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Diario de una cuarentena: (Parte XIV)

Diario de una cuarentena: (Parte XIV)

Ninoska Sánchez Alonso

León

Viernes, 17 de abril 2020, 12:04

Ayer hubiera matado al niño. Se portó tan mal, pero tan tan mal que de haber tenido dónde mandarlo lo hubiera puesto en la calle. Maletita y a la calle. Pero la calle es terreno vedado y hay que digerir los desatinos en casa.

No sé vosotros, pero yo en esta cuarentena ando desdoblada. Ayer Niño se negaba a colaborar en algo muy básico de limpieza y gritaba que su hermana no hacía nada; Adolescente gritaba que ella no había hecho nada, que solo estaba en su habitación y Niño gritaba de nuevo que ese era el problema, que ella no hace nada. Nala, la más lista, se fue calladamente a la terraza.

Solución de emergencia: desdoblarme.

Desde una parte de mí veo en cada grito el tiempo acumulado de encierro y temo por el tiempo que aún queda. Intento torear la situación con el capote y pasar a la siguiente página sin sacar los trastos de matar.

Pero desde la otra parte, la de carne, hueso y paciencia finita, ay. Porque los días se nos acumulan a todos, ¿verdad? Así que ayer yo grité también, repartí órdenes y consecuencias y saqué uno de los argumentos inmemoriales de las madres cuando pierden los papeles, la paciencia y la vía de salida: «¡Grito porque me da la gana y aquí mando yo!». Y si no era eso era algo muy parecido.

Para recoser mis dos mitades me encerré por primera vez en mi habitación (¿cómo no se me había ocurrido antes?) y abrí la aplicación del gimnasio online al que me apunté hace unos días.

Magia.

Sesión de principiantes de hipopresivos más sesión de principiantes de pilates. Todo en el espacio una alfombrilla en el suelo. En total, unos 45 minutos durante los cuales oía a Niño y a Adolescente… ¡reírse tranquilamente juntos! Si no hubiera terminado yo tan relajada los hubiera matado entonces.

Como he dicho ya tantas veces, y cada vez es verdad, el confinamiento ha eliminado la distancia geográfica como factor de cercanía, así que no tiene nada de particular que la amiga que me desdramatizara la situación viva en Tarragona: «los hijos son esas personas que están siempre en la peor edad». Lo del peor momento ya lo añade la cuarentena.

Por la noche, desde la cama en la que duerme su infancia, Niño me dijo: «hoy he tenido un mal día», y yo guardé cuidadosamente la muleta. El capote no, porque esta lidia no se termina. Pero cerrar un día, aunque haya sido malo, abre la esperanza a uno nuevo, sin rencores, en blanco.

Hoy voy a empezar el «Mientras tanto, nuestros sanitarios» un poco antes y voy a atreverme a ponerme un instante en su lugar. Si yo a veces tengo que desdoblarme para sobrellevar algunos momentos domésticos del confinamiento, no sabría imaginar siquiera el minuto a minuto de su día a día. Porque ellos, después de esas jornadas, de esos turnos dobles, vuelven a sus casas.

Lo repito: después de dejarse la piel y la salud en los hospitales, vuelven a sus casas, a sus familias confinadas a las que no quieren contagiar, pero lo temen. A familias que habrán tenido sus propios días buenos o malos, y que empiezan los siguientes con la repetida ausencia de esos sanitarios que ya no son suyos sino nuestros.

Pues bien, si esos sanitarios se desdoblan por unos momentos y bailan, o aplauden las curaciones, o agradecen desde los hospitales que nosotros los homenajeemos unos de minutos a las 8 de la tarde, yo los acompaño y bailo y aplaudo con ellos. Quizá sea lo único que pueda compartir de su vida, que salva las nuestras.

«Nada humano me es ajeno» sigue vigente en la vida de «ahora», y esos momentos anecdóticos de descompresión, en los que comparten su parte humana, porque la profesional es en este momento sobrehumana, los recibo como un regalo añadido y los escucho y aplaudo como público.

Sanitarios, sí, os vemos. Sabemos que estáis ahí y recibimos cada una de vuestras señales. Ojalá pudiéramos hacer algo más que aplaudiros.

#yomequedoencasa y me desdoblo las veces que haga falta.

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