Secciones
Servicios
Destacamos
Con alegría y regocijo paseaba yo un día por mi querido León, visitando los monumentos arquitectónicos sobre los que ya he escrito cientos de líneas, cuando me asomaba, con cautela, a una idea nunca antes explorada.
Llegué a la plaza de Guzmán el Bueno y recordé mi investigación sobre el Sanatorio Miranda. Su historia, sus leyendas y su arquitectura, pero también vino a mi mente cuán difícil me resultó obtener información sobre el edificio. Me doy cuenta, ahora que miro su estructura, que posee una maravillosa terraza a la que nadie puede acceder y me pregunto quién habrá tenido, en su día la oportunidad de pasear por los espacios prohibidos de los edificios más Emblemáticos de León.
Mientras me doy la vuelta y me pierdo en la ensoñación, que es siempre la causa de mi profunda sensibilidad hacia esta ciudad, detecto cómo mi teléfono móvil comienza a vibrar. Cuando lo tengo en la mano, observo que el número me es desconocido y, como comprenderán los lectores y lectoras, no cabía otra posibilidad que la de responder al amigo fatuo, el destino.
¡Qué sorpresa al comprobar que al otro lado de la línea, no solo vivía un admirador de mi trabajo, sino un auténtico habitante de ese pasado al que siempre hacemos referencia con cariño! Era Emilio B. Miranda.
«¡Espera, querido Flâneur! ¿Hablas de Emilio Miranda, el doctor y dueño del famoso Sanatorio Miranda?»
No, amables lectores, se trataba de su nieto, Emilio Batista Miranda, que, emocionado por la importancia y la contundencia de los artículos, había alcanzado un objetivo en el cual yo había fallado tiempo atrás: ponerse en contacto conmigo. «Hola, Daniel», me dijo Emilio. «Soy el nieto de Emilio Miranda y te voy a contar todos los secretos del Sanatorio Miranda».
Emilio González Miranda, que es el protagonista oficial del presente artículo, corolario de todos los anteriores referentes al Sanatorio, estudió fervientemente Medicina para convertirse en uno de los mejores especialistas de León. Su tesón se tradujo en que, años después, sería seleccionado como el mejor doctor de la ciudad, escalafón que luego perdió, otorgándosele a un médico externo el placer de ser el primero y siguiéndole a Emilio el famoso doctor Hurtado, que ocupaba el número 3.
Como curiosidad, Emilio González Miranda estudió Medicina en Madrid, acabando sus estudios en 1915. Entre sus profesores estaba el que fue premio Nobel de Medicina en 1906, Santiago Ramón y Cajal. En la década de 1940, años antes de que Emilio falleciese, este asistió a una gran fiesta en la que se le rendía homenaje al famoso doctor Ramón y Cajal.
Pero la ambición de Emilio G. Miranda iba mucho más allá, y no deseaba poseer los conocimientos más superficiales, sino profundizar en ellos, ahondar en la medicina humana y conseguir ser un buen doctor para sus pacientes. Por ello, acudió, como muy pocos lo hacían por aquel entonces, a París, a realizar unos cursos que le sirvieron para traer a España la moderna medicina francesa.
Le observamos, rodeado por un círculo rojo, en la Facultad de Medicina de París, en el Clínico Ginecológico del Hospital de Broca, hace la friolera cifra de 98 años, en 1925, con sus compañeros de estudios y posando para la fotografía que su nieto hoy comparte con todos los lectores del periódico.
A su vuelta a León, y aunque él vivía en la antigua calle Sierra Pambley, decidió gestionar la apertura de su primera clínica. Para ello, utilizó la buhardilla del edificio que aún ocupa el número 28 de la Avenida San Marcos. Allí, con tan solo cinco o seis camas, Miranda desarrolló su actividad hasta que, en 1930, adquirió unos terrenos aledaños a la plaza de Guzmán el Bueno, erigiéndose allí, un año después, el eterno baluarte de la familia Miranda.
Pero Emilio G. Miranda nunca estuvo solo. Le acompañó, durante su juventud y hasta su muerte, la figura de su mujer, doña Manolita Díez Canseco. Dice Emilio, el nieto de ambos, que Manolita era una mujer con mucha personalidad y que, aparte de ser enfermera, también fue famosa en la época por hacer el saque inaugural de la querida por todos Cultural y Deportiva Leonesa en 1923.
