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DAVID S. OLABARRI
Sábado, 1 de julio 2017, 18:26
Ildefonso Alanzón estaba sulfatando su campo de cereales cuando empezaron a repicar las campanas de la iglesia de Montuenga. Era el 1 de julio de 1997. Ildefonso sabía que algo importante había pasado: las campanas de este pequeño pueblo de labradores burgaleses, ... situado a apenas 30 kilómetros de la capital, sonaban de esa manera en contadas ocasiones. Recogió las herramientas y volvió al pueblo, donde se encontró a los vecinos celebrando que por fin habían sacado a José Antonio, uno de los suyos, «de aquel agujero».
Han pasado 20 años desde entonces y muchas cosas han cambiado. En Montuenga, como en muchos otros pueblos de Castilla, apenas queda ya una decena de vecinos que resida durante todo el año. Pero Ildefonso sigue trabajando en el campo. «Es ley de vida. Los jóvenes se marchan y los mayores se mueren», sentencia Ildefonso. «Aquí no hay nada que hacer».
En esta pedanía, rodeados de campos de cereales y girasoles, nacieron José Antonio Ortega Lara y sus seis hermanos. Desde que su tía Damiana se marchó a una residencia, ya no queda nadie de la familia que residía durante todo el año. Su primo Lucinio acude regularmente a cuidar de sus tierras. Y José Antonio sigue viniendo muchas mañanas. Aquí se dedica a labrar una pequeña huerta, en la que siembra de todo, y a dar paseos por los áridos caminos de la llanura burgalesa con los que trata de despejar la mente. A Moisés, de 89 años, le sorprende que todavía hoy siga protegido por guardaespaldas, incluso cuando viene al pueblo.
Dos décadas después, la víctima del secuestro más largo de la historia de ETA sigue viviendo en Burgos. Pocos años después de su liberación se mudó a otro barrio con su familia, tal vez por la necesidad de cambiar de aires, pero es difícil encontrar vecinos de mediana edad en Gamonal que no conozcan su terrible historia. «Para nosotros es un héroe. Un referente moral, casi un mártir. Hace no mucho en Pamplona vi una pancarta en la que ponía ‘muerte a Ortega’», subraya Antonio, un vecino que comparte con el exfuncionario de prisiones las profundas creencias religiosas que le ayudaron a salir con vida después de 532 días enterrado en el zulo.
Cuando fue secuestrado, Ortega Lara vivía en el número 62 de la calle Eladio Perlado, una de las principales arterias de la capital burgalesa. Allí sigue viviendo María, que todavía siente el «miedo» y la «rabia» que le produjo saber que uno de sus vecinos, «un buen hombre», había sido secuestrado en el garaje del edificio.
Pero en 20 años la vida da muchas vueltas. El balcón del piso en el que vivía José Antonio -donde se asomaba para saludar a las personas que acudieron a arroparle tras su liberación- hoy es utilizado por Diego, su mujer y sus dos hijas, una familia que compró el piso buscando, precisamente, una vivienda con garaje en «un barrio en el que cuesta mucho aparcar».
El crecimiento de Burgos en estas dos décadas «se ha sustentado, en gran medida, en el desarrollo de Gamonal», que cuenta en la actualidad con cerca de 65.000 habitantes, explican desde la asociación vecinal Las Eras. Muchas de estas personas son nuevos vecinos. Justo debajo de la casa de Ortega Lara abrieron el bar Sabor Latino, un local en el que venden a buen precio platos de frijoles, arroz y patatas. Yenny, su encargada, no tiene ni idea de por quién pregunta el periodista. Lucinio, el párroco de la iglesia de la Antigua a la que acudía Ortega Lara antes del secuestro, también ha cambiado de destino. Pero todavía conserva la botella de vino que el exfuncionario le regaló cuando fue liberado.
No todo ha cambiado en Gamonal. Todavía se puede encontrar el bar Doble J, propiedad de uno de sus hermanos que -confiesa- no quiere saber «nada de todo aquello». En el barrio también sigue trabajando el peluquero Andrés Losantos, la persona que subió a su piso para cortarle el pelo y la barba cuando fue liberado. «Físicamente estaba agotado. Pero supe que se iba a recuperar por la fuerza que irradiaba de su interior», recuerda. Y también siguen al pie del cañón las Abuelas de Gamonal, que durante el secuestro se concentraron todos los jueves en silencio para exigir su liberación. «Aquello nos marcó a todos», explica Basilisa, su presidenta.
Ahora José Antonio vive en el barrio Vista Alegre, más conocido como G3. No suele alternar mucho. A veces se deja caer por el bar Casa Almira para ver los partidos del Madrid. También suele dar largos paseos cerca del río. Y acude, siempre que puede, a rezar a la parroquia del Beato de Rafael.
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