María Iglesias, enfermera
María Iglesias, enfermera
Hace 28 años vio la luz María Iglesias Pérez en Velilla del Río Carrión. La localidad palentina, de poco menos de 1.200 habitantes, fue el lugar donde crecer y formarse durante su edad escolar. Ya de cara al instituto tuvo que desplazarse hasta el municipio de Guardo, con cinco veces más población. Esta pequeña migración no sería la última: sus estudios superiores se dieron en la Universidad de Ávila, provincia donde se sumaría como enfermera en una residencia al finalizar su carrera, y en la cual acabaría formando parte de la plantilla de su hospital en pleno covid, un centro médico en el que hoy continúa, trabajando en la planta de Neumología.
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«Desde pequeña quise dedicarme a la rama de la salud», recuerda Iglesias. «Como muchos otros niños a mi edad, tiraba más por la veterinaria, pero a finales de la ESO decidí que me gustaba más la rama humana». Fue sobre todo, rememora, «gracias a las clases de Biología de Marga Mancebo en el instituto de Guardo». Otro de los eventos decisivos en su formación tendría lugar a los quince años, durante una escapada veraniega en bicicleta con su pandilla: «Íbamos a una poza a bañarnos y vimos que el segundo grupo no llegaba; una de mis amigas de toda la vida, Ángela, se había caído y tenía una avería importante en la cara, el hombro, la pierna, todo el hemitórax izquierdo...», detalla.
Las curas del enfermero y la evolución de las magulladuras en su amiga despertaron la curiosidad de Iglesias: «Nunca he tenido problemas en secreciones, heridas o úlceras; jamás he sentido asco ni reparo hacia las vísceras o los órganos animales que nos traían para diseccionar en aquellas clases de biología», evoca. Así, fue encaminando su formación hacia la rama que le interesaba. Sin embargo, cuando llegó el momento de la verdad, los números no cuadraban: «Tras la prueba de acceso a la Universidad, la nota no me dio para la universidad pública», lamentó.
Podía haber sido el final de un sueño que apenas había comenzado a dibujarse, pero Iglesias a día de hoy sigue sin saber lo que significa rendirse: «Tenía claro que prefería cierta cercanía a mi casa y no me quería ir muy lejos, así que buscando dentro de Castilla y León descubrimos que Ávila era lo que más se adaptaba a lo que me gustaba», narra. «Es una ciudad tranquila y pequeña pero con muchas cosas, se puede ir a cualquier sitio andando y se vive muy bien». Su idea era una estancia temporal, pero terminó tan satisfecha que sus planes, hoy por hoy, pasan por quedarse en la provincia.
Hay una parte humana en la vocación de Iglesias: «Me gusta la interacción con el paciente; verle mal al principio y seguirle en su evolución». Pero más allá del cuidado desprendido, para alguien que nunca vivió de cerca con un familiar de avanzada edad o con una enfermedad grave, confiesa Iglesias que encuentra en su labor un pequeño subidón de adrenalina que le entusiasma.
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«Después de la carrera en la Universidad de Ávila hice una especialización en urgencias, emergencias y catástrofes», explica. Esta formación extra capacita a las personas tituladas en Enfermería para trabajar en UVI móvil o desarrollar a cabo intervenciones extrahospitalarias, incluso en plena vía pública: «Es algo tremendamente inesperado, cada día es una cosa distinta», indica con cierta emoción: «Se presentan de maneras imprevistas cosas muy graves que requieren una respuesta de actuación rápida y concisa, que abarca desde la estabilización del paciente hasta su traslado». Esta excitante sensación es, para Iglesias, combustible con el que realizar un trabajo profesional y serio, pero igualmente ilusionante: «El trato íntimo en una enfermera es indiscutiblemente importante, pero a mí siempre me ha costado más, me da cierta pereza lidiar con familiares de los pacientes, siempre he preferido lo técnico y la acción antes que la monotonía del día a día».
Su primer trabajo fue en una residencia de ancianos: «Fue algo duro, con poco personal y escasos medios, una gran carga de trabajo y altas ratios de los residentes», evoca. Allí, Iglesias aprendió «a parar y a estar quieta», a muscular su trato con los pacientes y a familiarizarse con las técnicas de administración de medicación oral y la cura de úlceras.
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Pero pronto su adrenalina tendría el mayor aliciente jamás conocido en su vida: en marzo de 2020 recibe una llamada de urgencia para incorporarse al Hospital de Ávila: «Telefonearon un sábado a las nueve de la noche para empezar el lunes». Todo trabajador sanitario ansía un salto a lo público, y así, tras un domingo de turno completo, Iglesias se incorporó para lidiar en primera fila con la mayor alerta sanitaria de los últimos tiempos: el coronavirus.
«Nos incorporábamos al hospital y no nos orientaban nada, no había margen para ese tiempo de preparación; el lema era 'Estamos muy mal, has llegado; así que con lo que sepas, tira hacia adelante'». El desamparo en recursos, materiales e información era total: los profesionales no sabían a qué se enfrentaban, si los medicamentos que administraban eran apropiados o cómo evitar contagiarse ellos mismos; pero frente a ello consiguieron crear «un ambiente de equipo muy grande» que hoy Iglesias recuerda, a pesar de todo, como «una etapa bonita».
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«El covid cumplió las expectativas de mi adrenalina con creces», ríe hoy la enfermera. Sus vivencias allí pusieron a prueba su serenidad en más de una ocasión: «En mi primera noche estaba a cargo de una planta de salida de quirófano donde las bombas de oxígeno de varios pacientes comenzaron a agotarse... y no sabíamos dónde o cómo reponerlas antes de que se acabasen». Tras unas horas frenéticas, tanto ella como su compañera, una estudiante de cuarto curso aún sin titulación llamada Candela, consiguieron solventarlo: «Fue un momento duro, por aquel entonces el agobio le podía a la satisfacción personal», evoca.
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Rubén Fariñas
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En aquellos meses oscuros también hubo momentos luminosos: «Recuerdo a un paciente de 80 años, ciertamente delicado, que todos los turnos a la hora de la cena pedía que le pusiéramos el altavoz para cantar una saeta o una canción tradicional», relata Iglesias. «No solo él se sentía genial, en medio de todo este caos sacaba fuerza para cantarnos a toda la planta y darnos las gracias».
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Superada la crisis covid, Iglesias ha renovado en el Hospital hasta hoy, donde trabaja una interinidad de noches fijas en la planta de Neumología: «Es un área muy técnica en la que se aprende mucho y, aunque son turnos duros, me ayudan a compaginar con la vida de mi hijo». Un 25 de diciembre de 2022 nació la última y mejor razón de María Iglesias para seguir en Ávila. Con todo, sus vivencias no la han hecho olvidar sus orígenes: «Pienso mucho en Guardo y en que es una zona que necesita un hospital comarcal», denuncia.
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