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sergio garcía
Enviado especial. Los Llanos de Aridane
Miércoles, 22 de septiembre 2021, 22:11
En la iglesia de Las Angustias, asomada a un puerto encajado en la roca viva bajo el mirador del Time, María del Mar Hernández Quintana pone una vela a la Virgen, la única manera que tiene de conjurar todas las desgracias que se han cernido sobre su familia en la última semana ... . María del Mar vive en Todoque. O, mejor dícho, residía allí hasta que la lengua de lava que lo engulle todo a su paso puso cerco al pueblo. Está casada con Jonás y tiene tres hijos de 15, 12 y 11 años, que ven tambalearse la seguridad que hasta ahora presidía sus vidas. Aunque su hogar aún no ha sufrido la brutal embestida, su historia es la misma que la de los 5.000 vecinos de Los Llanos de Aridane, condenados a vagar sin rumbo. Su hogar es además lugar de trabajo del marido, un taller de cerrajería del que Jonás lleva días sacando maquinaria en un intento sobrehumano «por salvar lo que se pueda y empezar de nuevo, no importa dónde».
El matrimonio ha encontrado un oasis en casa de Ángela, la madre de María del Mar, coqueta y de color vino, pegada a la carretera, donde ella, su propietaria, subsistía destinando el piso de abajo a vivienda turística. Pero la erupción ha dado un giro copernicano a su vida: vivirá con su familia donde hasta ahora lo hacía ella sola. Serán ocho personas porque a los hijos y nietos se sumarán los suegros de su yerno, que han perdido la casa, sepultada a estas horas por toneladas de escorias. No acaban ahí sus desvelos. Entretanto, acondiciona el piso de abajo, donde se propone acomodar a los cuñados que viven en Tajuya y sobre cuyas cabezas pende también ese penacho maldito que ha sembrado la desgracia.
«No veo el momento de que pase este año -confiesa Ángela-. Primero fue la covid, luego el viento caliente que destruyó sembrados y cultivos, arruinando hasta las flores que mimaba en su terraza. Luego llegó un incendio que arrasó los alrededores de El Paso «y ahora esto, que no sé si durará dos semanas o dos meses, pero que nos va a obligar a hacer equilibrios durante al menos dos años, porque el espacio es el que es».
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María del Mar no puede contener las lágrimas. Hace unas horas, el hermano de su marido ha perdido también su casa, arriba en Campito, relata, mientras un trueno sordo llega desde el otro lado de la montaña. Alcalá, El Paraíso, El Negrito, Pampillo... sepultado todo. Jonás llega en ese momento con el camión, cargado de bolsas de ropa, de cajas de herramientas, la radial, un compresor... De muebles que levanta con la desesperación de quien solo quiere hacer sitio para volver en busca del frigorífico, la lavadora... «Uno no es consciente de todas las cosas que guarda en su hogar hasta que tiene que escoger con qué quedarse. Toda tu vida sacrificándote y bastan unas horas para llegar a la conclusión de que nada está en tus manos, de lo pequeñitos que somos. He llorado más estos días que cuando tenía 3 años».
«Esto es una cadena -desliza Jonás, compungido-. Si la lava llega al mar, y lo acabará haciendo tarde o temprano, fundirá todas las conducciones de agua. Y sin riego el valle está perdido. Las plantaciones de plátanos, de aguacates... Es la ruina. Porque en esta parte de la isla no vivimos del turismo, sino de la agricultura», razona mientras hace eslalon con su camión Isuzu por las curvas de la carretera, que suben en sentido contrario sus padres, sus amigos... un éxodo marcado por el signo de la desesperación. Todos en 'shock', pues sólo hace unas horas que el cielo se ha desplomado sobre sus cabezas.
Un palmo de cenizas. Los vecinos dispusieron este miércoles de 12 horas para retirar sus pertenencias. «Parecía Chernobyl»
«Siempre he dicho que uno se hace cobarde cuando tiene hijos, porque es más consciente de lo que de verdad importa. Claro que hay miedo, pero ni en mi peor pesadilla hubiera imaginado algo así, las casas arrugándose como si fueran papel». Jonás saca fuerzas de donde no las hay, aunque no es ningún necio y sabe que tantos golpes acaban haciendo mella. «Cuando he llegado esta mañana a casa -las autoridades abrieron este miércoles una ventana de 12 horas para que los vecinos recogieran enseres- me lo he encontrado todo desierto, cubierto por un palmo de cenizas. Parecía Chernobyl». El 80% de los hogares de Todoque no están asegurados -«el mío sí desde hace un mes, cuando se desató el incendio», suspira-, aunque menos aún están en condiciones ahora de afirmar dónde siquiera se levantaba su vivienda.
Mientras, en la carretera de Los Llanos a La Laguna, la Policía Local ordena a los conductores que se den la vuelta. «¿Pero qué pasa ahora?», es el clamor que recorre la caravana que se ha ido formando. Luis Enrique Concesión se dirige a la finca que tiene en la montaña de Todoque. «No sé si voy a poder entrar, pero luego tengo que pasar por la casa de un amigo para vaciarla. Es una carrera contrarreloj». A su lado, Suhail mira a su padre circunspecta. «Hoy no ha ido al cole, así que me la llevo porque no tengo con quién dejarla».
Fran Martín, de Los Llanos, tiene una finca en el Moral: doce apartamentos a un tiro de piedra de la plata de Guirres, donde las autoridades calculaban el lunes que la colada de magma se iba a derramar sobre el mar. La lluvia de ceniza arrecia, resecando las gargantas, los ojos. Son restos inorgánicos; piedritas de apenas dos milímetros como cuchillas contra las que han advertido los expertos. No hay que restregarse, porque el riesgo de provocarse úlceras en la córnea es real. Lo que les faltaba.
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