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Diario de una cuarentena: (Parte II)

Diario de una cuarentena: (Parte II)

NINOSKA SÁNCHEZ ALONSO

León

Martes, 31 de marzo 2020

De calendarios, orquestas, guerras, resistencias, esperanza y mucho agradecimiento.

Buenos días, en el día…depende.

... En el día 13 desde la suspensión de las clases, o en el décimo de confinamiento en España, o en el cuarto, creo, de confinamiento en Francia, etc.

Los calendarios se han reseteado, los de todos.

Las grandes diferencias son nacionales. En España estamos en el día 10 de confinamiento, los italianos van una semana por delante y los franceses una por detrás.

Cada calendario es casi idéntico en su ritmo interno, pero si intentamos unirlos suenan desacompasados. Como una orquesta en la que cada instrumento tocara una misma melodía, pero empezando con unos compases de diferencia. Sin terminar de comprender que se trata de la misma partitura. Y sin director.

A nivel personal sucede lo mismo. Hay calendarios.

Yo vivo en el de la suspensión de clases, lidiando con las online. Vivo el confinamiento como mi rol en esta guerra, consciente de que es un rol muy ligero y consciente sobre todo de que estamos en guerra. Así que cierro filas.

Cierro filas y me dispongo a resistir.

¿Resistir?

¿Resistir frente a qué? En medio de una guerra que libran en primera persona nuestros sanitarios, ¿cuál es nuestra resistencia? ¿Quedarnos en casa? No parece mucho. Salvo por los calendarios, que se detienen. Todos.

Quedarse en casa suma muchas veces el mismo día, el mismo desgaste, la misma angustia de ver la vida desde lejos. Y de ver desdibujarse para muchos la puerta de salida. ¿Qué mundo encontraremos tras esa puerta?

A todo eso, creo, resistimos.

Resistimos a la repetición ciega y a la incertidumbre.

Resistimos a las dudas individuales, aunque sean las nuestras, oponiendo confianza colectiva.

Oponiendo esperanza.

Quiero ayudar a construir esa esperanza, defenderla.

Quiero combatir la repetición del mismo día con rutinas nuevas, fabricar un calendario efímero que identifique los días no por sus nombres, que también se desdibujan, sino por lo que descubrimos en cada uno de ellos. Una de las sorpresas del confinamiento es que el tiempo cambia la mirada y se ven, se descubren, muchas cosas nuevas.

Quiero reducir distancias. Las físicas son ahora insalvables, todas. Las grandes y las pequeñas. Pero curiosamente en todas ellas la vida es más igual que nunca y podemos compartirla, la de lejos y la de cerca.

Quiero, en suma, ser consciente de los muchos elementos que tenemos para construir la esperanza. Y defenderla del miedo.

A veces bromeo pidiendo que en mi epitafio pongan dos frases, y las dos vienen al caso ahora.

«No hay que tener miedo» y «Nadie hace nada solo». (la de buscar las llaves también me define, pero no quiero que me acompañe más allá de lo que yo dure).

No hay que tener miedo, porque el miedo mata la esperanza, y sin esperanza no hay futuro, o el que llega nos es sobrevenido y ajeno.

Y nadie hace nada solo. Ahora menos que nunca.

Ahora trabajan juntos, en una medicina de guerra que salvará a muchos, nuestros sanitarios. Asumiendo riesgos todos ellos a pecho descubierto, literalmente. Para ellos cualquier gratitud se queda corta. Toda mi confianza, que proclamo e invito a proclamar también todos juntos.

Tampoco nosotros haríamos gran cosa solos. Estamos aislados, sí, pero juntos en una sociedad que saldrá adelante unida. El confinamiento es tarea común y solo existirá, solo funcionará si cada uno, todos, nos aplicamos a esta tarea común.

Escribo esto a lo largo de un día en el que estoy viviendo la única distancia para la que no caben palabras, la de la despedida.

Estoy viendo el raciocinio de quien ha aceptado que debe permanecer en la distancia mientras muere su marido, su padre. Me imagino que cuando pueda reunirme con ellos, «cuando todo esto pase», aterrizaremos en lo que hay detrás de la puerta de salida y lloraremos lo pasado al mismo tiempo que construimos un presente que será probablemente distinto.

Quizá por esa despedida imposible esté escribiendo ahora estas palabras, una conversación al aire como las que se producen a veces en los velatorios. No dejan de ser momentos de impulso de la vida, que tiene que continuar. Juntos, sin miedo, con esperanza.

Mientras tanto valoro y aprovecho los buenos momentos que se también producen en el confinamiento, y los disfruto.

Muchísimo.

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