A pesar de que a veces los días ordenados pueden parecer por momentos normales, estamos en una crisis planetaria. Y ya se sabe: en tiempos de crisis, no hacer mudanza.
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Así que esta mañana, después de la bici -mucha- y los pasillos -menos-, parada ... delante del armario para elegir la camiseta del día (uso tres, todas de rayas, y dos pantalones), adapté esa recomendación a estos tiempos y decidí no hacer la única mudanza posible: ordenar el armario.
En tiempos de cuarentena, no ordenar el armario.
De manera profesional y fría, como si se tratara del armario de otro, sí podría, supongo, doblar ordenadamente los jerseys, redistribuir las perchas y dejar, mejor colocado, todo lo que estaba. Pero si me pongo a hacer limpieza, a deshacerme de lo que no quiero y a decidir con qué me quedo, corro el riesgo de tirar todo. Incluido el fondo de armario, porque en este momento de presente puro, futuro incierto y pasado desdibujado, solo importa lo esencial. Y eso, en términos de armarios, significa que sobra todo menos las tres camisetas.
No deja de ser tentador vaciar el armario de cualquier pasado ponible. Dejaría solo lo que ya ahora tiene categoría de recuerdo y mis bufandas y chales, tan usados y tan míos que podrían pasar también por recuerdos. El resto, fuera.
«Cuando todo esto pase» encontraría el armario vacío, listo para el futuro digitalizado que ya se está implementando (uso a propósito este verbo). Lo único que haría sería ir a Zara, o a Zara online, que funciona maravillosamente, a comprar dos o tres básicos nuevos, liberados, y dar así las gracias a Amancio Ortega. Solo dos o tres, y básicos. Quedaría mucho armario libre y, en consecuencia, mucho espacio mental disponible.
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Nada pesa más que el armario en una mudanza – de esas que no hay que hacer ahora. Pesa descolgar las prendas y pensar si van a hacer falta en el próximo destino. Pesa no saberlo. Y pesa también sospechar que la mayoría no hará falta porque la vida recomienza siempre de un modo, y a veces también en un clima, para el que el armario anterior no está preparado, pero cómo dejarlas por el camino. Pero lo que más pesa es intentar acomodar ese pasado en un armario nuevo y comprobar que nunca cabe, que hay que elegir del viejo solo lo que nos va a servir para el futuro y dejar sitio libre para lo que viene, aunque en ese momento no tengamos muy claro qué es. Lo sé porque he hecho unas cuantas mudanzas.
Por eso, antes de hacer limpieza de armario, conviene saber a qué época nos dirigimos y eso, de momento, sigue siendo incierto. Digo esto aunque (consejos doy y para mí no tengo) al principio de «todo esto» empecé a ordenar el mío un poquito y tengo ya dos bolsas grandes de ropa para donar. No quiero ni pensar en el espacio que me va a quedar libre cuando de verdad «todo esto acabe». Porque va a coincidir, además, con el cambio de estación y la necesidad de renovarse. Mentalmente, digo.
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Mientras tanto, nuestros sanitarios -todos: en hospitales, centros de salud y domicilios, con el SUMMA 112- necesitan llenar sus armarios de batas, mascarillas y EPIs.
Ayer, a las 8, un vecino lanzó pompas de jabón desde su ventana. El efecto fue sobrecogedor: llevadas por los aplausos, flotaban como almas.
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