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Es el epitafio del Carnaval, un desfile lúgubre que llora la muerte de la sardina.
León ha vuelto a celebrar en el Miércoles de Ceniza el tradicional entierro de la sardina, una tradición donde la parodia, el humor, la reivindicación y el folclore se dan la mano para poner fin al Carnaval y, aunque no estén íntimamente ligados, dar comienzo a la Cuaresma.
Con un desfile que partió a las 20:00 horas para recorrer, como es habitual, las calles del casco histórico de la ciudad, la Sardina estuvo acompañada de las plañideras, que lloraban su muerte con la que también muere una edición más del Carnaval.
Tras ese recorrido por el corazón de León al compás de la banda musical y de los sollozos de las plañideras, el cortejo fúnebre llegó unos 45 minutos después hasta la Plaza de San Marcelo, en un recorrido acortado por la amenaza de lluvia, donde se procedió al funeral.
La música fúnebre anticipaba el final ya conocidos por todos: la quema en la hoguera de la Sardina, encendida por los zafarrones de Riello.
El obispo, el monaguillo y el fiscal oficiaron una ceremonia donde la ironía y la sátira marcaron el discurso. Las referencias al soterramiento prometido pero nunca ejecutado en Trobajo del Camino, las inversiones en otras ciudades donde se «dilapidan» y el «mosqueo» de las gentes de León estuvieron presentes.
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«Muchos dicen que para protestar, si no nos escuchan. Pero, si nos dejamos, nos quitarán hasta el habla», mencionó el fiscal, que dio permiso para quemar esta sardina que ha llegado en mal estado a León desde los puertos del norte por la espera «del permiso que tenían que dar en 'Valladolor'».
Con algo de suspense y dificultades para que el fuego fuera haciendo ceniza a la Sardina, debido a la humedad del ambiente, se dio por finalizado el Carnaval con esta tradición.
Esta tradición tiene origen hace casi 300 años, en el siglo XVIII cuando el rey Carlos III, ensando en la Cuaresma y la prohibición de comer carne, realizó un encargo de sardinas que, debido a que el transporte entonces no era muy rápido, no llegó en buen estado a Madrid.
Así que, según cuenta la leyenda, debido al fuerte olor que despedían, los nobles de la corte real decidieron enterrar las sardinas en la orilla del río Manzanares.
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