Bienvenidos sean estos ilustres lectores que hoy recibo con pleitesía para avanzar allende la cuesta de enero y adentrarnos en un año en el que recordaremos, con ahínco y con ilusión, la historia de las calles de León, de la mano de este humilde Odonista, ... que recorre sus arterias para satisfacer la curiosidad de los oriundos del lugar, que con amena calma leen todas las semanas los artículos del escritor que vive en él.
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En el día de hoy, me adentro en la más enigmática de las plazas que tuvo infinidad de nombres. El último, que ha llegado a nuestros días, está basado en una novela que muchos adscribirían al género de la picaresca pero, como veremos más adelante, ni siquiera se le acerca; La pícara Justina.
Es indudable reconocer que la plaza de la Pícara Justina representa uno de esos núcleos neurálgicos de la ciudad de León. En ella confluyen multitud de calles que la conectan con República Argentina, con Ordoño II e incluso con la Avenida Independencia.
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Daniel Casado Berrocal
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Lanzo un órdago a los lectores, que seguro que saben que la plaza llevó por nombre también la de don Cayo, pero que no sabían que fue bautizada, en algún momento, como plaza de Suero de Quiñones, desprendiéndose a su alrededor una avenida que cruzaba el centro de León, casi paralela a Condesa Sagasta. Si alguien conoce el origen de este nombre diferente, que observan en el mapa datado en 1915, leo sus teorías en comentarios.
Comencemos, entonces, con la historia de la plaza de la Pícara. Por aquel entonces, el siglo pasado, los terrenos en los que se ubica ahora la pícara, eran propiedad de don Cayo Balbuena López, abogado y concejal de la ciudad de León. Como consecuencia de la desamortización de Mendizábal, muchos de los terrenos adquiridos por la iglesia, fueron después vendidos, y Balbuena y su mujer adquirieron aquellas tierras.
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La calle Capitán Cortés llevó por nombre el del que mandó abrirla, para comunicar la plaza de don Cayo con Ordoño II. Esta fue denominada como Travesía de Don Cayo, así como la actual Burgo Nuevo, y Conde Guillén, según el Nomenclator.
Gracias a la profunda investigación de Armando G. Colino, este sitúa el cambio de nombre de las travesías el 27 de noviembre de 1935, cuando, «reunida la Comisión gestora del Ayuntamiento, y con objeto de bautizar nuevas calles, decidió dar el nombre de Pícara Justina a la entonces Plaza de don Cayo», el motivo era que don Cayo había fallecido en 1908 y ya no gozaba de prensa ni historia en la ciudad de León.
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Hablemos, a continuación, de la Pícara Justina, la obra enmarcada en el seno de la picaresca castellana del siglo XVII y que tiene por autor a Francisco López de Úbeda. Hace unos meses compartí, con gusto y alegría una amena conversación con un experto en novela y poesía del Siglo de Oro en España, Juan Matas Caballero. Pero antes de escuchar con pleitesía su opinión acerca de la novelita que da nombre a la plaza, desgranemos el contenido para que todo lector que no haya disfrutado de ella pueda comprender estas líneas.
La pícara, que lleva por nombre Justina, en aras de mantenerse justa en relación a la picardía, visita ciertas partes de la provincia de León, rompiendo un marco teórico y literario que la había precedido con novelas como Guzmán de Alfarache o El Lazarillo del Tormes. En primer lugar, la pícara narra su ascensión, desde sus abuelos hasta ella misma, contándonos sus desaventurados lances con los hombres hasta la muerte de sus padres, cuando decide escapar a León y recorrer la ciudad en busca de nuevas aventuras, que la alejaran de la posada de Mansilla en la que trabajaban sus padres.
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Su periplo se extiende a lo largo del libro y va relatando, sin mimo ni detalle, su recorrido a través del Castro, por el Rollo de Santa Ana, hasta la Catedral, donde describe un episodio con las cien doncellas bailarinas. Termina casándose con un buen mozo. Se atribuye su autoría a Francisco López de Úbeda, pero tal y como reconoce Juan Matas, no se la puede colocar en el olimpo de la picaresca, junto a las novelas citadas, ya que posee más elementos juglares y rebelaisianos, que cualquier otra novela, pareciéndose más al Pantagruel de Rebelais que al Quijote de Cervantes. De hecho, a este último parecióle no gustar la Pícara Justina, que rompe con los moldes de lo establecido el siglo anterior por El Lazarillo del Tormes, sin aportar nada nuevo al género, más que aludiendo a ideas ya manidas.
Juan habla sobre la novedosa presencia de la Pícara en el panorama español, pues nunca se había tenido a una mujer como protagonista de una novela picaresca, pero parece, por su estructura, más una novela confeccionada para entretener al, por aquel entonces Rey, Felipe III. Es decir, una novela de palacio.
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La estructura de la novela picaresca es muy clara. Casi siempre se mantiene de igual manera y se reconoce en novelas como «El Buscón» o «Guzmán de Alfarache», de Mateo Alemán.
La prosa debe ser muy fluida. Se trata casi de una novela confeccionada para ser leída por el pueblo, sin florituras ni ornamentaciones. En la Pícara Justina, el lenguaje es denso y muy elaborado, casi confeccionado para mostrar a los estamentos superiores el vocabulario cultivado del autor. En la novela picaresca, se detallan datos elementales de la vida del autor, aunque en realidad sea una falsa biografía. En la Pícara Justina, la joven apenas tiene constancia de sus recuerdos en León y las descripciones que hace del lugar son muy vagas y poco detalladas.
Ya por último, el determinismo de los protagonistas al demostrar una crítica hacia la monarquía desaparece en la Pícara Justina, que se centra más en las aventuras personales que en la intrínseca crítica a la sociedad del Siglo XVII, pretendiendo, con su novela, acercarse más al entretenimiento, como ya hemos avisado, que a la pura crítica monárquica. Por ello, el título original del volumen es: «Libro de entretenimiento de la pícara Justina».
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En definitiva, cerramos este apartado de la historia conociendo un poco más la figura de la Pícara Justina, y la estela que a su paso dejó en León el autor y el personaje, dando también un sentido al odónimo de la plaza, conociendo aún más nuestro callejero y cultivando nuestra cultura, que pretende llegar a englobar todas las calles de nuestro querido León.
Agradezco, a mi ya buen amigo, Juan Matas, con el que divagué durante horas acerca de nuestra pasión común hacia la Literatura y con el que ya me une un vínculo eterno basado en nuestro amor hacia el pasado, hacia el patrimonio, y hacia un arte que bien defiende en sus trabajos, como en «Sonetos», de Cátedra, en la que rescata, después de una investigación de más de 20 años, la figura de Góngora para hacérnosla llegar a los amantes de un arte que persigue a los más sensibles.
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Por nuestra parte, seguimos caminando por un magnífico León, que siembra su historia paulatinamente para que la cultivemos, la recojamos y la disfrutemos con esmero. Pero no se aleja mucho este Odonista, que viaja hasta la calle de Carmen, una arteria principal del centro de León cuya historia, a todas luces, se desconoce. Créanme, se van a sorprender. Disfruten, mientras tanto, de esta semana, leyendo, como siempre, la historia de los edificios más emblemáticos y de las calles más famosas de León.
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