Como ya conocen ustedes la historia de la Casa Miranda, por los anteriores artículos, permítanme saltarme los prolegómenos y resumir, directamente, lo que aconteció entonces para acercarnos a las curiosidades y secretos de la familia. Emilio G. Miranda encarga el proyecto del Edificio Miranda a Luis Aparicio Guisasola, quien se encargaría también de la construcción de nuestra querida Imprenta Moderna. En 1931, se inaugura el Sanatorio Miranda y, por consiguiente, también el Edificio de la Imprenta Moderna.
Noticias relacionadas
Daniel Casado Berrocal
Pero es importante resaltar, que para dirigir un Sanatorio, que constaba de una planta dedicada exclusivamente al cuidado de pacientes, un solo doctor y la enfermera que era su mujer no se podrían bastar para desarrollar todas las funciones. Por ello, movidas por la caridad, las hermanas monjas, Siervas de Jesús, ayudaron a Emilio a prestar cuidados a los enfermos desde el mismo momento en el que el Sanatorio comenzó a funcionar hasta su cierre a finales del Siglo XX, acto que las ennoblece y que Emilio, el nieto del fundador, señala como encomiable, agradecido por su ayuda.
Por lo tanto, en 1931, el Sanatorio Miranda abrió sus puertas al mundo, ofreciendo sus servicios a todos los miembros de la capital leonesa que, en algún momento, precisasen de los cuidados de los doctores.
Para promocionar su apertura, para que todos los oriundos supieran que el futuro había llegado a León y que un joven médico inauguraba el Sanatorio Miranda, se encargó a una imprenta realizar un folletín que publicitaba los servicios de la clínica, poniendo como subtítulo al de Sanatorio, el de Clínica de Maternidad del doctor Miranda, pues aunque en aquella época no existían como tal las especialidades, Emilio se había informado sobre dicho campo y había acudido a París a realizar los citados cursos.
Entre los productos que se ofertaban en el panfleto, cabe destacar la cirugía general, medicina interna, la ginecología, la traumatología, gastropatología, urología, etc. Atendían de urgencia, y disponían de todo el material esterilizado que poseía garantía de salubridad. Declaran, también, que contaban con una famosa lámpara (llamada Panthos) y que permitía a los cirujanos operar sin sombras a cualquier hora del día. Como colofón, confirmaban que también podrían realizar trasfusiones de sangre y disponían de estancias especiales para el tratamiento de enfermedades infecciosas.
Pero, un detalle llama la atención de este avispado lector, ya convertido en el Flâneur de León. En el dorso del folleto, que observarán en la fotografía superior, podrán comprobar el nombre del doctor ayudante de Emilio Miranda. Su nombre quizás no nos suene, pero sus apellidos sí nos son familiares. Resulta que Carlos Aparicio Guisasola estaba emparentado con don Luis Aparicio, arquitecto del edificio. Más abajo, al final de la cuartilla, una empresa que firmaba la impresión del documento; cómo no... La Imprenta Moderna.
No se sabe a ciencia cierta, pero se cree que Emilio G. Miranda sufrió represalias por sus pensamientos políticos. Debido a la crudeza de la época, entiendan ustedes que nos hallamos al comienzo del conflicto que separará a las dos Españas, Emilio recibe una cuantiosa multa de 50.000 pesetas por su conducta contraria al Movimiento Nacional, y enemigo de la Causa de España. Sabiendo hoy como sabemos la seriedad de estas cuestiones, Emilio G. Miranda tuvo la suerte de, aun sometido a la común represión política, sobrevivir y ser castigado con una multa.
Pero el castigo a Miranda no fue tan solo económico, sino que la sociedad leonesa, como consecuencia de su falta de apoyo al régimen, eliminó al Sanatorio Miranda de las listas que conformaban los espacios dedicados a la atención médica de aseguradoras como la que hoy nos ocupa, la Caja Nacional. De esta manera lo relata él en una carta enviada al director de la Caja Nacional del Seguro de Enfermedad allá por 1947, meses antes de que falleciera. En ella, expone su descontento con la decisión y asegura que la Caja ha contado con el primer y el tercer médico en el escalafón profesional, habiendo dejado fuera al segundo, él mismo, por motivos ajenos a la medicina.
