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«Ha sido como un bombazo. Lo primero que pensé es que había sido un atentado. Tembló todo». La sensación de Juan Ordóñez, vecino de la calle de Toledo, aún con el miedo en el cuerpo, no es muy distinta a la que sintieron quienes ... sobre las tres de la tarde de este miércoles vieron interrumpida su rutina por una fuerte explosión. Tras el impacto inicial, después de unos segundos de silencio que siguió al estruendo, comenzaron a asomarse a las ventanas y se encontraron con que el edificio del arzobispado estaba desnudo, con la estructura a la vista, y los cascotes esparcidos decenas de metros calle abajo.
Avelino Revilla, vicario general de Madrid, muy afectado por lo sucedido, explicó poco después de la explosión que el edificio de seis plantas que se vino abajo, destinaba cuatro de esos pisos a salones parroquiales y cáritas, y las dos últimas para viviendas, de las que podían verse desde lo lejos colgar un par de casullas.
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En el número 106 de esta calle del barrio de Latina, en el centro de Madrid -la explosión fue en el número 98-, los cristales cedieron al impacto. «La casa ha vibrado totalmente», comenta Raquel Álvarez que, como el resto, ha dejado su casa por precaución. «En otras casas, incluso, han entrado cristales y cascotes», relata.
«La policía nos pidió que bajáramos, que la zona no era segura», añade otro vecino que bendice su suerte y la de los niños del colegio de la zona. «Si llegan a estar en el patio... Ahí hay una cancha de fútbol sala que ahora está llena de cascotes. Menos mal que a esa hora estaban en clase tras subir del comedor», explica un profesor del centro que prefiere el anonimato.
Un poco más allá, en el bar de la esquina de calle Toledo con la glorieta central de la plaza, «todo tembló«. »Las puertas se abrieron de par en par. Nos quedamos paralizados. No sabíamos qué podría haber pasado. Pero no tenemos que lamentar ningún daño, ni personal ni material. El paisaje era propio de un atentado terrorista», comenta Juan García, un parroquiano que estaba apurando la última caña antes de subir a comer.
Un grupo de cuatro enfermeras de la residencia de ancianos, con el miedo aún en el cuerpo y la cara desencajada, daban las gracias a los viandantes que en un primer momento han ayudado a los ancianos a salir del edificio colindante al de la explosión. «Es como si el epicentro de un terremoto acompañado de una explosión hubiera sucedido en la pared aledaña. Hay que vivirlo para explicarlo», señala una de las especialista, que porta una bata blanca manchada con algunos restos de sangre.
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