Acto central de la Procesión de los Pasos, con los braceros de San Juan y la Madre Dolorosa fundiéndose. Inés Santos
Semana Santa de León

Un Encuentro como Jesús manda

La Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno logra perfeccionar la ya de por sí mágica estampa en la Plaza Mayor con un exquisito orden y un 'muro negro' que mejoró la cita entre la Madre Dolorosa y San Juan

Viernes, 29 de marzo 2024

Fue tan brillante que hasta el sol quiso asomarse al balcón del cielo. Y eso que el día amaneció gris. Lo excelso elevado a su máxima esencia; el momento en el que se detiene el tiempo; la escena que nadie más tiene en toda España.

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El Encuentro, con mayúsculas, fue como Jesús manda. La Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno dibujó un cuadro y lo bordó. Hubo cambios y, en este caso, la cosa fue a mejor. La mirada a vista de pájaro era un paisaje de pasión negra con bordado morado.

El Viernes Santa despertó en Santa Nonia y se levantó en la Plaza Mayor. Uno a uno, como marcan los cánones, once tallas de inmensa calidad fueron aterrizando en la porticada entre el bullicio de las miles de personas que acudieron a su cita con el culmen de la Semana Santa leonesa.

Llegados de todas partes, los asistentes ocuparon las sillas de la parte central, solo en la delantera de la plaza, y de los laterales que vieron desaparecer las gradas. Todos a ras de suelo, y sobre ellos los papones y sus pasos, que llegaban con diferentes marchas y se iban entre aplausos de una plaza animada.

No quedaba otra que aplaudir para intentar apagar el frío que arreció en la mañana en la que todo empieza y todo acaba. Rondaba el termómetro los cinco grados, sin atisbo de lluvia, pero con un aire frío que helaba hasta el alma. Gorros, sombreros, guantes, bufandas, capas y mantas, todo ello fue necesario para aguantar las dos horas de arte en movimiento que Jesús llevó a los fieles. Los hubo, desde los balcones, que incluso calentaron manos a base de café y churros.

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Las cámaras se asomaban por decenas a la entrada de Nuestro Padre Jesús Nazareno, el sexto de trece, compartiendo carga con Simón el Cirineo. Hubo espacio para que se recreara y pudiera recibir las miradas a su rostro afligido de aquellos que le elevaban sus plegarias.

Llegaron también las cruces: desde el Expolio y la Exaltación a la Crucifixión y la Agonía; antes lo hicieron los Olivos, el Prendimiento, la Coronación el Ecce Homo. Un recorrido en el que León acompañó a cristo desde Getsemaní hasta el Gólgota. Y no le soltó de la mano.

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Y el momento culmen volvió a enmudecer al silencio. Una alocución previa hizo más larga la espera. Mientras, la madre y el amigo se encaraban y se acercaban, a paso lento, sin ruido, envueltos en la tristeza. San Juan, por Plegarias; Madre Dolorosa, por Santa Cruz.

La Banda empezó con la Dolorosa y le siguió la Agrupación Musical con Orando al Cielo. Fue el instante que siempre es igual y que cada año es diferente. Genuflexión y rompida de la hora entre aplausos. Los braceros de San Juan se arrodillaban en la calle de la Amargura que tuvo aires de fiesta en la Plaza Mayor de León. Los seises de paso compartieron abrazos, muchos braceros lágrimas bajo sus capillos. Seguro.

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Una y otra vez, los braceros se acercaban, se tocaban y agarraban con sus manos; la música se crecía y ellos, junto a los otros once pasos, bailaban a su son. Fueron minutos que se esfumaron, unos instantes en los que sobraban guantes, bufandas y de todo.

Y la imagen fue más bella que nunca. Todos los papones se alineaban al fondo de la plaza creando un muro azabache nazareno que decoraba el ambiente con inmenso orden y compostura.

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León había vuelto a alcanzar el cielo, ese al que oraba la marcha, y rasgado la mañana de Viernes Santo para contarle a todo el mundo que fue la hora, y que era buena hora, para que su Semana Santa fuera más pasión que nunca.

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