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Cuando tenía dos días de vida, Agustín Molleda (Bercianos del Real Camino, León, 1949), «hijo de soltera, con lo que aquello suponía en un pueblo», fue llevado por su abuelo al Hospicio Viejo de León y ya no volvería a saber nada más de su ... familia hasta rozar la mayoría de edad, cuando buscó a su madre «sin ningún rencor»: «Siempre entendí que ella no tenía la culpa de nada». Porque «la única culpa del infierno» que vivió durante diez años «fue de unos curas que no eran curas: eran auténticos salvajes».
La pesadilla comenzó cuando Agustín tenía seis años y fue trasladado a la Ciudad Residencial Infantil San Cayetano, a pocos kilómetros de León capital, un orfanato regentado por los Terciario Capuchinos -llamados amigonianos-, donde -según denuncia- sufrió abusos físicos y sexuales entre 1955 y 1965 a manos de varios sacerdotes cuyos nombres y rostros jamás ha olvidado: «Eso no se olvida».
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Antonio Paniagua
«Nos castigaban sin comer y sin cenar, nos sacaban al patio a hacer gimnasia por la mañana en camiseta interior a diez grados bajo cero, nos daban palizas por cualquier cosa hasta que llegamos a interiorizar que éramos malos... Era un régimen militar que incluía patadas y puñetazos», asegura.
Un viacrucis orquestado por unos hombres que, «más que hombres, eran bestias», y que provocaron que tanto Agustín como sus compañeros viviesen su infancia en permanente estado de alerta, aterrorizados: «Eras un guaje y nunca sabías lo que te iba a pasar cada vez que se te acercaba alguno». Prácticas que -según su testimonio- dejaron cicatrices irreparables en muchos: «Se metían en nuestras camas y, si llorabas, te pegaban una paliza, así que era mejor no resistirse. O nos metían en cuartos para masturbarnos».
«Hubo uno, el peor de todos, que jugaba al fútbol sin ropa interior debajo de la sotana y se restregaba contra nosotros». El mismo que, un día, lo llevó a una de las habitaciones y se quitó la ropa: «Tuve la suerte de que, justo en ese momento, lo llamaron de dirección, así que me libré».
Con el correr del tiempo, Agustín Molleda -que ha relatado el calvario en dos libros y prepara un tercero- se estableció en Gijón y llegó a dirigir una compañía de seguros. «Sin traumas, porque siempre entendí que mi vida era más importante que lo que nos pasó», pero con la rabia intacta: «Ya era hora de que se abriese esta investigación en este país, algo que nunca hubiese pasado con el PP gobernando».
A «los obispos que estos días se han dedicado a culpar a la ideología de género y a una pornografía que de aquella no existía» de la ignominia y «a decir que la pederastia es un mal de toda la sociedad» -ayer fue el de Toledo- los despacha con tres palabras. No necesita más: «Sois unos sinvergüenzas».
Agustín Molleda nació en Bercianos de Real Camino (León) en 1949 y debutó como novelista con Lo que anduve y dejé a los márgenes (2013), la historia novelada de un peregrino por los distintas rutas jacobeas, a la que le siguieron E-83 San Cayetano (2013), que marcó el inicio de la saga «San Cayetano», donde narra las terribles vivencias de los huérfanos acogidos en la Ciudad Residencia Infantil San Cayetano de León durante los años 1955-1965, Anjara (2015) y Extramuros San Cayetano (2015). En El Viacrucis de Katharina describe el devenir de una muchacha alemana que elige las procesiones de la Semana Santa de Sevilla y la romería de la Virgen del Rocío como punto de partida para su tesis de fin de carrera.
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