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A pedal, con bombona de butano y dándole forma a ojo de buen cubero. Asomarse a la avenida de la Constitución de Sahagún tiene garantizado un olor que alimenta.
Desde hace siete años, un par de cuñadas ponían en marcha un pequeño negocio familiar que ha ido creciendo gracias a rescatar una receta de toda la vida para crear algo tan sencillo, y complejo a la vez, como es una galleta.
La publicidad la tienen gratuita, como reconocen los vecinos de la zona. Pasear cerca de esta tienda es garantía de casi saborear la vainilla que se escapa por la ventana entremezclada con la pizca de canela que le da el toque final a la galleta Sahagún de Hierro. Todo un emblema ya de esta villa.
Su elaboración no puede ser más artesana, como reconoce María Natividad Álvarez, que no abandona la plancha de hierro que pisa una y otra vez para que la galleta no se quede poco hecha ni se pase.
Ella lleva cuatro años fabricando un dulce «que se hacía ya en tiempos medievales» y que antaño tenía un sistema más rudimentario y lento: unas tenazas que solo permitían asar de una en una. Los avances permiten ahora hacer de docena en docena, nada de cantidades industriales, y eso ayuda a darles ese carácter especial forjado a hierro.
«Esto es una galleta típica, artesana y natural. No llega nada de colorante ni otros ingredientes». Solo es necesario huevo, harina, azúcar, vainilla, mantequilla y canela. Y mucha maña para ir recogiendo cada pelotita de la masa y pasarla por el fuego. «No son exactas todas, mentalmente la ves en la mano y sabes lo que tienes que coger», explica esta repostera. Cada una tiene su propia «táctica», explica. Ella prefiere un fuego más alto e ir de diez en diez, sin hacerlas todas a la vez. Va metiéndolas y sacándolas en función del tueste que alcancen, y alguna quemadura ya se ha llevado en estos años.
El pedal permite que el mecanismo no sea tan costoso físicamente, aunque permanecer de pie junto al hornillo durante todo el día también agota. «Parece fácil, pero no lo es. No puedes moverte de aquí. Si quieres ir al baño, tienes que apagar; si viene algún cliente, a veces le haces esperar», confiesa Nati sin parar de revisar las galletas que está cocinando y dándole de vez en cuando a la pierna.
Ella ya no nota el fuerte -y rico- aroma que desprende el proceso de fabricación. «Me dicen que huele en medio pueblo. Abrimos la ventana y nos dicen que es publicidad», bromea. La vainilla se deja sentir, aunque la que está en el fuego no lo distingue. «Huelo más vuestra colonia que la galleta».
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Y el secreto del éxito de esta galleta Sahagún de Hierro está en tener un bajo grado de dulzor. «Te comes una y te apetece seguir comiendo. Nos dicen que engancha porque, como no es muy dulce, abren el paquete y se comen una tras otra», explica.
Ella, junto a Pili Castillo y Mari Ángeles Antón, pasan el día haciendo pelotitas y tostando la masa hasta darle el toque ideal. Hasta 800 galletas diarias se elabora en estos hierros que han dado nombre a un producto que ya es reconocido en Sahagún y en buena parte de la provincia de León.
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