Entre noticias tenebrosas, dudas aún más tenebrosas y tiempo detenido, en esta cuarentena hay momentos de profunda placidez (sentada al sol y al silencio en mi terraza). Los menos, cierto, pero existen.
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Conviven con tiranteces de todo tipo en las diversas cuarentenas, según ... leo en las redes. Unas, porque las cuentan; otras, porque surgen en directo discusiones grandes por asuntos nimios. Los ánimos se resienten en todas partes, diría. Para nosotros hoy es, en cambio, un día tranquilo. Un día ordenado. Un día normal.
No soy la única en haber reflexionado sobre el presente. Ayer leí un artículo de Antonio Muñoz Molina titulado, justamente, «Presente de indicativo». Una reflexión bellísima, extensa y cuerda. Dice muchas cosas, entre ellas ésta que saco de contexto: «El futuro de las conjugaciones de los verbos queda desacreditado por la incertidumbre […].»
Cierto. Por eso yo asumo en cada presente su valor de futuro y vuelvo a construir el mío. El presente y el futuro.
Me he aplicado la teoría de escoger solo dos rutinas, máximo tres, y cumplirlas. Una es esta de escribir y otra es ejercicio físico. La tercera engloba las tareas de sacar adelante casa-niños-comida-trabajo-salud mental, y son tantas que no las contabilizo. Si alguien echa de menos limpieza y orden, está incluido en el concepto casa.
Además de haber hecho la segunda clase de mi gimnasio online, hoy he combatido las noticias tenebrosas con un enérgico paseo por el pasillo. Niño había sacado a Nala y el pasillo estaba libre. (Paréntesis: Debo decir que Niño, además de supertrasto, es un superNiño. Con una diferencia que debería avergonzar al resto, es el más colaborador de casa. Se ganó a pulso a Nala, no fue un regalo. Es suya y se responsabiliza de ella. También se responsabiliza de las cosas más exigentes – para las fáciles recupera su faceta de supertrasto. En estos días exigentes en los que todos tenemos que estar a la altura, él está a la altura. Fin del paréntesis. Vuelvo al pasillo).
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El primero que me dijo que recorría, reloj en mano para no quedarse corto, el pasillo de su casa fue mi padre. Vive solo y está, por edad, en el grupo de mayor riesgo. Después se lo oí a mi tía, más próxima en edad a mí que a mi padre, que también vive sola y también recorre su pasillo: cinco kilómetros al día. Y a mi primo en cuarentena: cuatro mil pasos al día… en una habitación. Y yo enfadándome por que no me han enviado la bicicleta estática.
Así que esta mañana me aislé de las noticias tenebrosas, de conjugar un futuro de incertidumbre y empecé a andar en presente, a ver a dónde nos lleva. Medí los pasos del recorrido más largo por el pasillo, desde la entrada hasta el fondo de mi habitación, todo seguido. Ida y vuelta, cuarenta pasos. Después se me ocurrió meterme además en la cocina, lo que sumó quince pasos. Por fin añadí una entrada en el salón: tengo un recorrido de sesenta y cinco pasos por vuelta. En cien vueltas (si se cuentan de diez en diez es mucho más llevadero) hago más de seis mil pasos. Más mis clases del gimnasio online. Puro presente en marcha.
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Mañana repito.
Mientras tanto, nuestros sanitarios no han recibido hoy mi aplauso. Las ocho de la tarde me pillaron al teléfono con una amiga cuyo padre, tan abuelo como el mío, está hospitalizado. Escuchaba a mi amiga y el fondo de aplausos, y me daba cuenta de que hay que vivir. Solo tenemos lo que hacemos, no lo que planificamos, así que aprovechemos para hacer. Nuestros sanitarios en los hospitales y nosotros en nuestras casas. Ellos y nosotros, pasillo arriba, pasillo abajo.
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