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Diario de una cuarentena (XVII)

Diario de una cuarentena (XVII)

NINOSKA SÁNCHEZ ALONSO

León

Miércoles, 22 de abril 2020, 12:24

Ya sospechábamos todos que esta cuarentena nos iba a dejar algún aprendizaje, pero el mío de ayer fue bastante inesperado: el analfabetismo funcional.

Llegó la bici, sí, perfectamente empaquetada. Pero de la caja a la bici en marcha puede haber un mundo. Porque el ... online tiene esta pequeña cara B: DIY. O sea, apáñate como puedas, que es la traducción más realista del do-it-yourself ese.

Empecé subiendo el bulto yo misma, porque ahora las entregas se hacen, por prudencia, en el portal. Hasta ahí completamente de acuerdo, y muy contenta, además, de que el comercio online materialice bicicletas estáticas en las aceras.

Tras una primera limpieza antivirus de la caja de cartón, corté la cinta de embalar. Me había parecido sospechoso que el paquete fuera relativamente manejable, pero el verlo abierto me hizo desear que también me hubieran anulado esta entrega.

Imaginad una bici a cachos, colocados como un puzzle, cada uno perfectamente embalado. Hice como en las películas: saqué todas las piezas y las ordené en el suelo (ese suelo mío refregado diariamente con lejía). Solo entonces, al fondo de la caja, aparecieron las instrucciones.

Soy una fan de Ikea, sé montar sus muebles (a estas alturas de mi vida, con más traslados a cuestas que días de cuarentena, he debido de montar correctamente medio catálogo) y me siento más cómoda con un manual de instrucciones que con una receta de bizcocho.

Hasta ayer.

El manual de instrucciones de la bicicleta (que no es de Ikea solo porque Ikea no vende bicis, y bien que lo lamento) estaba escrito en español, con bastante riqueza de vocabulario. Pero faltaban los números.

En realidad, los distintos diagramas de la bici sí estaban llenos de números, muchos y no correlativos, pero no se correspondían con los muy escasos, o directamente ninguno, que citaba el texto. Así, en el paso 1, en el diagrama aparecían los números 1, 3, 4, 5, 41 y 43 para este texto: «Tire del pestillo de bloqueo del bastidor principal y ajústelo a la posición correcta. Inserte el pestillo de bloqueo en el bastidor principal y adjunte los tubos estabilizadores frontales y posteriores al bastidor principal, ajústelos con las arandelas onduladas y las tuercas ciegas.»

Tal cual. Números sueltos por un lado y palabras sueltas por otro. Ni relación entre ellos ni la más remota idea de lo que podía ser el bastidor principal, el pestillo de bloqueo o una tuerca ciega.

En el paso 2 entendí todas las palabras: pedal, izquierdo y derecho, identificados esta vez en el texto, por si hubiera dudas, con los números 12, 13 y 51. Pero en el diagrama correspondiente a ese paso 2 los números que figuraban eran 52, 53, 68 y 69, me imagino que por respeto a la coherencia del manual de instrucciones.

Al llegar al paso 3 ya había comprendido cómo la especie humana evolucionó y creó la rueda sin textos ni números, y que el número de analfabetos funcionales, yo incluida, que hace que el mundo ruede debe de ser insondable. En el texto del paso 3 se encontraba la solución al concepto «bastidor principal», pero aparecía el de perilla pomo (sic) y, por supuesto, ningún número. Mala suerte, porque en el diagrama de ese paso 3 estaban los números 12, 13, 14, 15, 20 y 43.

En el paso 4, el último, (diagrama con números 5, 73, 76 y 77, y ninguno en el texto) abandoné definitivamente el manual e identifiqué sobre la bici los últimos elementos: arandelas de resorte y tornillos allen.

En fin.

Este confinamiento nos reconduce a todos a lo esencial, y parece que los humanos sobrevivimos sin instrucciones. Podemos leer correctamente palabras, no entender en absoluto lo que significan y compensarlo aplicando el sentido común a lo que vemos. El factor fundamental para ello es la necesidad. Al «obras son amores, que no buenas razones» de ayer le sumo hoy «necesidad obliga». Debe de ser eficaz la necesidad, porque vamos ya por el siglo XXI.

La bici funciona, la hemos probado todos.

Mientras tanto, nuestros sanitarios afrontan esta crisis sin manual de instrucciones, con avalancha de números y con pocas herramientas. Pero con oficio, perseverancia y entrega. La OMS acaba de reconocerles esa dedicación extrema que cura y salva, y nosotros seguimos aplaudiéndolos a las 8 en los balcones.

En cuanto a mí, mañana os cuento.

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