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El punto de partida son los Alpes, concretamente el Gran Sanbernardo. P. P.
Quiero volver a Roma y decido seguir la Vía Francigena... en bici

La vía Francigena en bici | De Suiza a Roma (1.100 km)

Quiero volver a Roma y decido seguir la Vía Francigena... en bici

El profesor y escritor Pepe Pérez-Muelas cuenta en esta serie su viaje siguiendo el itinerario de Sigerico el Serio, arzobispo de Canterbury, hasta llegar a la capital italiana

Domingo, 18 de agosto 2024, 00:11

Quisiera contemplar de nuevo vía Giulia al atardecer, las cúpulas de piel de agua de Santa María del Popolo, el Tíber ufano por las dos orillas de la eternidad. La vida es una plaza soleada, una calle con adoquines abierta a una columnata. Son las formas de un sueño recurrente, la condena de echar de menos Roma cuando estoy lejos de ella. Siempre hay luz en estas imágenes, una luz cálida de verano. Durante meses sufro la melancolía de querer volver a Roma, y la ciudad, en las profecías de un futuro viaje, se me presenta original y solitaria. Como si sus calles me necesitasen para seguir su curso. El hombre que busca la belleza sabe dónde encontrarla.

Es entonces cuando me despierto, en un día de febrero, con vocación de originalidad. Volveré a Roma, me digo, como cada verano desde hace muchos años, pero esta vez cambiaré el método. La ciudad será solo el punto de llegada. El camino, una enorme sucesión de siglos por los que un día transitó un peregrino. Recorreré la vía Francigena en bicicleta desde los Alpes. Y lo contaré en estas páginas, escritas en un alto del camino, frente a un duomo henchido de sombra, junto a un café que descifra el misterio de los kilómetros aún por recorrer. Será mi forma de no echar de menos Roma. La manera de recorrerla juntos.

El origen

Italia es un cruce de caminos. Lo ha sido siempre, desde que la historia se forja con la espada y el refugiado llama a las puertas de la ciudad. Roma cayó y permanecieron sus vías, caminos peligrosos, vacíos de soldados y llenos de soledad, donde los hombres transitaban con miedo y fe en busca de la urbe que había dominado el mundo. Para llegar a Roma había que cruzar los Alpes. No hay mayor frontera física que las alturas. Lo sabía Sigerico el Serio, el arzobispo de Canterbury, quien fue llamado en el año 990 a la sede papal para rendir pleitesía al Santo Padre. El de Sigerico fue un viaje cualquiera, que se hubiese perdido en el anonimato de los caminos en un tiempo en el que se empezaba a temer el año mil. No tuvo la fuerza de un apóstol predicando ni la de un santo. Tampoco la de un iluminado que arrasa con su palabra un credo. Pero su relato sobrevivió, gracias a que quedó escrito. La palabra es memoria, supervivencia. Por eso, Sigerico vive y hoy sigo su mismo camino.

El suyo fue un viaje a posteriori. Llegó a Roma en verano y trató los asuntos del cielo y de la tierra. Luego tomó el recuerdo de sus pasos y volvió a casa, en la lejana Canterbury, escribiendo etapa a etapa la fortuna de sus días. El relato de Sigerico es escueto, pero resistió a las polillas y a los siglos. Dividió su vuelta a casa en 79 días, que él llamó estaciones, y el camino quedó impreso en los demás peregrinos que quisieron alcanzar, desde el norte de Europa, las puertas de San Pedro. Vía Francigena la llamarían los italianos, por ser el camino que utilizaban los francos para ganar 'il bel paese', muchos siglos antes de que los tratados explicasen lo que es Italia.

El camino

El tiempo pasó y el camino se cubrió de nieve. Los puentes cayeron en el lecho de los ríos y los ejércitos borraron el nombre de las ciudades de los mapas. Es la historia, con su tenacidad de gota de agua. El camino de Sigerico se olvidó. Su fórmula se escondió en monasterios, junto a los pergaminos que hablaban de Eneas y Aquiles, pero la necesidad del ser humano por hallar la fe fue más fuerte que el olvido.

Gonzalo de las Heras

La vía Francigena atraviesa Europa y recorre Italia de norte a sur hasta Roma. Es el itinerario que observo, con un mapa abierto encima de la mesa, queriendo intuir en la geografía cada palabra por escribir. Arriba, cubierto de nieve, se alza el Gran San Bernardo, la cima alpina que separa Suiza de Italia. Es el punto de partida. El primer pedaleo de mi epopeya. De ahí descenderé por el Val d'Aosta hasta la llanura Padana, entrando en las ciudades longobardas, cuyas iglesias presumen de piedra tosca y plazas caballerescas. Hacia el este seguiré el curso del Po, el sendero de los mosquitos y el románico, hasta contemplar los Apeninos en el paso de la Cisa. Desde lo alto no se puede ver el mar, pero se intuye. Es la Toscana, con sus ciudades renacentistas, su mármol blanco y su aire de viñedos y cereales. El camino del sur ya es un sube y baja constante, una penitencia de belleza y una promesa que se cumple a partir del lago de Bolsena. Roma está a las puertas. La de hace mil años. La de ahora. La misma, cambiante y eterna. Pero por el momento es solo un mapa entre las manos…

El destino

A Roma quiero llegar en bicicleta porque pedalear es un oficio noble. Los héroes de mi infancia se vestían de amarillo en verano, subían cimas que los mortales no habitan hasta fundirse con el paisaje. La bicicleta no es un medio de transporte, sino una religión cuya fe exige también esfuerzo, sufrimiento y entrega. La voluntad del ciclista es ser parte del camino que recorre, tomar consciencia de cada kilómetro con el pedaleo constante. La distancia se lleva en las piernas, pero el camino se recorre en la cabeza.

El peregrino moderno alcanza otras formas de encarar la ruta. Nunca me había planteado la ocasión de recorrer Italia, 'il bel paese', sobre dos ruedas. Busco una forma de fe que no está en los libros, a la que no se accede a través del incienso y que mancha como el polvo del camino. Persigo la belleza de un país acostumbrado a que hablen de él, pasmado de miradas ajenas. Por eso quiero recorrer Italia en bicicleta, tomar el camino de Sigerico y llegar a Roma dentro de diez artículos para decirle al mundo que no hay oficio más estrafalario y absurdo que dar la vuelta a Italia en bicicleta, pero que, como dijo Buzzati, esta es una de las últimas provincias de la fantasía. Por eso voy en bicicleta. Por eso voy a Roma.

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