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Niebla en el puente de Luna. L.N.
Leyendas de León

Hechizos de León contra la niebla

En algunas comarcas leonesas se recitaban enigmáticos conjuros para alejar la niebla y los misterio que en ella se escondían

Sábado, 14 de diciembre 2024, 09:16

León es una tierra de mitos, una provincia envuelta en el misterio, donde la niebla no solo cubre los campos y las montañas, sino que también teje historias y leyendas que trascienden el tiempo y sobreviven en las leyendas que se cuentan a tracés de los años entre generacones. La niebla, o como la llaman en las comarcas leonesas, «ciercín», no es solo un fenómeno natural, es un velo que separa lo tangible de lo mágico, una frontera entre el hombre y las criaturas que habitan en el imaginario tradicional colectivo.

En esta atmósfera cargada de simbolismo, nacen los hechizos contra la niebla, conjuros pastoriles que se pronunciaban con fervor para alejarla y proteger a los rebaños. La niebla no solo extravía al viajero, sino que, según la tradición, trae consigo a lobos hambrientos y fuerzas ocultas. Y así, los pastores recurrían a palabras cargadas de poder, palabras aclamadas al viento que en cada sílaba resonaba la fuerza de sus ancestros.

Varios de estos hechizos están recogidos en el el libro El Imagionario Tradicional Leonés de Nicolas Bortolomé Pérez y este, en particular, fue recogido por José Luis Alonso Ponga en el municipio leonés de Borrenes, y parece una invocación ancestral al sol:

«Marcha neblia,

Pou chau de valiña,

Que viene San Juan,

en caballo blanco,

Que viene diciendo,

que viene jurando,

que te ha de matar,

Que te ha de colgar

Del pico más alto de este llugar».

La figura de San Juan, montado en su caballo blanco, emerge como una presencia poderosa, casi guerrera, capaz de disolver las brumas más densas. Pero ¿quién es San Juan en este relato? ¿Es realmente el santo cristiano que todos conocemos o es tan solo una máscara colocada sobre una divinidad más antigua, olvidada, pero no del todo ausente? En algunas versiones recogidas por José Manuel Pedrosa, el conjuro toma un cariz aún más misterioso. En esta variante de Ancares el santo, además, no está solo:

«Márchate, nebliñaa,

del monte pra la viña,

que ahí vene San Xoan,

con su caballo ruán,

e a sua perriña rubia

e a sua muller barbuda».

La «muller barbuda» y la «perriña rubía» son personajes que desconciertan y fascinan. ¿Qué significan estas figuras? ¿Qué papel juegan en esta danza verbal para desterrar la niebla? Algunos estudiosos sugieren que estas imágenes podrían ser restos de un culto pagano, un eco de mitos donde lo humano y lo divino se entremezclan.

En el leonés de Sajambre, los conjuros se vuelven más sencillos pero no por eso menos evocadores:

«Escampa, ciercin, escampa,

Que están los llobos en la llampa,

Comiendo la oveya negra,

Y rescampiando pela blanca».

Aquí la amenaza de los lobos, otro gran símbolo de nuestro imaginario es explícita, y el conjuro es un arma contra ellos tanto como contra la niebla. El ciercín, como símbolo de desorientación y peligro, se transforma en enemigo tangible al que hay que combatir con la palabra.

En la tradición cabreiresa, recogida por Xepe Valle, aparece otro nombre para esta figura fascinante, Tiu Xancu, quien también monta un caballo blanco:

«Marcha, nubriña, marcha,

De montes y vallinas,

Qui illilantre ven Tiu Xancu

Cun sou caballu brancu

Y sua muyier barbuda».

¿Quién es Tiu Xancu? ¿Un pastor mítico o un dios solitario que cabalga entre la niebla?

¿Quién es Tiu Xancu? ¿Un pastor mítico o un dios solitario que cabalga entre la niebla? El caballo blanco, repetido en todas las versiones, parece ser una representación del sol que disipa las sombras, un motivo recurrente en las antiguas tradiciones indoeuropeas.

En muchos de estos conjuros, los elementos cristianos parecen haber reemplazado a figuras paganas. El sol, representado por el caballo blanco, está ligado a una deidad solar ancestral que podría haber sido la auténtica destinataria de estas invocaciones. Sin embargo, con el tiempo, esta figura mítica fue desplazada por San Juan, cuyo vínculo con el solsticio de verano lo conecta simbólicamente con el sol.

Pero ¿es realmente San Juan quien acude cuando se recitan estas palabras, o es esa deidad antigua, oculta, bajo el velo del cristianismo? ¿Qué fuerza despiertan los pastores leoneses al pronunciar estos versos, qué sombras y luces convocan desde los confines del tiempo?

Quizás la respuesta nunca sea clara, como la niebla misma que inspira estos versos. Pero existe algo innegable en todo esto: cuando se recita un conjuro contra la niebla en León, no solo se invoca al cielo despejado. Se invoca la memoria profunda de una tierra cargada de secretos y misterio, que atraviesa generaciones y conecta al presente con un pasado envuelto en brumas.

Y cuando la niebla desaparece, dejando al descubierto las montañas, cuando volvemos a ver los confines de los campos, es como si el tiempo mismo hubiese respondido al hechizo, revelando la verdad momentánea antes de volver a cubrirla con su manto.

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