María Velasco, maestra en Vitigudino

Los que se quedan

De Australia a un colegio con un solo alumno: «Siento una deuda con mi tierra, está vaciándose»

De Australia a la Salamanca rural para ser maestra de inglés en clases donde ha llegado a sentarse con un solo alumno. Este es el viaje que María Velasco, natural de Toro, ha hecho por «compromiso» con su tierra y que le ha llevado a ejercer en pequeños colegios en las provincias de Zamora y Salamanca.

El viaje se inicia hace unos años. Tras titularse y becada por el Ministerio, se traslada a Australia para ser allí profesora de español. Todo va perfecto, pero echa de menos su localidad zamorana de origen y decide dar un salto total y regresar a Castilla y León. De manera «consciente» y «por decisión propia» acepta un puesto para ser maestra en un pequeño colegio rural en Robleda, al sur de Salamanca, más cerca de Portugal y Extremadura que de la capital salmantina.

Allí conoce lo que es moverse por las carreteras, de pueblo en pueblo, para ser la profesora de inglés de un puñado de niños de un centro rural agrupado, uno de esos colegios con pasillos de kilómetros, los que separan las puertas de las aulas repartidas por varios municipios. Ejerce en aulas unitarias, uno de los milagros de la educación regional. Allí donde no hay suficientes niños para conformar una clase con alumnos de la misma edad, conviven estudiantes de diferentes edades y etapas. En ocasiones, su alumnado se compone de un solo niño.

Ejercer así es duro. «Los maestros rurales viajan mucho», nos dicen en el colegio de Vitigudino donde ejerce ahora. Tiene muchos más alumnos que en Robleda, pero su elección ha vuelto a ser el mundo rural, en este caso, una cabecera de comarca.

«Uno termina la universidad, le animan a ver mundo y, siendo de inglés, pues fue un país de habla inglesa. No tuve suficiente con ir a Inglaterra y tuve la suerte de ir becada por el ministerio, había dos plazas. Allí que estuve un año en un colegio de Primaria en Australia, pero con el idioma cambiado: era la profesora de español. Pero echaba de menos mi tierra», comenta. «Llega un día que dije, 'igual tengo que volver', aunque tenía oportunidad de quedarme allí porque hay mucha demanda», dice. Su destino, muy claro: el mundo rural.

«Me quedé en dos provincias que les tengo cariño, Salamanca y Zamora, y aunque podía haber empezado a trabajar antes en otras comunidades, aprobé oposición sin plaza y me vine para Castilla y León. En vez de irme como todo el mundo, regresé», recuerda. Cuando llegó la llamada de la escuela rural no lo dudó. Su primer destino, Robleda, en Salamanca.

Puntera por resultados en el informe PISA, Castilla y León tiene en su escuela rural una de las banderas. Este curso, 38 unidades estarán abiertas con 3 y 4 alumnos, todas en pequeños centros lejos de los grandes núcleos de población y donde son frecuentes las aulas unitarias, donde aprenden juntos niños de diferentes edades y nivel de estudios. Una particularidad que exige un esfuerzo.

«Cuando llegué a un colegio pequeño tuve un poco de vértigo. Las clases con todos los niveles juntos demandan bastante al maestro, pero te dan mucho. En los pueblos pequeños tienes la posibilidad de conocer a todos los alumnos y alumnas y darles una educación muy personalizada. ¿Qué podría elegir colegios más grandes? Probablemente, y no tendría que coger el coche para venir, pero te dan otra cosa los pueblos. Si nos vamos todos a la ciudad, ¿quién va a quedar aquí? Es un tipo de educación muy especial, se crea un vínculo entre profesores y alumnos que dura para toda la vida», asegura María, que desde su Zamora natal recuerda cómo los profesores de su infancia recordaban a cada uno de sus alumnos en «aquellos pueblos en los que te quedabas aislado en invierno porque no pasaba la quitanieves».

De aquellos tiempos recuerda su llegada al CRA de Robleda y los cuatro alumnos que tenía en Peñaparda, tres de Infantil y uno de Primaria, y cuando se hacían desdobles «he llegado a tener un alumno en clase». «Es bonito, puedes hacer muchas cosas, pero otras las tienes que renunciar. Pero siempre es su turno y están motivados y para ellos es normal, no echan de menos que no haya otros alumnos», recuerda en comparación con sus treinta alumnos en Australia. «Era totalmente diferente, no creo que la escuela rural se contemple allí como en Castilla y León, es algo muy especial de esta comunidad», dice.

Su convicción sobre la importancia de ejercer en el mundo rural es tal que asegura que «sería muy bueno que todos los docentes moviéramos desde un aula unitaria a un CRA o un colegio grande» porque es algo «que nos va a enriquecer mucho».

«Se crea un vínculo, pero la carga de trabajo para los profesores es potente. Al final, la maestra que tiene un colegio de cuatro o cinco alumnos se pasa cinco horas allí con ellos sin compañeros, y se necesita un poco de refuerzo. La cabeza está cambiando de tarea cada rato, lleva carga de trabajo a casa y está también la soledad», es la principal pega. Esa sensación de soledad y la mejora de las instalaciones son las asignaturas pendientes.

«Especialmente, no sabría qué decirte qué es lo que me ata. Pero he creado una red muy buena entre los compañeros y en el asociacionismo, tanto en Toro como en Salamanca, y me da mucha pena irme y dejar los proyectos sin terminar», asegura, porque María es activa en asociaciones de barrio y pertenece a una agrupación musical en Salamanca y la Asociación Cultural Cermeña en Toro. «Siento una deuda con mi tierra que está vaciándose y es responsabilidad de los castellanos y leoneses tirar de nuestra tierra: me siento en deuda con Castilla y León porque a mí me ha dado mucho», afirma sin vacilación.

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