Desconocemos las causas, aunque quizás esta presión política y social fue el germen que determinó su marcha, pero el 8 de julio de 1947, Emilio G. Miranda fallecía, dejando el Sanatorio a pleno rendimiento en manos de su mujer, y de la cuñada de esta, quien acudió a León para ayudar a Manolita a buscar un rápido sustituto para el doctor Miranda. Mientras eso ocurría, el Sanatorio siguió funcionando, y prueba de ello son estas instantáneas, cedidas por Emilio, del interior de dos estancias del edificio.
Vestigio de que encontraron sustituto, nos lo aporta este documento, fechado pocos meses después de la pérdida del doctor, en el que se avisa al lector de la inminente restructuración del Sanatorio Miranda. Amén del cirujano general, el Dr. Castaño, hijo del Alcalde Miguel Castaño, precisaban de especialistas que pudieran poner al servicio del enfermo su talento. Por ello, en el pliego, se comunica a los ciudadanos que no teman por la falta del doctor Miranda, pues se ha suplido, laboralmente, con varios profesionales. Además del Dr. Castaño, se incorporaron el Dr. César Llamazares (medicina interna), el Dr. Ramos (Traumatología), el Dr. Garnica (Ginecología) y el Dr. Roa (Urología). En ese equipo merece una mención especial el Dr. Sexmilo, radiólogo y radioterapeuta: su hijo arquitecto, Carlos Sexmilo, desde los años 90 del siglo XX, se encargó con mucho cuidado y cariño de las sucesivas reformas del edificio, respetando muchas características esenciales de la construcción original. Este equipo se fue jubilando y sustituyendo por otros profesionales en los años sucesivos. En el Sanatorio también trabajaban enfermeros muy vocacionales (Herminia y Amador Díaz Cano), administrativos, cocineras, camareras. Finaliza la misiva agradeciendo a todos su entendimiento y respeto en aquellos momentos tan duros y complicados.
En los años posteriores se fueron incorporando otros profesionales como el Dr. Ángel Hernández en Traumatología y Froilán Blanco como enfermero.
Pero no se piense el lector que esta narración termina aquí. La abuela de Emilio condujo el Sanatorio Miranda con orgullo hasta su muerte. Tras su marcha, en 1988, el Sanatorio cerró. A partir de 1990, dos hermanos, nietos del fundador, iniciaron reformas en la primera planta. Desde 1993 y hasta 2009, la 2ª y la 3ª planta fueron alquiladas por la Clínica de Santa María la Blanca. Desde 2009, tras el abandono de la clínica, y sin que ninguno de los nietos de Emilio y de Manolita hubieran continuado la estela de la pareja, el Edificio se restauró al completo, convirtiéndose en residencial.
En la segunda planta del Sanatorio Miranda observo el lugar en el que Emilio me confiesa que nacieron dos hijos y varios nietos del Dr. Miranda.
Una escalera centenaria me conduce hasta los pisos superiores, lo que antiguamente fue el Sanatorio Miranda, hoy reconvertido en viviendas privadas. Y me fijo en la maravillosa reja original que separa a los vecinos del hueco del ascensor. Pero entonces, y aunque mi sensibilidad ya se encuentra colmada, me veo obligado a preguntarle por aquella terraza que, casi invisible desde la calle, tiene acceso directo a unas espectaculares vistas de la ciudad.
Como subiendo la cúpula de San Pedro de Roma o la de Santa María di Fiore, de Florencia, recorremos pasillos abandonados e inaccesibles para cualquier leonés y ascendemos, por una escalera casi secreta, hasta el piso superior. Ya entre las ventanas que aportan luz a una oquedad casi olvidada, observo el destino de nuestros pasos.
Nos despedimos de la historia del Sanatorio Miranda, habiendo nadado por el vasto océano de su existencia y compartiendo con todos ustedes los secretos y las confesiones de un doctor que dio todo para que su Sanatorio pudiera ayudar a los enfermos.
Me gustaría agradecer, una vez más, al doctor Emilio Batista, nieto del Dr. Miranda, que pudo ver la pasión por la medicina en los últimos años de funcionamiento del Sanatorio y que ha tenido la deferencia y la amabilidad de sacar a relucir el pasado de sus abuelos para que León conozca su historia.
Junto con su hermana, Eugenia, han cuidado del edificio (que está catalogado) en todos estos años. Ahora Emilio G. Miranda y toda su estirpe pervivirán para siempre en el corazón de los leoneses quienes, con gusto y melancolía contaran las leyendas de este doctor, cuya impronta quedará plasmada en el tiempo, convirtiendo así su legado en eterno.
Publicidad
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.