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Podría definirse como un culo inquieto y ambicioso. La búsqueda de la excelencia, una mayor exigencia e ir cada vez a más son tres apartados que definen a la perfección a Maite Calvo Fernández, una leonesa natal de Audanzas del Valle que desde 2015 desarrolla su admirable carrera profesional como Senior Research Laboratory Manager en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York.
Nunca tuvo un plan de vida establecido. De hecho, llegó a abandonar la carrera de Biología por no ser «una estudiante ejemplar», aunque años después decidió retomarla y antes de siquiera poseer el título ya tenía la posibilidad de firmar un contrato en tierras newyorkinas. Mientras trabajaba como Técnico Superior de Laboratorio en el Vall d'Hebron Institute of Oncology (VHIO) de Barcelona, un compañero viajó hasta Estados Unidos para realizar un postdoctorado, donde no paraba de hablar de ella. «Al parecer, cada vez que comentaban sobre cómo se hacían ciertas técnicas en Cornell (su antigua empresa), él les decía: «Pues Maite puede hacer eso y mucho más. Maite puede hacer 12 Western blots al mismo tiempo y sacar la figura completa de un pathway en un solo intento», comenta la leonesa. Y «entre bromas y comentarios, un día alguien en Cornell preguntó si conocían a un buen especialista en investigación para un puesto que estaba por abrirse y toda la mesa respondió al unísono con mi nombre».
Ella misma reconoce que su novio de entonces, su actual marido, también de León, Gustavo, «no se esperaba que esta aventura duraría más de nueve años». La perseverancia de ambos les ha asentado en una de las ciudades donde más caro está el triunfo y más veroz es el mercado. Tanto es así que la frustación le sobrepasó: «Al principio hubo noches en las que lloré frutrada y me preguntaba si había tomado la decisión correcta», algo que ahora ni se plantea. «Ambos valoramos mucho lo que hemos logrado», dice Maite, aunque el camino estuvo cargado de desafíos: su inglés era «menos que básico» y para mejorarlo se apuntó a clases de la misma profesora que le dio a Antonio Banderas, si bien en su círculo personal y laboral no le hizo mucha falta: «Mi jefa era argentina, mis compañeros de laboratorio hablaban castellano y mi novio era de León, así que el 80% del tiempo hablaba en mi lengua».
Entre la velocidad a la que la vida corre por aquellos lares, los grandes edificios, turistas, lujo y dinero, Maite, amén de familia y amigos, «por supuesto», echa de menos una cosa por encima del resto: el pimentón. «No hay nada más leonés que comer toneladas de pimentón al año y aquí es imposible encontrar uno de calidad», advierte la bióloga, que también añora «el ambiente del Húmedo y del Romántico».
La ambición de mejorar en cada cambio que realiza es suprema. «Siempre he tenido esa chispa que me impulsa a ir un poco más allá», comenta, «y eso me ha llevado a buscar nuevas oportunidades, a retarme y a ver cada paso como una aventura». La «juventud rebelde» que tuvo en su primera etapa como universitaria le llevó a estudiar en Madrid Técnico Profesional en Anatomía Patológica y Citología, de lo que consiguió trabajo en Zaragoza. Tras dos años en el hospital por la mañana y por la tarde en una clínica privada, Valencia fue su siguiente parada, donde descubriría su pasión por la biología molecular. «Después de ese trabajo retomé los estudios de biología que había dejado atrás en León», relata. En Barcelona, donde siguió cursando la carrera, «tuve una experiencia que marcó un antes y un después» al sumergirse «de lleno» en el mundo de la investigación.
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Sin embargo, entre Valencia y Barcelona se presentó a unas oposiciones en Navarra para Técnico de Anatomía Patológica. «Por si no tenía suficiente con dos trabajos», añade sarcásticamente. A pesar de sus dos trabajos, uno matinal y otro vespertino, fue la tercera máxima nota que entró en la decena de plazas ofertadas, aunque acabó desechándola por no verse «sujeta» a un mismo trabajo durnte tanto tiempo. «Viendo mi trayectoria hasta ahora sé que ese camino no era para mí», reflexiona.
Su inconformidad alcanza su punto álgido al saber las veces que ha cambiado de trabajo. Tres trabajos diferentes en Nueva York avalan esa ambición por crecer, lo que sumado a sus múltiples cursos de formación en otras áreas hacen de esta leonesa una referente a nivel vital. Y es que tras cinco años investigando sobre linfomas apsotó por la gerencia y el liderazgo, acabando como Research Lab Manager en un laboratorio de cáncer de colon y manager de otro de pulmón. «Dos trabajos en ocho horas, fue un desafío inmenso, pero cada paso reafirmó que estaba en el camino correcto», señala la bióloga, que desde hace dos años trabaja en un prestigioso hospital investigando sobre la leucemia.
La cervecería La Céltica, ubicada en el barrio Romántico, es otra de las cosas que nunca faltan en su visita anual a León durante el verano. «No hay cervecería igual en el mundo. Me pido una Hoegaarden bien fresquita, acompañada de aceitunas con ajo y cacahuetes con maicitos...» narra quejándose de las vueltas que tiene que dar en Nueva York para encontrarla. León atrapa. Y por muy alto que llegues laboralmente siempre quedará ese pensamiento de volver: «Nos encanta cómo estamos ahora y aprovechamos cada oportunidad en esta iucdad sin cerrarnos a lo que pueda venir, aunque siempre decimos que si un día nuestra felicidad aquí legase a su fin tenemos la gran fortuna de poder regresar a España».
«Aspiro a llevar mis conocimientos y mi experiencia a un nivel superior donde pueda combinar ciencia, liderazgo y economía», explica, por lo que se encuentra actualmente realizando un máster en Economía de la Salud y Farmacoeconomía. Ahí es nada.
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