Henar García Casado, directora del Centro Penitenciario de León
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Henar García Casado, directora del Centro Penitenciario de León
«La reinserción de condenados por violencia de género es posible con trabajo y terapia»Corría marzo de 2021 cuando el Centro Penitenciario de León daba la bienvenida por primera vez a una mujer como su directora. Tras 22 años de historia, una mujer asumía por primera vez la dirección de un centro que en la actualidad custodia alrededor de 800 presos, siendo uno de los más grandes de Castilla y León y referente para el resto de prisiones de España. Henar García Casado (Villagallegos, León, 1977) hacía así historia.
Psicóloga y criminóloga de profesión, tomaba posesión del puesto con cierto «desconcierto» inicial tras una trayectoria profesional ligada íntegramente al centro penitenciario leonés. Aunque reconoce que nunca se había planteado llegar a la dirección de una prisión que la ha visto formarse y crecer durante los últimos 20 años, García asumía su nuevo rol como un reto y una oportunidad para dejar su impronta en la gestión del centro.
Nunca imaginó de niña que la vida la llevaría a trabajar a un centro penitenciario, y mucho menos a dirigirlo. Fue durante sus estudios de criminología cuando se produjo el primer acercamiento a la institución, en la que nunca se vio trabajando «por desconocimiento, principalmente». Tras realizar labores como voluntaria de diferentes organizaciones, decidía preparar la oposición para el cuerpo superior de técnicos en instituciones penitenciarias en especialidad de psicología.
Trabajo y una pizca de suerte hicieron que la leonesa se saltara la parte del 'turismo penitenciario' -trayectoria habitual que atraviesan la mayoría de funcionarios de prisiones por cárceles de toda España hasta volver con plaza a casa-. «Tuve mucha suerte, soy un bicho raro en ese sentido», reconoce García, que tras mantener un primer contacto en sus prácticas, vio cómo su primer destino era León. «Me tocó la lotería», celebra.
Henar García nos recibe en su despacho. Ubicado en el segundo edificio que conforma el Centro Penitenciario de León y donde se encuentran el resto de oficinas, pequeños detalles nos dan pistas del trabajo que se realiza en prisión. Lo primero que nos llama la atención es una maqueta de un hórreo. «Lo hicieron los presos en los talleres, y también ese barco de ahí», dice, señalando una imponente nao «hecha con materiales reciclados».
Desde el 16 de marzo de 2021 este despacho se ha convertido en poco más que su segundo hogar. Tras un parón en su trabajo como subdirectora de tratamiento del centro en 2014, se reincorporaba unos años más tarde ya como madre de tres niñas y retomaba su plaza de psicóloga hasta llegar a la dirección de la prisión. El puesto, de libre designación, llegó por sorpresa y con cierta incertidumbre, ya que García siempre se sintió cómoda en su papel como psicóloga y trabajando a diario con los internos. Cuenta con cierta nostalgia cómo desde joven, cuando explicaba que era psicóloga y trabajaba en prisión, los comentarios más repetidos eran «Ay, pobre». «Sin embargo a mí siempre me gustó muchísimo trabajar aquí, dentro, con los internos», reconoce.
Pero, ¿por qué ella para dirigir la cárcel? «Supongo que un poco por el motivo por el que vienes tú hoy a hacerme esta entrevista, porque no había habido ninguna mujer en este centro dirigiéndolo», cuenta. Tras años trabajando desde la secretaría general para fomentar que las mujeres accedieran a las direcciones de las cárceles, León lo conseguía en 2021. «Lo cierto es que no es lo habitual. Tengo tres hijas y quiero que ellas piensen y tengan claro que pueden hacer lo que quieran», sigue.
En Castilla y León la tendencia comienza a cambiar. De los ocho centros penitenciarios de la comunidad, cinco -León, Segovia, Burgos, Palencia y Ávila- están dirigidos por mujeres. En estos tres años como directora, no ha notado diferencias en cuanto al género respecto a sus dos antecesores. «Creo que es más cuestión de cada persona, cada uno tenemos nuestro estilo, nuestro librillo y haremos cosas bien o mal. Yo no he percibido ningún cambio, y en mi caso llevaba 20 años trabajando aquí y prácticamente todo el mundo me conocía», sigue García.
