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ANTONIO J. ARMERO
Cáceres
Sábado, 8 de julio 2017, 07:51
La piscina natural en la que el jueves apareció el cadáver de Macarena Guisado está negra. Se llama Las Tenerías, no suele tener ni la mitad de bañistas que su hermana El Nogalón, que está unos metros más abajo, y esa negritud no es una ... metáfora fúnebre.
Por el muro de madera que retiene el cauce se escapa un chorro de agua del color del asfalto, y en él está la respuesta a la pregunta de por qué el pueblo no tenía agua potable este viernes. En Jerte, además, están convencidos de que ese agua oscura es también la clave que explica qué pasó el jueves al mediodía para que cuatro de los cinco miembros de una familia extremeña murieran mientras hacían barranquismo.
Macarena, su marido José García-Margallo (los dos de 43 años) y sus hijos Macarena (11 años), Lourdes (9) y Joaquín (6) lo practicaban en el barranco de los Hoyos, que tiene 350 metros divididos en tres toboganes (se salvan deslizándose tumbados boca arriba) y cinco rápeles (se pasan sujetando la cuerda con las manos y apoyando los pies sobre la roca).
El segundo de esos rápeles salva una altura de quince metros, y en lo alto de esa roca vertical había ayer un mosquetón y una cuerda anudada, sujetos a un ancla metálica fijada a la piedra. Presumiblemente son los que empleó la familia de Don Benito, comenta un experto barranquista. Porque según explica, es improbable que alguien que practica este deporte se olvide el material, y porque veinte metros más abajo, la cuerda estaba rota. No cortada sino machacada, quizás por el impacto de alguna piedra o tronco, o de varios repetidamente.
El monitor de la empresa Jerte Xtrem, que el jueves acompañó a la familia de Don Benito para hacer barranquismo, declaró este viernes ante la Policía Judicial de la Guardia Civil de Cáceres. Se trata de la única persona que, junto con el hijo de 6 años del matrimonio, sobrevivió a la tragedia.
Su declaración es un trámite preciso para aclarar lo ocurrido en la investigación que está abierta y que tramita el Juzgado de Instrucción número 1 de Plasencia, por ser el que estaba de guardia cuando murieron cuatro de los cinco miembros de esta familia.
En ese punto del barranco, y también aguas arriba y aguas abajo, y a derecha y a izquierda del cauce, la vegetación está aplastada contra el suelo, signo de que por allí pasó más líquido de lo habitual y a mayor velocidad. «Yo soy el encargado del agua del pueblo desde hace 36 años, he visto llover bien muchas veces y he visto cómo la garganta va subiendo su nivel poco a poco, pero esto ha sido una avalancha que ha venido de golpe». Lo dice Rafael García, alguacil del ayuntamiento de Jerte y una de las personas que participó en el dispositivo que permitió localizar los cuerpos de los cuatro fallecidos y al pequeño Joaquín.
«Como nos habían avisado de la tromba que se avecinaba –relata–, el concejal de Obras, Jesús Gómez, y yo decidimos subir a cortar la entrada de agua al depósito, para que no se llenara de las cenizas que iba a arrastrar el agua, que son las del incendio de la primavera». Se refiere al fuego que comenzó el 12 de abril junto a la Garganta de los Papúos –que abastece a la localidad– y que se llevó por delante 945 hectáreas de matorral, pastos y robledal. Extinguirlo costó doce días.
«Cerramos la toma -continúa- y cuando veníamos de vuelta, el concejal me dijo ‘Tiene que haber pasado algo, porque hay una sirena de la Guardia Civil y una ambulancia’. Nos acercamos, y allí había ya un equipo médico intentando reanimar a las dos niñas, que las había visto mi compañero José Toro». «Al rato –sigue– vino un guía de una empresa de turismo de aventura con el niño en brazos, que nos dio una alegría tremenda ver que estaba vivo, y poco después comentaron que había aparecido un cuerpo en la piscina natural de Las Tenerías (el de Macarena Guisado), con lo cual ya solo quedaba encontrar al padre».
Quien dio el aviso de que había aparecido ese último cadáver fue uno de los integrantes de un grupo de extranjeros que venían de la Garganta de los Papúos. Habían ido hasta allí a hacer barranquismo, pero se quedaron con las ganas debido al mal tiempo. Mejor o peor, el turista que apenas hablaba español se hizo entender, Rafael García comunicó el hallazgo y así se cerró el balance fatal: cuatro muertos y un único sobreviviente, Joaquín, de seis años, además del guía que les acompañaba.
El matrimonio y sus dos hijas se dejaron la vida en el Barranco de los Hoyos, que forma parte de la Garganta de los Hoyos, también llamada en el pueblo Hoyos-Ciruelo. El sitio es un regalo para la vista. Un espacio verde al que se llega tras dejar atrás el pueblo y subir por la montaña. «La garganta –comenta el alguacil– hace años que no se limpia, y con el incendio de la primavera, están allí los palos de los árboles muertos y toda la suciedad, que es la que ha arrastrado el agua».
Desde la experiencia que le dan más de tres décadas y media controlando el agua del municipio, y el conocimiento del terreno, Rafael García cree que el origen de la riada está en las balsas de agua y troncos que se forman en el monte tras un incendio de casi mil hectáreas. «Yo he visto una de esas balsas junto al cauce, y probablemente eso mismo ha pasado más arriba, que se forman esas balsas hasta que de pronto se rompen y el agua se lo lleva todo por delante, aunque esto lo tendrá que aclarar la investigación».
El empleado municipal añade que «un vecino ha contado que estaba en el puente -donde aparecieron los cuerpos de las dos niñas- cuando vino la riada y que fue algo horroroso, que si no lo ve no lo cree, que venían todos los troncos de golpe».
Ni ese jerteño ni Rafael García son los únicos que firman la tesis de la riada como causa de la tragedia, con el incendio del pasado abril como origen del problema. Esta versión es la que le ha llegado también a José Manuel García-Margallo, exministro de Exteriores y familiar de José García-Margallo. «Se produjo un incendio –declaró el exministro a Antena 3– y se habían acumulado una serie de ramas que ejercían de barrera. Cuando ha llegado el agua, la barrera natural ha saltado por los aires liberando el agua embalsada y haciendo que la crecida cobrara una velocidad exponencial». Además, precisó que el lugar en el que se produjo el suceso es «una zona segura, de aprendizaje» a la que sus familiares fueron «con la equipación adecuada».
Esto último lo ratificaba este viernes una de las personas que participó en las labores de rescate. «Llevaban el casco puesto e iban bien equipados, con sus trajes de neopreno», concreta. En cuanto a las características del Barranco de los Hoyos, se trata de una zona propicia para la iniciación al barranquismo, según coinciden en señalar varias páginas webs sobre turismo de aventura en el Valle del Jerte. De hecho, es un lugar que no atrae especialmente a quienes ya tienen cierta pericia en este deporte, que ven en él descensos demasiado sencillos.
La familia García-Margallo Guisado, que estaba pasando unos días de vacaciones en la comarca –se hospedaban en unos apartamentos rurales en Navaconcejo– no tuvo opción de comprobarlo. En el segundo rápel se quedó su intento. A unos doscientos metros de allí aparecieron los cuerpos de las dos niñas. Un poco más allá, el de su padre. Y más lejos el de la madre, en una piscina natural de aguas negras, llena de cenizas y malos recuerdos.
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