La mina es uno de esos trabajos que te tienen que gustar, solo de esa manera llegas a asumir su peligrosidad. Manuel era feliz con su vida, con descender cada día miles de metros bajo tierra, «cuando bajabas no se te pasaba por la cabeza la idea de no subir».
Dice un dicho popular que la mina siempre avisa y en este caso no fue diferente. «Ese macizo siempre dio muchos problemas, las subidas de gas eran constantes, mis compañeros salieron unas cuantas veces de la mina. No era un trabajo normal, en otras ramplas era raro salir y si alguna vez sucedía con la ventilación que había el grisú se quitaba rápido».
El compromiso minero queda entredicho cuando escuchas a Manuel comentar que «a la empresa le interesaba sacar el carbón del séptimo porque era de muy buena calidad por eso tiraban tanto por ese macizo, si hubiese sido malo el séptimo se hubiese cerrado». Una realidad que unida al del cierre de la mina años más tarde deja en entredicho que el valor económico está por encima del valor humano. «Siempre me esforcé por hacer las cosas bien y ¿qué conseguidos? Unos no salieron del pozo y al resto nos dieron una patada», reflexiona este minero.
La 'Sonrisa Eterna'
Entre los seis fallecidos se encontraba uno de sus mejores amigos, Manuel Moure, «No he dejado de pensar que se ha ido una de las personas que quería mucho, a la que admiraba; la 'sonrisa eterna' le llamaba yo».
Todo pasa y toca queda y días después del accidente, Manuel tuvo que volver a trabajar, volver a ponerse el mono de trabajo, coger su lámpara, esperar a que llegará la jaula y adentrarse de nuevo en la mina; pero ya nada era igual. «Era como llevar una losa, cada paso que daba me preguntaba -qué gano yo estando aquí-», apunta este minero.
Ahora disfruta de su mujer y sus hijos, de los cueles se emociona cuando los nombra, con la mirada fijada en el futuro no olvida la mancha negra que le ha dejado el carbón.