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La familia de Felipe Gutiérrez no quiere justicia. Lo que buscan es que su historia no se vuelva a repetir o que «por lo menos, se sepa». Su sufrimiento, viene de una duda: si su marido, padre, abuelo, podría haberse salvado en otras circunstancias ... de asistencia sanitaria.
Aseguran ser las otras víctimas de la covid. Esas personas que dejaron de tener un acceso a la Sanidad adecuado debido a la saturación del sistema. La mujer de Felipe, recién jubilado con 65 años, relata cómo, desde marzo, la salud de su marido comenzó a empeorar y sólo recibían asistencia telefónica «a través de incontables llamadas».
«A principios de abril, comenzamos a llamar porque tenía los niveles de azúcar totalmente descontrolados y ya arrastraba problemas digestivos desde diciembre». Cuenta Marimar que su marido ya no comía, y estaba tomando analgésicos para los dolores de barriga día y noche. «No subimos a urgencias durante el confinamiento porque con las pastillas, iba pasando el dolor y decían que sólo fuéramos para lo imprescindible. Además, a urgencias no iba a ir sin un volante ni nada porque, visto lo visto, no me iban a atender o me dirían que eran gases como ya me dijeron por teléfono».
Tras levantarse el estado de alarma, y tras dos meses con el azúcar alto y pastillas para el dolor de barriga que padecía, Felipe es atendido presencialmente en junio en un centro de salud de la capital leonesa. Sin embargo, les siguieron recetando «pastillas y sobres para el estreñimiento y después de una semana lo único en lo que avanzamos fue la repetición para dentro de un año de una prueba de hígado que en diciembre había dado un resultado dudoso».
Entre una mezcla de fechas desordenadas propio de una mujer que ha perdido a su compañero y que vive con la sensación de «que se podía haber hecho más», Marimar continúa relatando que cuando ya lo veía «hinchado, con más dolor, la barriga dura y mal color, volvimos a conseguir una cita presencial con el médico de cabecera». De nuevo, el diagnóstico apuntaba a una cuestión de aire en el estómago y Felipe regresa a casa «con las mismas».
Marimar, que veía con intranquilidad cómo Felipe iba empeorando, no cesó en su empeño personal de que un médico lo volviera a atender y le hiciera algún tipo de prueba que arrojara un diagnóstico del que se pudieran fiar. «A los cinco días, ya vuelvo a llamar pidiendo, por favor, que le realicen una ecografía urgente o alguna prueba. Ya nos mandan al hospital con un informe en el que se hablaba de una posible paralización de intestino». Entonces, ya era 28 de agosto y tras ocho horas de pruebas, Felipe es diagnosticado con un tumor de páncreas con metástasis en la zona sin posibilidad de curarse.
Desde entonces, los cuidados se redujeron a paliativos hasta que finalmente falleció el pasado miércoles en el Monte San Isidro.
«Es una dejadez de médicos, la Sanidad le ha dejado de lado después de toda la vida trabajando», asegura Marimar, a quien le atormenta esa duda de «si las pruebas de agosto se hubieran hecho en marzo o antes, cuando veían que el páncreas no funcionaba, hubiese tenido alguna posibilidad».
La familia mantiene que los mismos médicos, sin el coronavirus copando la asistencia médica en hospitales y atención primaria, hubieran podido hacer más. «No quiero meterme en líos judiciales, pero cuento esto porque quiero que los médicos sigan tirando para arriba. Los médicos tienen que protegerse, pero que atiendan a la gente o si no, que dejen la vocación de médicos».
El hijo de Felipe, de nombre homónimo, mira las fotos de su padre colgadas en el mesón de la familia en la avenida de San Mamés y lanza una última reflexión: «Te queda la duda de si pudo salir o no pudo salir. No sé... igual no hubieran podido hacer mucho, pero por lo menos, intentarlo».
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