En septiembre de 2024 el Centro Penitenciario de León (que no Villahierro, como se acostumbra a llamarlo erróneamente al tomar el nombre del paraje donde se ubica; ni de Mansilla, porque es provincial) cumplirá un cuarto de siglo. 25 años en los que se ha convertido en un centro de referencia para el sistema penitenciario español y, por ende, para países europeos como Francia, y cárceles de Latinoamérica y norte de África.
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Uno de los grandes hitos de la prisión leonesa, recuerda García, es la puesta en marcha de los módulos de respeto. Sistema pionero de los primeros años del siglo XXI, este proyecto se ha ramificado a la práctica totalidad de prisiones, un «orgullo» para todos los trabajadores. Estos módulos parten de la premisa recogida en la Constitución de que el principal cometido de las cárceles es la reeducación y la reinserción social. «Históricamente se ha tratado a las personas que entraban a prisión como enfermos sociales», recuerda García. Con el tiempo ese planteamiento se ha cambiado, reformulando esa consideración y entendiendo que la reeducación y la reinserción «es posible siempre y cuando previamente haya habido una educación y una inserción que, en muchos casos, no ha sido posible en personas que no han tenido una vida normalizada de pequeños».
Así nacían los módulos de respeto, un programa en el que se trabaja con los reclusos para dotarles de una estructura «personal, conductual, social y laboral» que establezca condiciones básicas de cuidado personal, del entorno, de organización del tiempo y rutinas y de convivencia. «Sobre esa base luego trabajamos en aspectos que cada persona tiene deficitarios y que le han llevado a una repercusión criminológica», señala la directora. Tras esta primera fase se pasa a introducir los programas específicos para cada recluso, ya sea por delitos de violencia de género, por delitos sexuales, por consumo de sustancias o por otros casos.
El programa concreto de violencia de género dura alrededor de un año, en el que se trabajan contenidos diversos de corte terapéutico que dirigen las psicólogas del centro. El objetivo, conseguir que los agresores sean conscientes de lo que han hecho, abordando aspectos relacionados con los sesgos cognitivos que tienen en relación a la concepción de la mujer, de la pareja o de los celos. En grupos de diez o doce personas se abordan estos temas, estableciendo trabajos individualizados para profundizar en cada circunstancia personal.
«En muchos casos las sesiones son difíciles porque cuando ocurren delitos de violencia de género en entorno dice 'qué raro que haya hecho eso, si es muy majo, siempre saludaba'. Y probablemente era así, pero esa percepción de que 'no han hecho nada' se extiende aquí», explica la psicóloga, que enfatiza la importancia de que los condenados «asuman los hechos, no los minimicen y reconozcan lo que han hecho».
Además de como directora del centro, Henar García como psicóloga sabe bien lo que es enfrentarse a este tipo de sesiones y a los condenados. «Nosotros estamos aquí, conviviendo diariamente con estas situaciones -crímenes machistas, delitos de abuso sexual, etc- que en el resto de la sociedad se van olvidando», recuerda, al tiempo que sostiene que «a nivel emocional y moral somos igual que el resto de la población, por lo que supone un desgaste importante». «Al final tienes que hacer un poco una disociación. Tú aquí no eres persona, eres profesional y estás trabajando con una persona, no con un delito. Porque los delitos están catalogados y clasificados, pero las personas son muy variadas, y debemos focalizarnos en la persona», explica.
La siguiente pregunta es obligada, ¿es posible la reinserción en estos casos? La respuesta, contundente. «Sí, trabajando bien es posible». Y para demostrarlo, presenta datos. «Las tasas de reincidencia se reducen de manera general, pero lo hacen más claramente cuando ha habido intervención terapéutica. Esto no quiere decir que pase en todos los casos, ojalá algún día pueda haber un éxito del cien por cien, pero así lo indican los estudios».
