En los montes de León, donde el viento susurra a su paso entre las ramas de los robles y las peñas parecen guardar historias secretas habita una presencia que no se ve, pero que se intuye, y que todos en la montaña leonesa conocen, aunque con nombres diferentes. La llaman la Vieja del Monte, y su nombre se cuela en las conversaciones de los pastores, en las historias contadas alrededor del fuego durante el filandón y en los murmullos de los niños que, al caer la tarde, preguntaban con ojos brillantes: ¿qué nos trajo hoy la vieja?
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Se dice que esta anciana, ni completamente humana ni enteramente sobrenatural, vive apartada en cuevas escondidas o en las entrañas de peñas imposibles. Allí, en el corazón indómito de la montaña, guarda un horno donde cuece panes que saben a milagro, a rescoldo de vida sencilla, a un tiempo donde los misterios no pedían más explicación que la pura inocencia.
La leyenda dice que la Vieja del Monte viste pañuelo negro a la cabeza, blusa negra y dengue cruzado al pecho granate rodao pajizo, saya verde con tiras negras y mandil blanco con adornos negros. Calza madreñas y lleva una media blanca y otra negra.
Pero este personaje mítico del imaginario leonés existe también en las tradiciones populares de gran parte de Europa y del norte de África, un ser mitológico representado como una mujer anciana que se manifiesta en el arco iris u otros fenómenos climáticos normalmente adversos como la lluvia, granizadas, heladas repentinas o sequías. Un personaje que, al aparecer en tantas partes, indica que tiene origen antiguo que podría provenir de la antigua tradición indoeuropea.
Cuando el cielo se despeja tras una tormenta, en el horizonte aparece el arco iris. Para muchos, es solo un espectáculo de colores, pero para los antiguos habitantes del noroccidente de León, era mucho más. Lo llamaban 'arcu la viecha' o 'cinta la viella', y en sus destellos veían los pasos de la Vieja del Monte.
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Los pastores aseguraban que, cuando el arco iris tocaba la tierra, dejaba su huella en forma de panes o tortas, pequeños regalos que los mayores atribuían a la generosidad de la Vieja. Pero, ¿era bondadosa? ¿O simplemente jugaba con los mortales, recordándoles que todo lo que creían suyo era, en realidad, prestado por la montaña?
En Valdepiélago, una gran roca conocida como El Horno de la Vieja es el escenario de muchas de estas historias. Allí, en una oquedad que parece haber sido moldeada por manos invisibles, se decía que la Vieja cocía su pan. Los pastores más jóvenes eran entonces víctimas de bromas cuando los mayores dejaban migajas de pan en las hogueras, haciéndoles creer que la Vieja había pasado por allí y había perdido un trozo.
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En otras partes, como en el desaparecido pueblo de Lodares, (Boñar) los niños esperaban ansiosos a que los mayores regresaran del campo. «¿Qué nos trajo la Vieja?» preguntaban, y los adultos, sonriendo, les entregaban lo que quedaba de su almuerzo. Ese simple acto se transformaba en un rito, un vínculo con la Vieja que hacía que lo cotidiano adquiriera un brillo mágico, una forma de agradecer el milagro diario del pan y el alimento.
En algunas zonas de león este acto era conocido también como pan de paxarines, pan de pajarines o pan de raposa. En Salamón (Crémenes) la estuidosa Maria Luisa Liébana indica que la Vieja del Monte se trata de un ser amable con quienes se aproximan al lugar en donde habita.
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En algunos relatos, la Vieja no es solo una figura bondadosa, sino una manifestación de la naturaleza en sí misma. Vive en cuevas o peñas —como la Cueva la Güela en Candanedo de Fenar— y su presencia es tan amable como imponente. Aquellos que se acerquen a su morada con respeto pueden recibir tortas o pan, pero la Vieja no tolera a los que se adentran con intenciones egoístas o destructivas.
En el fondo, esta anciana encarna la conexión entre los humanos y el entorno que los sustenta, la montaña. Su figura, que aparece en tradiciones de otras culturas europeas como indica Nicolás Bartolomé en su libro 'El imaginario tradicional leonés' tiene mucho que ver con la Muma Pădurii de Rumanía o la Baba Ancka de las tierras eslavas.
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Pero no en todas sus versiones la vieja es tan amable como lo es en León, en el caso de la Baba Ancka, la Vieja se llevaba a los niños muertos con ella a una casa donde cocinaba habas. Otro mito relacionado sería el de Dicija Baba (la vieja salvaje) que se llevaba a los niños para cocinarlos y luego comerselos, el mito en el que está inspirado el famoso cuento de los hermanos Grimm de Hansel y Gretel.
En Candanedo (La Robla) encontramos la peña de la Güela donde hay varias cuevas y en una de ellas llamada en específico la Cueva la güela, en donde, dice la tradición, que vivía una vieja que regalaba tortas a los niños que la visitaban. Por eso, si un niño tardaba más de lo normal en volver a casa se le preguntaba: ¿fuiste a la peña la güela? ¿Te dio torta?
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Tal vez sea esta dualidad, esta mezcla de generosidad y advertencia, lo que ha permitido que la Vieja siga viva en la tradición leonesa. Es un recordatorio de que las montañas y los bosques, aunque hermosos, no son del todo nuestros. Hablan un idioma que los hombres solo podemos intuir, y la Vieja es su traductora, su emisaria, su guardiana.
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Hugo García González
Cuentan que, en las noches más silenciosas, si uno se adentra en las peñas donde habitó la Vieja, puede escuchar el crujir del fuego en su horno, como si todavía cociera pan para los niños que nunca dejan de preguntar por ella. Otros aseguran que, al ver una hendidura en la roca hay que mirarla con respeto porque la Vieja del Monte vive allí y en las palabras de los ancianos, en los juegos de los niños que buscan su rastro en las peñas. La tradición leonesa, tan rica en cuentos y leyendas, la ha preservado como un símbolo de lo que une a las personas con su entorno.
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Así, la Vieja del Monte sigue ahí, en un rincón de la memoria, en un susurro del viento, en el crepitar de un horno que no se ve, pero que aún se siente, porque los mitos como la Vieja del Monte nunca mueren: simplemente cambian de forma, como las montañas mismas, como los sueños.
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