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Imagen de las hermanas Agustinas Recoletas. Lucía Gutiérrez

Las monjas recoletas se despiden tras más de tres siglos: «Nuestro corazón se queda en León»

La falta de «refuerzos» y la edad avanzada de las religiosas obliga a cerrar una historia de fe iniciada en 1663

Domingo, 6 de abril 2025, 09:17

La ciudad de León ha dicho adiós a una presencia que durante más de 350 años formó parte del alma espiritual de la ciudad. Las tres religiosas que integraban la comunidad de las Agustinas Recoletas, la madre priora Beatriz Ofelia Álvarez, la hermana Guadalupe Atalo y Sor Ana María Ponce, han cerrado este mes de abril de 2025 el Monasterio de la Encarnación, ubicado en el paraje de La Granja. El motivo: la avanzada edad de las religiosas y la falta de relevo generacional.

«Yo no me despido. Salgo de León físicamente, pero creo que mi corazón queda aquí», declara emocionada la madre Beatriz Ofelia. «Nunca me he sentido extranjera. Siempre me he sentido en casa. León me acogió como una más».

Para la madre Beatriz, tras 33 años en la ciudad, la despedida no es un final, sino «una continuación del camino por otros senderos». Pronto se trasladará al monasterio de Santa Isabel, en Madrid, una comunidad que le ha abierto los brazos. «La primera vez no llegué donde venía destinada, pero ahora, muchos años después, por fin sí», cuenta con una sonrisa entre nostalgia y esperanza.

«Esta ciudad nos ha dado mucho»

Sor Ana María Ponce

Sor Agustina Recoleta

La hermana Ana María Ponce, de origen mexicano, ha vivido en León los últimos 28 años. Llegó como parte del apoyo de la Federación Mexicana a los conventos españoles, cuando ya entonces se atisbaba una escasez de vocaciones. «Llegué como mexicana, pero me voy sintiéndome tan leonesa como cualquier leonesa», afirma con la voz entrecortada. «Esta ciudad nos ha dado mucho. Ha sido nuestro hogar, nuestra historia y nuestro lugar de oración».

También la hermana Guadalupe, panameña, lleva casi medio siglo en León. «Me costó mucho decidirme. Pensaba que aquí terminaría mis días», confiesa. Finalmente ha optado por trasladarse al convento de Requena, en Valencia, donde ya la esperan otras hermanas que también pasaron por León. «Me llaman y me dicen: '¿Cuándo vienes?'», sonriendo.

Una historia que comenzó en 1663

El monasterio de León ha sido testigo de siglos de historia y fe. Las Agustinas Recoletas llegaron a la ciudad el 11 de diciembre de 1663 procedentes de Valladolid, acogidas por el noble matrimonio leonés Ramiro Díaz de Laciana y María Páez Caballero. Desde entonces, han enfrentado expulsiones, expropiaciones y traslados, pero siempre mantuvieron viva la llama de la vida contemplativa.

Durante la desamortización de 1868, fueron obligadas a abandonar su casa y se refugiaron durante 15 años con las Benedictinas en Santa María de Carbajal. En 1884, adquirieron una nueva sede en la Plaza de Santo Domingo, pero en los años 60 se vieron forzadas nuevamente a trasladarse por el crecimiento urbanístico. En 1967, inauguraron su convento actual en La Granja, donde han permanecido hasta hoy.

«Este edificio se nos ha quedado grande»

Beatriz Ofelia Álvarez

Madre Agustina Recoleta

«Este edificio se nos ha quedado grande. Somos tres, y mantenerlo es casi un despilfarro. Ya no era viable», explica la madre priora, con la serenidad que otorga la fe pero sin ocultar la tristeza del momento.

A lo largo de los siglos, 192 religiosas han formado parte de esta comunidad. Todas ellas dedicadas a una vida de oración, silencio y acompañamiento espiritual. «Aquí rezamos siete veces al día. Toda nuestra jornada gira en torno a Cristo», explica Beatriz Ofelia. «No vivimos en el mundo, pero no nos hemos desentendido de él. Cada llamada, cada petición de oración, cada nacimiento o examen que nos han confiado… todo lo hemos llevado al coro».

«Nos vamos, pero no nos vamos del todo»

Aunque sus cuerpos dejarán pronto León, su historia, su legado y su cariño por la ciudad permanecerán. «Aquí viví, aquí recé, aquí lloré y aquí me sentí querida», dice la hermana Ana María. «Nos vamos en acordes silenciosos, pero con una gratitud inmensa».

«No me voy a mandar sacar el corazón… pero se queda aquí»

Beatriz Ofelia Álvarez

Madre Agustina Recoleta

Los conventos de Madrid, Valencia y Argentina aguardan a estas tres mujeres que, tras una vida entregada a Dios y a León, llevan consigo no sólo una vocación, sino el cariño de toda una ciudad. Como dice la madre Beatriz: «No me voy a mandar sacar el corazón… pero simbólicamente, se queda aquí».

Unas rejas que no separan de la vida habitual

A lo largo de la historia, el monasterio también vivió momentos de cambio en su modo de vida y en la forma en que se relacionaba con el mundo exterior. Algunas jóvenes ingresaban con vocación, pero también por pertenecer a clases sociales altas, y solían estar acompañadas por sus criadas. Estas no estaban obligadas a seguir la misma vida que sus señoras, aunque sí permanecían con ellas dentro del recinto. Fue entonces cuando comenzó cierta relajación en la disciplina del convento: hombres acudían a visitar a las criadas y el ir y venir de personas ajenas a la clausura comenzó a ser habitual. Como medida para preservar la vida contemplativa, fue Santa Teresa quien impulsó la colocación de rejas en los conventos, como barrera física y espiritual.

Hoy, esas rejas siguen presentes, aunque con un significado muy distinto. «Actualmente, las rejas son simbólicas al pasado y a los orígenes, pero no nos separan de la realidad», afirma una de las hermanas. Para ellas, la clausura no es una imposición, sino una elección libre: «Yo no necesito las rejas para poder estar detenida aquí. Aquí nadie me detiene, al contrario».

«Las rejas no son una barrera que separe dos realidades»

Beatriz Ofelia Álvarez

Madre Agustina Recoleta

Recuerda una anécdota que vivió con un estudiante: «Un joven me preguntaba en un colegio que si yo estaba encerrada aquí, y yo le decía que no, que encerrada está una persona presa, que la han metido allí y la han cerrado por fuera. Pero en nuestro caso es muy distinto, porque nosotras hemos solicitado la entrada, y una vez que hemos entrado, la puerta se ha cerrado desde dentro, con nosotras gustosas de estar aquí».

«Las rejas no son una barrera que separe dos realidades, todo lo contrario», concluye, dejando claro que lo que verdaderamente las une a la clausura no son muros ni cerrojos, sino una vocación profundamente elegida y compartida.

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