El centro penitenciario de León cuenta con cerca de 780 presos en la actualidad, de los que el 10%, unas 70 personas, son mujeres. Desde 1995 y gracias a una reformulación de la estructura física de los centros en aras de fomentar esos objetivos de reeducación e integración social los centros nuevos, como el de León, se estructuran en módulos, departamentos que dividen a los internos por el tipo de programa que se desarrolla en cada uno.
En el caso de las mujeres, minoría en el sistema penitenciario español, se dan dos tipos de ingreso. Aquellas que no quieran participar en programas, que son siempre voluntarios, pueden cumplir su condena en un módulo solo para mujeres. Sin embargo, las que optan por asistir a estos programas, lo hacen en módulos mixtos. «El objetivo es que tengan acceso a todas las opciones académicas, laborales, etcétera igual que lo hacen los hombres». Nacen así los módulos mixtos, ya que no hay recursos para crear uno solo de mujeres, y se conciben como un fiel reflejo de la sociedad normalizada.
¿Y si una mujer es madre? Si ingresa una interna que acabe de ser madre y quiere estar con su bebé, es trasladada al módulo de madres de Madrid, donde pueden vivir con sus hijos hasta los tres años. Lo cierto es que la cárcel ubicada en el término municipal de Mansilla de las Mulas cuenta con una guardería, recuerdo del origen del centro, pero en desuso. En casos en los que la condena lo permita y las mujeres cumplan su pena en medio abierto, se fomenta la creación de unidades de madres, una especie de CIS pero dedicados a estos casos en los que los bebés pueden salir a la guardería o a clase y las madres, a trabajar.
La llegada de Henar García a la dirección del centro penitenciario de León supuso un hito importante tras años de esfuerzo por fomentar la participación de las mujeres en la instituciones penitenciarias. El centro leonés cuenta con un total de 543 trabajadores. De ellos, 38 son personal laboral (27 mujeres) y 495 funcionarios de carrera (131 mujeres). Una diferencia que se va reduciendo con los años. De hecho, en las dos últimas promociones son más las mujeres que aprueban que los hombres.
Las mujeres son mayoría en sanidad y en el área de tratamiento, donde hay más psicólogas, trabajadoras sociales y educadoras que hombres. La diferencia más importante está en el número de funcionarias que trabajan en interior, en seguridad. Desde 2005 la cifra ha ido creciendo, pero aún hay importantes desequilibrios.
Asegura la directora del centro que «en general» las profesionales no notan diferencias respecto a sus compañeros en el día a día, aunque reconoce que «de manera puntual puede haber algún interno que tenga comportamientos inadecuados como decir 'oye, guapa' a una funcionaria, pero son situaciones muy puntuales» porque «en general existe muchísimo respeto hacia la mujer en el medio penitenciario».
A pocos días de que se cumplan tres años de su nombramiento como primera directora del Centro Penitenciario de León, Henar García celebra que en este tiempo «la cárcel ha salido fuera y fuera ha entrado dentro», en un reto de apertura para que se conozca el trabajo que se realiza en una institución que «forma parte de la sociedad». «La prisión desde tiempos inmemoriables forma parte de nuestra vida, y hacer como que no existe no es eliminar el problema, todo lo contrario».
Porque uno de los principales objetivos que persigue García es que la sociedad en su conjunto «conozca cómo funciona y cómo trabaja una prisión, y tenga una visibilidad real más allá de temas morbosos».
La colaboración con otras instituciones como la Universidad de León, que cada año programa visitas con alumnos al centro; con la Cámara de Comercio; con el Instituto Leonés de Cultura, que permite la entrada de un bibliobús a la prisión siendo la única cárcel de España con este servicio; o las salidas programadas con la colaboración de Mansilla de las Mulas o la Reserva de la Biosfera de Omaña y Luna permiten un intercambio y una sinergia entre el centro y la sociedad, que se hará más visible durante este vigesimoquinto aniversario en el que se organizarán jornadas de puertas abiertas (siempre con supervisión y seguridad) para acercar el trabajo que se realiza en un centro imprescindible.
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