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El reloj apenas había alcanzado las 7 de la mañana cuando los primeros tambores tronaban en San Francisco.
Había ganas, muchas, demasiadas. Tanta espera hervía en el interior de los corazones del León cofrade, de un corazón negro nazareno que estaba a punto de encenderse con las primeras marchas sonando.
Centenares de personas se agolpaban aún de noche a las puertas de Santa Nonia. En la calle, casi todos los pasos se encontraban expuestos, como un museo al aire libre, con el objetivo de evitar aglomeraciones en el interior de la carpa.
La procesión de Los Pasos, al detalle
Rubén Fariñas
Peio García
Los mayordomos y seises se afanaban para reclutar a filas a todos sus braceros. Nada podía fallar en el regreso. Nada falló.
7:10, toque de ronda; 7:15, ante Santa Nonia. 7:30, sin llamamiento a papones, solo se le llamaba a él. Era su turno y León le esperaba. El Nazareno asomaba por la puerta de madera, cruz al hombro completada y tocaba salir. Genuflexión ante su figura, toque de oración y acordes del Himno de España. Las velas lucieron como nunca y las lágrimas se desprendían por el León cofrade.
Hubo más gente que de costumbre en la puesta en escena de la pasión que cada Viernes Santo lleva a la calle Jesús. La espera había sido larga y merecía la pena un buen madrugón para esperar aquello del 'Santa Nonia ya se abre'.
La emoción era insostenible para muchos; otros, con prisas, apuraban el último trago de café y caminaban a paso ligero para ocupar el espacio correspondiente en la procesión. Carreras de última hora, retoques por aquí y por allá. Ajustarse la peineta o atarse bien el zapato.
Santa Nonia volvió a vivir su ebullición, su frío que se vuelve calor en la madrugada de Viernes Santo. León retomó el pulso a su día grande y para cuando el Nazareno ya surcaba San Francisco, más de uno pensó para sí: «¡Que sea enhorabuena!».
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Clara Alba y José A. González
Juan Cano, Sara I. Belled y Clara Privé
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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