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Dentro del aeropuerto de Kabul se escuchó la explosión, según testigos, que descalabró la seguridad, siempre relativa, que sentían los que aguardaban en la zona protegida por los marines. Entre los afganos que han podido cruzar la imposible frontera entre civilización y barbarie, un perímetro ... estrecho alrededor de una pista de aterrizaje, están también miembros de fuerzas de seguridad de los países que tuvieron presencia en Afganistán estas dos décadas, y algunos diplomáticos, como los españoles Gabriel Ferrán Carrión, embajador desde finales de 2018, ya en funciones, y Paula Sánchez Díaz, quien desde hace un año ocupaba la segunda jefatura de la embajada.
Como el viejo capitán en pleno naufragio, Ferrán, experto en Oriente Próximo y el Magreb con amplia trayectoria en el Ministerio de Exteriores, asumió el mando del regreso de sus compatriotas y el exilio de sus colaboradores afganos. Siempre con Sánchez, experta en Género y en procesos de desarme, de primer oficial del barco que se hundía. Ambos rechazaron la evacuación rápida, mientras sus homólogos de otras naciones subían a los primeros aviones y dejaban toda responsabilidad a los militares desplegados en la zona. A mediados de agosto cerraron la embajada (como los demás países occidentales) ubicada en el Distrito 9 de Kabul, y se trasladaron al aeropuerto que, después del atentado terrorista con más de 170 víctimas mortales, abandonaron en lo que el Gobierno anunció como los últimos botes de emergencia de su misión.
Desde esas instalaciones, el embajador con mandato vencido unos días antes del desenlace talibán, de 60 años y graduado en Derecho, y Sánchez, graduada en la Universidad Autónoma de Madrid en Traducción con un máster en la Escuela Diplomática de España, enfrentaron el caos. En tan complejas circunstancias resulta utópico tratar de imponer el orden, pero sí han logrado cumplir con el salvamento de vidas. Algunas de tantas. En once vuelos han organizado la salida de 2.200 personas. De ellos, más de la cuarta parte son afganos. Hombres, mujeres y niños. Y siempre se intenta salvar una más.
De alguna forma, la caída de Afganistán ha sido una prueba prematura en el viaje iniciático tanto de Ferrán como de Sánchez. Era el primer cargo relevante fuera de España para ella, que orienta su carrera hacia los países en conflicto y los procesos de paz, habla cinco idiomas y fue la octava de su promoción. Y era el primer destino como embajador de él, aunque desde los noventa ocupa distintos cargos de responsabilidad en Líbano, Malasia o Costa Rica. Al reto de evacuar un país que se desploma se añadía el precipitado desenlace: todavía en julio se abría una convocatoria para contratar gente local y un mes antes recibían donativos de libros de la Complutense para las universidades de la ciudad. El último tuit oficial invitaba a visitar España en verano.
Y comenzó la escapada. A pesar de las promesas talibanes, de respetar las vidas y los derechos humanos de los occidentales, Ferrán y Sánchez ordenaron el abandono de la sede, avisaron a sus colaboradores para que se reunieran con ellos en el aeropuerto, planearon en lo posible una vía de salida. Sobre las cualidades y personalidad de estos dos diplomáticos hablan sus actuaciones de los últimos días: tenían la lista de colaboradores y coordinaban la identificación. Estuvieron allí para recibirles y garantizar su integridad.
No obstante, era como recorrer un laberinto a ciegas. Sin mando real en una zona militarizada por las tropas norteamericanas, pero con el apoyo de 17 policías españoles de alto perfil en zonas de guerra, no pudieron llenar el primero de los aviones, que despegó con 53 personas. Había sitio, pudieron huir pero se quedaron, les aplaudieron en las redes sociales. Ahora bien, el aprendizaje sobre la marcha y también el orgullo, ejemplificado en la actitud de Sánchez que nunca usó el velo para ninguna de sus actividades, les haría perfeccionar la estrategia.
España pone fin a su presencia en Afganistán
Mikel Ayestaran
A. Azpiroz
Se centraron en rescatar a todas las personas de su lista de colaboradores, a pesar del cerco y los retenes de las milicias fundamentalistas, que ya habían anunciado que impedirían que la mano de obra especializada, como ingenieros o médicos, salieran del país. Localizar y trasladar cada vida que dependía de España era la prioridad de Ferrán, cuyo padre, Gabriel Ferrán de Alfaro, refrendó el tratado de ingreso de la nación a la Comunidad Económica Europea en 1985, durante el mandato de Felipe González. También de Sánchez, que hasta el último momento trabajó en un plan para erradicar los cultivos de opio, con propuestas alternativas dentro de la economía legal. Ahora ambos regresan como los últimos españoles residentes en Afganistán que, junto a otras 170 personas evacuadas, abandonan una tierra ocupada por quienes ahora la llaman Emirato Islámico.
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