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Mientras la mayoría de las personas basan sus ingresos en un sueldo, Sor Marta vive bajo un esquema completamente diferente en el Monasterio Santa Cruz de las madres benedictinas en Sahagún (León).
Sor Marta recuerda con nostalgia el momento en el que descubrió su vocación. Proveniente de una familia cristiana, el deseo de consagrarse a Dios surgió en el monasterio de Leyre, un monasterio benedictino masculino en Navarra, a sus dieciséis años. Fue para ella una experiencia reveladora, en la cripta de la iglesia del lugar encontró un pequeño libro: La Regla de San Benito, un texto que guiaría su camino y encendería la llama de su vocación. Desde entonces, comenzó a buscar comunidades de monjas Benedictinas hasta dar con el Monasterio de Santa Cruz de las madres benedictinas en Sahagún.
Al principio, Sor Marta, no era consciente de cómo se gestionaban los recursos en el monasterio. Fue con el tiempo, a medida que asumió la responsabilidad de la tienda online cuando comenzó a entender el sistema económico del lugar. «Cada hermana, al final de mes, entrega lo que le toca a la madre superiora para que haga las cuentas» explica, «no hay sueldos individuales, todo se destina a la manutención común en una cuenta comunitaria que administra la madre superiora».
La comunidad obtiene recursos de diferentes fuentes de ingresos, pero la venta de productos artesanales, especialmente dulces, es el principal sustento. «Es uno de los pilares más importantes», afirma Sor Marta detallando que, recientemente, han ampliado su catálogo con productos de cosmética como cremas, jabones artesanales o labiales que permiten ingresos más estables durante todo el año. «Igual el dulce después de Navidad baja, pero la venta de cosmética se mantiene todo el año», asegura. Además, el monasterio recibe ingresos menores de un albergue que la congregación tiene alquilado.
El trabajo es, para Sor Marta, no solo una necesidad económica, sino también una actividad que enriquece a cada hermana. «El trabajo es necesario para la realización personal y para no estar sin hacer nada», comenta.
El monasterio se ha ido modernizando con los años, tal vez por la relación estrecha que Sor Marta tiene con las redes sociales en su faceta de 'Tiktoker' e 'influencer' y, actualmente, el monasterio cuenta con un enlace para donaciones en la plataforma digital de pago PayPal, pero Sor Marta aclara que «no es una fuente importante». «Tampoco recibimos nada del Obispado, somos autónomas», señala, «porque ese dinero se dedica a otras necesidades». En su lugar la comunidad se centra en ser autosuficiente, asegurando su sostenibilidad mediante la combinación de trabajo y una gestión austera.
La vida en el convento cambió la percepción de Sor Marta sobre el dinero. Para ella, el voto de pobreza es más que un principio espiritual. Sin embargo, le da más importancia a la práctica diaria del desprendimiento: «si necesitas un coche, no te compres el último modelo, sino algo que se adapte a tus necesidades», explica, «es el equilibrio lo que importa, el no aferrarse a las cosas».
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Además, el monasterio se asegura de que cada hermana tenga seguridad económica en la vejez. «Por eso es tan importante darse de alta como autónomas para tener una pensión», comenta. Esto permite que las hermanas puedan acceder a una pensión tras años de servicio. «Es obligatorio darse de alta como autónomas al tercer año y comenzar a cotizar», asegura.
Este testimonio de Sor Marta revela la realidad de la vid monástica lejos de ese mito popular de que las monjas cobran un sueldo. Su vida económica es más bien una relación forzada con el dinero que, aunque necesario, es tratado como un recurso secundario en comparación con la fé y el servicio comunitario
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