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ANDREA CUBILLAS
Riaño
Viernes, 7 de julio 2017
Eran el 7 de julio de 1987. Nueve golpes secos del reloj de la torre de la Iglesia de Riaño marcaban como cada día, desde hacía siglos, la hora. Pero esta vez, el tiempo se paró para siempre. Un estruendo hizo vibrar las cumbres leonesas. Era la detonación de la iglesia, la que más dolió, que hirió de muerte al corazón de la montaña leonesa y que, en cierta manera, escenificó el final del Valle de Riaño.
Dos horas antes, el reloj de la iglesia ya anunciaba la llegada de las máquinas a un Riaño inundado de pancartas con proclamas en rechazo al desalojo. Pero el “rodillo”, como en su día trasladó la CHD al que fuese alcalde hasta mayo de 1987, ya estaba en marcha.
De nada sirvió la unidad de toda una comarca ni tan si quiera la fuerza de aquellos jóvenes que se encararon a los agentes de la Guardia Civil y llegaron a plantarle cara a las máquinas excavadoras. De nada sirvieron los gritos de esos hombres y mujeres encaramados a los tejados, tampoco las lágrimas de los más mayores, aquellos que se veían obligados a dejar atrás lo único que habían conocido.
Durante días, Riaño se convirtió en un auténtico campo de batalla. Es el recuerdo que comparten Manolo y Begoña, que no olvidan a aquellos vecinos que lucharon hasta el final, “en las manifestaciones cogidos, unidos”. Tampoco cómo los agentes agarraban por los brazos y las piernas a aquellos que se resistían a dejar atrás su vivienda.
“Fue algo brutal e inhumano. El ver cómo venían los helicópteros y los guardias civiles montados en sus caballos, cómo te rodeaban la casa sin poder entrar ni salir. Fue horroroso”, recuerda entre lágrimas Begoña, que confiesa que no se lo desea ni a su peor enemigo. Y sabe bien de lo que habla porque ella fue de las que vivió del principio hasta el final el desalojo. Trabajaba en Telefónica y la centralita fue de los últimos edificios que se derrumbaron para evitar la incomunicación de una treintena de pueblos de la comarca.
“Tuve que estar hasta el último momento. Recuerdo que las noches eran terribles con la Guardia Civil a pelota limpia detrás de los vecinos corriendo a oscuras por el pueblo”. Y así, poco a poco, se fue desalojando hasta el último vecino, hasta que no quedó ni una casa en pie. Tampoco la de Begoña. “El día que marché no pude mirar cómo tiraban mi casa. No lo olvidaré jamás”.
ROSA VALLADARES
ANTONIO GONZÁLEZ
A Manolo, en cambio, si algo se le ha quedado grabado en la retina de aquellos días fue el bramar de los animales. “No éramos capaces de sacar las vacas de la zona. Las echábamos al pasto y se daban la vuelta situándose al pie de lo que había su cuadra. Bramaban preguntándose dónde estaba la cuadra donde ellas dormían. Lo mismo que mi perro que siempre estaba al lado de los escombros. Tenía que ir hasta allí para darle de comer porque si no se me moría”.
Especialmente duro fue ese momento para Rosa. Con una hija de seis meses aún recuerda cuando, a las siete de la mañana, un agente llamó a su puerta anunciándole el desalojo. “Le dije que no podía, que tenía a mi niña en la cuna y que no la podía despertar. El agente se me quedó mirando. En silencio”.
No tuvo alternativa. Rosa cogió a su hija en brazos y cruzó el cordón policial bajo la atentan mirada de los guardias civiles. Recuerda que la miraban con pena. “No se me olvidará que en ese momento uno de ellos se me acercó y me dijo que me ofrecía su casa si no tenía donde ir con mi bebe. Siempre tenemos la imagen de los agentes dando palos a los vecinos pero los había muy humanos”.
Aquella jornada, en la que Pamplona celebraba el inicio de los Sanfermines, a Antonio González poco le importaron los más de 400 kilómetros que separan Madrid de Riaño. A las 10 de la mañana una llamada le alertó de que las máquinas habían tomado el pueblo y no lo dudó ni un segundo; tenía que estar allí.
Tras superar un control policial en Pedrosa del Rey, Toño junto con su hermano recorrió los últimos cuatros kilómetros que le separaban de lo que hasta entonces había sido su hogar. “Nunca se me borrarán esas imágenes de casas ardiendo y bocanadas de polvo devorando los pueblos. Al llegar vi a mis padres recogiendo la casa y, en la puerta, el camión que nos llevaría todo. Fue terrible. Era un escenario dantesco”.
Fueron, sin duda, los días más complicados de la historia de Riaño. También los últimos en los que la tensión entre los vecinos y los guardias civiles se saldaron con la detención de varios vecinos, incluido del recién elegido alcalde, Huberto Alonso, que no dudo en colocarse delante de las máquinas, intentado, sin éxito, frenar los desalojos, primero, y, días después, hacer valer un acuerdo plenario para evitar que los trabajadores de Telefónica abriesen una zanja en el centro del pueblo para cambiar el tendido telefónico.
Un momento traumático en la historia de la montaña leonesa que se saldó además con la muerte de un vecino. Simón Pardo del Molino, de 53 años, se disparó con una escopeta de caza agobiado y sin saber a dónde acudir. “No hubo más calamidades porque Dios no lo quiso”, recuerdan hoy los vecinos del viejo Riaño que, de la noche a la mañana, se vieron obligados a renunciar a sus raíces.
Una experiencia que no quisieron repartir los vecinos de Huelde que, con dolor, rabia y desesperación, abandonaron sin oposición sus viviendas. El 14 de agosto, conel derrumbe del Hotel Presa, se dio por enterrado para siempre al pueblo Riaño.
Imágenes que se suceden una y otra vez en aquellos que hoy narran con dolor aquellos días; imágenes que son imposible de borrar de la retina de los vecinos de Riaño al igual que los de Pedrosa del Rey, La Puerta, Anciles, Hueldes, Salio y Escaro. Seis pueblos que, paradójicamente, fueron borrados del mapa de España. Para siempre.
Riaño, Burón y Vegacernega, por fortuna, lograron rearmarse y preservar, con el paso de los tiempos, el alma del viejo valle que pronto yacería bajo miles de litros de aguas.
***Pinche en cada uno de los nueve pueblos afectados por el pantano para ver las imágenes
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
José A. González y Álex Sánchez
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