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Citas telefónicas, pacientes en situaciones graves y restricciones por la COVID-19. Ese fue el inicio de Paula Tornero en su residencia MIR en el año 2020, una aventura que normalmente comienza en el mes de mayo, pero que debido al confinamiento se retrasó a septiembre.
Cuatro años después, alrededor del la mitad de los que entraron como residentes en León permanecerán en la ciudad con contrato después de haber completado con éxito las labores en la especialidad a la que accedieron cuando realizaron el MIR. Serán 33 de los 65 residentes los que firmen el contrato para seguir en la ciudad, aunque de momento sólo se está llevando a cabo las firmas de los contratos de fidelización.
Durante los dos años en los que todo estaba condicionado por la situación pandémica la vida se volvió casi deshumanizada. Sin el cara a cara, sin presencialidad y con la distancia y la superficialidad que asolaba a las relaciones virtuales, los nuevos integrantes de la residencia de hace cuatro años tuvieron que hacer frente a una dura realidad que a Paula le hizo tambalear su futuro: «Hubo un momento que me pregunté que qué hacía yo allí y me planteé hasta dejarlo, sólo dabas resultados de PCR, decirle a la gente positiva las medidas que tenía que tomar y ver a pacientes realmente graves».
Pero el camino hasta llegar allí no había sido fácil. Ni siquiera era ese el que Paula quería coger. «Yo quería anestesia, pero no me dio la nota la primera vez, así que lo repetí, me confié y saqué aún menos», confiesa, «así que me metí a Medicina Familiar, pero poco convencida». Es de esas situaciones en uno tiene que obligarse a que la mente mande sobre el corazón y sobreponerse a lo que se presente, porque era una especialidad a la que ya había dedicado tiempo en sus prácticas de sexto de medicina y no terminó de encajar. «Nunca me había planteado hacer Familia, no me gustaban las consultas del médico con el que estaba, pero luego cambió todo y ahora estoy encantada», reconoce.
El trato con el paciente es lo que más le gusta, aunque nada como atender en zonas rurales. «Nosotros tenemos un mes en zonas rurales y yo repetí otro mes más», comenta Paula, a la que por el momento no le han ofrecido continuar. «La gente no es tan exigente, en la ciudad van a la consulta y te dicen lo que les tienes que dar, y eso no es así», se queja, añadiendo que, además, «la gente no va por cualquier cosa».
Leonesa de nacimiento, se graduó de Medicina por la Universidad de Extremadura. Volvió a León por varios motivos, pero el principal fue su abuela, que ya tiene 100 años «y si le pasa algo estando yo fuera...». Cuatro años dan para dar y regalar, pero si se tiene que quedar con algo que le caló de verdad es, sin dudarlo un segundo, la rotación de paliativos. Lo define de manera clara y muy concisa: «Eso es criminal», aunque después reconoce que, a pesar de la crudeza, el hecho de acompañar a personas solas en los últimos momentos de su vida también es «súper bonito».
«Una vez vino una mujer paliativa con cáncer y lo primero que nos dijo es que no quería morirse», relata Paula, casi angustiada. «Venía con su hija de 10 años y cuando se murió la avisamos y le decía «mamá, despierta» y acabé llorando yo con la niña», explica. «Yo no podría, los médicos de paliativos tiene una endereza impresionante».
Como a toro pasado todo es rabo, Paula sí que se arrepiente de algo que a lo que en la residencia no le prestó demasiada atención: hacer cursos de investigación, de habilidades comunicativas o en docencia, por nombrar algunos de los que se ofertan para los residentes. «Al principio me decían de hacer un curso de investigación y yo me negaba por pereza y porque en ese momento quieres vivir la vida, pero ahora que estoy en la bolsa de trabajo y veo la importancia que tienen sí que me doy cuenta», subraya.
Caso diferente es el de Laura Lozano, de la especialidad de Ginecología y graduada previamente en Lleida. Siempre quiso decantarse por esa rama, nunca dudó. «Entré convencida y hoy estoy aún más convencida que cuando empecé», dice, «y lo volvería a hacer», incide orgullosa.
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Su experiencia en Ginecología fue más suave que la de Paula en Médico de familia. «Durante la COVID no notamos muchos cambios, sólo a lahora de redistribuir a la gente, pero la labor asistencial seguía siendo la misma de siempre». Eso sí, notó que había menos volumen de pacientes en urgencias y la gente que acudía estaba «más apurada». Pero, en líneas generales, «no tuvimos una situación comprometedora».
La transición de la universidad a la residencia fue paso a paso. «En el primer año no te exigen algo a lo que no puedes llegar, por lo menos en mi especialidad», reconoce. «Los adjuntos son conscientes del cambio que supone y en ese sentido Ginecología es buena».
Sin embargo, su especialidad se basa en blanco o en negro. No hay medias tintas. «No puedo recalcar un caso en concreto, aquí cuando las cosas van bien es todo bonito, pero cuando van mal es un área muy dura», relata la leonesa, que seguirá trabajando en el Hospital con contrato tras sus cuatro años de MIR.
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