Para encontrar el origen de la historia hay que remontarse al siglo XII. Por entonces, en esta localidad existía un monasterio cuyo abad era San Guillermo, figura más que conocida en la zona de Cistierna y Valderrueda.
San Guillermo se estableció en este paraje leonés en su regreso del Camino de Santiago, ruta en la que fue levantando y fundando conventos benedictinos que eran conocidos por la rigidez de sus normas. Los mejores no podían comer carne, ni beber vino y leche durante las comidas, y sólo podían ingerir verduras y pan seco tres días a la semana, según cuentan.
Así de estricta era la vida monasterial con San Guillermo, que en San Martín de Valdetuéjar daba cobijo a peregrinos que se dirigían Santiago de Compostela. Un buen día, durante una importante tormenta, llegaron dos mujeres que pidieron alojarse allí a tenor del temporal que arreciaba sobre la vega del Tuéjar.
Después de descansar un par de días, las peregrinas optaron por divertirse por las noches, bailando y seduciendo a algunos de los frailes de este monasterio. Tras varias noches, San Guillermo comenzó a percatarse de que algo estaba sucediendo, puesto que algunos monjes llegaban muy fatigados a las oraciones de la mañana.
Decidió investigar y, tras dar un paseo nocturno por las dependencias del monasterio, comprobó con sus propios ojos esa relación existente entre varios de los frailes y estas dos mujeres. Para aplicar un correctivo a unos y otras, castigó a las dos partes, pero se ensañó con las peregrinas, a las que convirtió en sirenas del río Tuéjar.
Los monjes, por su parte, fueron enviados a construir una iglesia románica. Para recordar el pecado que habían cometido, les ordenó modelar las efigies de dos sirenas en uno de los capiteles del templo, a modo también de aviso para otros futuros y posibles pecadores.
La leyenda cuenta que, aún hoy, en las noches de luna llena, se escucha el canto de estas dos peregrinas que fueron convertidas en sirenas en el río Tuéjar.
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Fernando Morales y Sara I. Belled
Rocío Mendoza | Madrid y Lidia Carvajal
Álvaro Soto | Madrid y Lidia Carvajal
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