Se han ganado un derecho de plaza por asentamiento. Hace ya 33 años que un pequeño osezno llegaba en furgoneta y con biberón al Coto Escolar de León, procedente del zoo de Matapozuelos. Unos meses más tarde, una compañera, algo más resabiada, le haría compañía. Y desde entonces, ambos son «la joya de la corona» del aula didáctica de educación ambiental que existe a escasos metros del centro de la capital leonesa.
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Ponderosos y Luna son las «estrellas» del recinto. «Las generaciones con 50 años o menos tienen en mente el Coto por el pan con miel y por los dos osos», reconoce la directora Tere Santamaría.
Estos dos osos llevan conviviendo más de tres décadas en cautividad y guardan el secreto de la longevidad en la especie. «Los dos tienen 33 años y eso es casi impensable para unos animales que viven entre 25 y 30 años». La clave para que se mantengan fuertes y sanos parte de una alimentación muy humana. Son omnívoros y, como tal, comen cualquier cosa: «Si los niños comen patatas con carne y pescado, los osos comen patatas con carne y pescado». De hecho, una de las tareas para los alumnos de esta instalación municipal es seleccionar la basura orgánica y la no orgánica para que los restos puedan ir a los plantígrados, incluyendo bocadillos de Nocilla. La peculiaridad para lograr esta supervivencia también se encuentra en los cuidados que aquí reciben ya que ni pelean por la comida ni tienen que luchar entre ellos. «Se les pone todo a plato puesto», incluyendo carne cruda de pollo y piensos especiales reforzados con calcio y otras vitaminas.
Todo ello ha permitido a ambos ejemplares estar entre los más longevos del país. Además, en el caso del macho, cuenta con un cráneo de unas dimensiones que ya no se dan en la península Ibérica. «Muchos taxidermistas están detrás de nosotros y el día que falten estarán destinados a poderse disecar para que las nuevas generaciones sigan admirándoles como parte de nuestra historia», argumenta la directora.
El Coto Escolar ofrece una posibilidad «única» a los miles de niños que pasan por estas instalaciones cada año. «Ver un oso tan cerca, a menos de dos metros, no es fácil», explican quienes les mantienen. Eso sí, siempre hay que tener precaución con unos animales salvajes con los que hay que tener distancia de seguridad, más aún con la hembra Luna. «El oso es muy bueno, muy tranquilo, como un oso de peluche grande; la osa es un poco más arisca, imprime su carácter y marca la pauta de la pareja».
Con la llegada del invierno, Ponderoso y Luna ya están preparando el cobijo donde hibernar, aunque no lo harán como los que se encuentran en libertad. Pasarán algunas semanas escavando, preparando su osera particular donde guardarán la comida y el pelaje para resguardarse del frío. De momento, siguen haciendo al aire libre las delicias de los visitantes. «A los niños se les ilumina la cara, la gente no se cree que tengamos osos aquí, en plena ciudad», insiste Tere. «Son un símbolo e historia del Coto».
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Quien más tiempo pasa con ellos es Marcos Suárez. Este trabajador es el encargado del cuidado y mantenimiento de los plantígrados. Llegó a la instalación municipal el mismo año que Ponderoso y espera jubilarse antes de que el oso muera. «Es mi favorito porque entramos juntos, e incluso me he abrazado con él recién llegado».
Considera una «maravilla» disfrutar de un trabajo en el que los animales ya le conocen y le atienden en un recinto que es «la única forma» de que los niños puedan conocerlos un poco más y aprender sobre ellos.
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Marcos les alimenta con las sobras de la cocina del comedor y con carne de pollo y verduras y frutas de la huerta del Coto. A ello suma la gran recompensa para ellos: la miel. «Les damos un poquito para que nos hagan más caso y les encanta. Se la damos en una cuchara, como si fuera un yogur, y se entretienen bastante tiempo», explica mientras uno de ellos llena de lametazos los barrotes de la jaula en busca del néctar.
El cuidador siempre evita correr el riesgo de compartir estancia con unos osos que no dejan de ser animales salvajes. Acercamientos sí que ha tenido y se permite tocarles o que se arrimen y le huelan; aunque también se ha llevado algún susto: «Sin querer, sacan la mano y te cogen un cordón de la bota o te coge un guante. Él quiere olisquear como un perrín, pero te llevas el susto», recuerda.
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A primera hora de la mañana ya le buscan en la compuerta por la que les pasa los alimentos. «Se ponen ahí como diciendo: buenos días, dame de comer que desde ayer no te veo». Y es que tienen sus propios horarios y costumbres. Posteriormente, el mantenimiento se realiza con zonas estanco que se abren y se cierran para nunca ocupar el mismo área que los plantígrados.
Se trata de un trabajo «de riesgo y poco complejidad» para garantizar que las futuras generaciones de León puedan seguir disfrutando de unos ejemplares únicos, longevos como pocos en España, y que siguen haciendo las delicias de pequeños y mayores en cada visita al Coto Escolar.
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