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Albergue sobre una granja del siglo XI, en Orio Litta. P. P.
Los atajos no me atraen: he venido a peregrinar

La vía Francigena en bici | Mortara–Fidenza (174 km / 2 días)

Los atajos no me atraen: he venido a peregrinar

Una vez he dejado atrás las montañas, me sumerjo en las llanuras infinitas. El calor empieza a hacer mella y una punzada en la espalda me recuerda el gesto por el que César se convirtió en un héroe trágico

Miércoles, 21 de agosto 2024, 00:09

A punto de amanecer dejo atrás Mortara y continúo la senda del Po hasta llegar a Pavía. El camino de Orio Litta es una llanura calcinada por el sol. Busco refugio en una granja del siglo XI y continúo al día siguiente hasta Fidenza, pasando por ciudades longobardas como Piacenza y monasterios románicos como el de Claravalle della Colomba.

'Le donne antiche e cavallieri'

Los longobardos quieren su hueco en esta parte de la historia. Mientras pedaleo entre espigas que darán de comer a Italia en la próxima estación, pienso en este pueblo de nombre refinado que llegó a la península italiana cuando a Roma no le quedaba más que las raspas. Imagino a Rotario o Desiderio, dos reyes casuales, emocionados por la idea de ver la ciudad eterna, con sus arcos de medio punto y su 'opus caementicium', la piel de los monumentos que aún hoy se conservan. Pero tras cruzar los Alpes, como yo sobre las ruedas de Bucéfalo, encontraron una maraña de pueblos guerreando, bárbaros como ellos, pero menos refinados, y bizantinos que se proclamaron herederos de no sé qué espíritu de romanidad. Pobres longobardos, que llegaron tarde a su cita con la historia.

Las ciudades del sur de Lombardía guardan una fragancia de aquellos días. Es su arquitectura, la planta de las murallas viejas, un aire de doncella antigua y caballeros dispuestos a forjar la rosa y empuñar la espada. Lo dijo Dante en su infierno, y seguro que estaba pensando en Pavía o en Piacenza. Ciudades habitadas por fantasmas de otros tiempos, con grandes plazas y 'duomos' que formulan un tipo de cristianismo aún en formación, con baptisterios independientes contra todas las herejías de aquellos siglos de indecisión.

Me siento en sus plazas. Aparco la bicicleta y me vuelvo historiador, observador a tiempo parcial entre un palacio y un puente cubierto por bóvedas. Pavía está hecha de piedras que sobraron de otras ciudades. En cambio, Piacenza quiso albergar el cielo estrellado en sus pórticos, por eso uno tiene la misma sensación, paseando bajo las arcadas, de estar contemplando un cuadro de Giotto. Son refugios contra el calor de la llanura Padana. Un canto de frescura antes de entregarme a los caminos de tierra, al festín de los mosquitos. El puente en el que los longobardos quisieron ser Roma.

Caronte puede esperar

Sigerico cruzó el río en barca en lo que él llamó el 'Transitum padi', a 5 kilómetros de Piacenza, pero a Bucéfalo y a mí nos genera dudas esta ayuda de los medios acuáticos. Esta noche, la hospitalera del albergue de Orio Litta me informó de la posibilidad de acortar el camino. El nombre del barquero es Caronte y recuerdo que Ulises también descendió a los infiernos y cruzó la laguna Estigia en barca. Sospecho, sin embargo, que mis infiernos tienen el perfil de las cuestas, y no de esta sosegada ribera del Po.

Interior del claustro de Claravalle della Colomba. P. P.

Es difícil llenarse de orgullo cuando las etapas son tan largas y el calor aprieta hasta fundirse con el paisaje. Pero rechazo vender el alma de Bucéfalo por cinco kilómetros de travesía amazónica. He venido a peregrinar hasta Roma en cada pedalada, a pesar de los atajos del camino. La decisión es una postura vital. Nunca se sabe dónde puede estar escondida la belleza de estas sendas monótonas, que anuncian lo humano a través de un campanario, la mayoría de las veces sin campanas ni fieles a los que avisar.

Dios no está ausente. Lo sé porque he llegado a la Abadía de Claravalle della Colomba. La divinidad gusta de estos espacios aislados, donde se erige un claustro románico y los viajeros han perdido el rumbo. Entro en el monasterio cansado, esperando el aroma de este Edén fabricado en piedra. Y encuentro la paz de los días, la fórmula por la que los monjes viven de cara al mundo precisamente escondidos de él. Es una fuente que articula los cuatro lados del claustro, con plantas trepadoras y una piedra sobria que se arruga cuando quiere imitar a Noé construyendo el arca o a Adán y Eva comiendo la manzana prohibida. Siento que he llegado al paraíso sin necesidad de cruzar la laguna Estigia. Caronte no logró volver a la ribera correcta.

Los monstruos de Fidenza

A Fidenza llego tan cansado como asustado, porque desde hace veinte kilómetros han aparecido por el horizonte los Apeninos. La montaña es una profecía de sufrimiento. Se la ama y se la teme, pero yo mañana deberé atravesar el paso de la Cisa con la promesa de ver el mar. Mientras tanto, en la llanura Padana, el calor ahoga el cansancio de las piernas y las dudas del alma. Fidenza es la última parada de este valle inmenso que forjaron los Alpes porque no quisieron seguir creciendo. Dejo el Po. Abandono el norte. El llano se volverá del perfil de un cuchillo dentado.

El Románico es un arte objetivo y serio que no esconde a los fieles las verdaderas intenciones

Me refugio en el 'duomo' de Fidenza intentado apartar los malos pensamientos de mi cabeza, el dolor del muslo izquierdo, la punzada que me da la espalda desde hace algunas horas, recordándome el gesto por el que César se convirtió en un héroe trágico. En el interior del templo se respira un aire fresco que acompasa la derrota. Por todos lados descubro esculturas de santos sin cabeza, bestias informes que sacan sus garras y sus dientes dispuestos a devorar a los pecadores. El Románico es un arte objetivo y serio, que no esconde a los fieles las verdaderas intenciones. Yo noto que son prefiguraciones del dolor y que mi cuerpo se habitúa ya a este tipo de arte pensado para montar en bicicleta.

Salgo a la fachada y miro de frente el día de mañana. Hay un relieve de Alejandro Magno volando. El artista dio libertad a su imaginación y cambió el caballo del rey macedonio por dos alas. Es una preciosa metáfora de lo que está por llegar. Me siento en una terraza, la piedra y yo solos hasta que anochezca. Mañana sufriré como lo hace la piedra delante de los monstruos, pero hoy seré el artesano anónimo que le da nombre a todo esto.

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