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La amargura duró media hora, pero la penitencia fue más dura si cabe.
El contra todo y contra todos lo aplicó a rajatabla la Real Cofradía de Minerva y Veracruz.
Todo indicaba que la Procesión de la Virgen de la Amargura, la principal de este Miércoles Santo, correría la misma suerte que Jesús Camino del Calvario y el Silencio. Sin embargo, y tras una espera de media hora, la decisión de la junta de Minerva fue bien distinta.
La Amargura iba a acabar para los papones de San Martín y la procesión saldría a la calle recortando su recorrido y dando la vuelta en la Plaza Mayor.
Tardó aún unos minutos en organizarse todo el cortejo, mientras en el interior de las Carbajalas se rezaba el Padre Nuestro y se ordenaban capillos abajo. La procesión se ponía en marcha.
El Lignum Crucis fue el primero en asomar al empedrado de una plaza del Grano en la que los papones de acera habían aguantado estoicos a pesar del vendaval.
Salieron sin lluvia, junto al Santo Cristo Flagelado del Amparo y la Caridad, las gaitas de la Banda de Jesús Divino Obrero, que no dudaron en sumarse a la arriesgada apuesta que hicieron desde Minerva.
El siguiente grupo de pasos serían los de Nuestro Señor Jesús de la Salud y el Santo Cristo del Desenclavo, que lo hacían con la Agrupación del Gran Poder.
En esos momentos, las primeras gotas ya se dejaban escapar y el viento soplaba con fuerza, demasiada para el buen desarrollo de una procesión.
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Buena cuenta de ello dio el paño que cubría la cruz de Nuestra Señora de la Veracruz, que revoloteaba de un lado hacia otro mientras los braceros trataban de poner en la calle a esta talla.
Cerró la parte musical la Agrupación de la Bienaventuranza, que tendrá en Jueves Santo su prueba de fuego y fijada la mirada al cielo.
La Virgen de la Amargura, que da nombre a la procesión, fue la última en acariciar la plaza empedrada, ya mojada por la nueva lluvia caída, y ponía en la calle un desfile que no todos hubieran optado por sacar de la carpa.
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