Hoy comemos restos, me dije esta mañana. Me lo dije al despertarme antes de las seis, agobiada por el día que me esperaba, y se lo confirmé a una amiga que me decía lo mismo poco antes de las nueve. Y a una ... tercera, que también comía restos. Con una mano preparaba el desayuno porque empezaban las clases online de los niños y las mías y con la otra sujetaba el móvil mientras dictaba whatsapps.
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No da tiempo, no da tiempo.
De las grandes frases públicas agradeciendo el esfuerzo de transformar la actividad presencial en teletrabajo solo es cierto el esfuerzo.
El esfuerzo sí existe. Mucho. Esfuerzo voluntarioso, ignorante de que la situación es otra, de que cuando se dice «teletrabajo en la medida de lo posible» se acepta sustituir la realidad por el deseo de que sí sea posible.
Pues bien, no lo es.
Las tareas escolares online son para pegarse un tiro. Si un niño necesita un profesor para aprender y va al cole con ese profesor, pues lo siento, pero no puede cambiar de la noche a la mañana y aprender sin su profesor, sin sus amigos y con el contexto de la escuela trocado en un escenario de preocupación y de excepción (iba a decir un escenario de preocupación y muerte, pero ya me encargo yo de que los aplausos de las ocho parezcan una fiesta).
No se puede, así que la madre, o los padres, fingimos convertirnos en profesores de nuestros propios hijos, pero no lo somos. Para los deberes, pues aun. Un fin de semana, vale. Pero de manera continuada no se sostiene la pantomima. Porque además tenemos que teletrabajar.
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«En la medida de lo posible».
Mon oeil, que se decía en el país de donde vino mi castañuela.
Acepto pulpo y teletrabajo si me inventan rápidamente la teleconcentración. O los teleniños, porque los niños presenciales combinan mal con el teletrabajo.
Los niños presenciales tienen tareas presenciales.
Los niños presenciales comen comida presencial, y además cada poco.
Los niños presenciales levantan sus ojos de niños a sus padres presenciales y en ese momento el teletrabajo se telealeja.
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En fin, el desahogo fue por la mañana. Ahora ya están mis clases dadas y las suyas recibidas «en la medida de lo posible» (me parece que voy a adoptar ese entrecomillado como la segunda frase de moda. La primera es, desde luego, «cuando todo esto pase»).
No soy científica, lo cual en esta guerra me reduce a la condición de soldado raso a las órdenes, y cierren filas. Por ello sigo afanándome en conservar la calma, el humor y las fuerzas y en no convertirme en una telepresencia para los que más me importan.
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Pero se me van acumulando razones para ponerme muy seria, y muy presencial, «cuando todo esto pase».
Mientras tanto me pondré a cocinar para tener restos, porque los de ayer -riquísimos- nos los hemos comido.
Y voy a preparar mi castañuela, que en un rato son las ocho.
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