Corría 1987 cuando Enrique Castrillo asumía el reto que marcaría su carrera profesional y en gran parte su vida personal. Al frente de la Unidad de Seguimiento de afectados por el Síndrome del Aceite Tóxico, este médico y su equipo se enfrentó al desafío de ... recuperar física y psicológicamente a pacientes cuya vida había cambiado por completo tras ingerir aceite de colza desnaturalizado en el mayor envenenamiento masivo de la historia de España.
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Solo en la provincia de León más de 200 personas fallecieron y, según el censo oficial, 1.073 enfermaron, unas cifras que en el conjunto del país se disparan a más de 25.600 afectados.
«Empezó en zonas humildes de Madrid y luego pasó a Castilla-La Mancha. En Castilla y León y más concretamente en nuestra provincia las zonas más afectadas fueron El Bierzo y especialmente la zona del Cea, de Sahagún de Campos y exactamente el primer caso fue en una posada que se llamaba La Asturiana».
Castrillo explica que todo empezó «como un inicio de un virus, no se sabía el patógeno que estaba causando los síntomas en tanta gente y durante dos meses epidemiólogos y científicos se afanaron en descubrir la causa de la epidemia».
La primera pista la dieron los niños. La Fundación Jiménez Díaz, el Hospital Rey Juan Carlos, el 12 de Octubre y el Niño Jesús, todos en Madrid, empezaron un estudio en el que descartaron la fase infecciosa. «El pedriatra Tabuenca y el doctor Casado se toparon con un caso especial, un niño de entre 6 y 9 meses que tenía los mismos síntomas que sus familiares, y la primera pregunta fue qué había comido, a lo que la abuela respondió que le había dado algo de aceite porque estaba estreñido».
El 10 de junio de 1981 y tras una primavera devastadora el Ministerio de Sanidad publicó oficialmente que el causante del envenenamiento era el aceite de colza desnaturalizado y vendido a granel.
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Apenas se registrarían casos a partir de ese día, pero las secuelas de aquellos afectados se mantendrían para siempre como recuerdo del envenenamiento. Deformidades en las manos, mialgias, insuficiencia respiratoria, hipertensión pulmonar o trastornos hepáticos fueron algunas de las secuelas principales a las que el equipo sanitario tuvo que enfrentarse, sumando a los problemas físicos un estado psicológico de los pacientes muy delicado.
El trabajo de Enrique Castrillo se materializaría en una tesis de referencia sobre la evolución de 802 afectados a lo largo de 20 años. «Es el trabajo de mi vida, y no lo podría haber hecho sin mis compañeros Julio Martínez Crespo, Joaquín Juan Diéguez, María Isabel González Vázquez y todos los equipos de laboratorio, atención primaria y diferentes áreas sanitarias».
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Varias plantas del Hospital de León se cerraron durante la primavera de 1981 para tratar a estos pacientes que llegaban masivamente al centro sanitario. Una situación que presenta muchas similitudes con la vivida 39 años después en una pandemia que supondría, de nuevo, todo un reto para la sanidad mundial.
«Los pacientes que ingresan hoy con la covid-19 presentan síntomas y patrones de neumonía bilateral, que es la misma que tenían los pacientes que había tomado aceite de colza, una neumonía atípica».
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Los meses de trabajo a contrarreloj para encontrar una causa y una cura en 1981 supusieron un auténtico reto para científicos y epidemiólogos de todo el mundo, y trabajos como el del equipo del doctor Castrillo o el de los pediatras Casado y Tabuenca un avance para la sanidad mundial que tiene aplicaciones hoy en día para tratar a los pacientes afectados con el SARS-CoV-2.
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