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Viaje al subconsciente de quienes asaltaron el Capitolio

Viaje al subconsciente de quienes asaltaron el Capitolio

Trump ha demostrado tener un gran instinto para manipular a los ciudadanos más atribulados por las crisis actuales

mercedes gallego

Nueva York

Sábado, 9 de enero 2021, 21:09

Tic tac, el reloj marca las horas con extraordinaria lentitud en el devenir de un país que enfrenta los peores momentos de su historia. Donald Trump es un animal peligroso, acorralado y sin salida, dispuesto a quemar la casa antes de dar el portazo. ... A medida que ha agotado las opciones legales para retener el poder, ha aumentado el peligro de prender la mecha en las calles, su último recurso. Y la inminencia de su salida no tranquiliza a quienes le conocen. Quien no tiene nada que ganar, nada tiene que perder. En EEUU lo saben bien.

Tras la crisis del 11-S, un amigo vicepresidente de una importante empresa mediática fue llamado al despacho de su superior, donde le comunicó acongojado que tenían que prescindir de sus servicios por razones meramente económicas. Al volver a su despacho se encontró con que la llave no abría. Le habían cambiado la cerradura durante el intervalo.

La frialdad con que la América corporativa lleva a cabo los despidos sin previo aviso añade ofensa al agravio. Al despedido se le cancelan las cuentas de correo electrónico antes de que lo sepa y se le retiran las credenciales. Solo le permiten llevarse unos pocos objetos personales en una caja de cartón, bajo la atenta mirada de un vigilante, siempre en nombre de la seguridad. El miedo a que el empleado resabiado robe secretos corporativos o sabotee los ordenadores de camino a la puerta anula cualquier destello de humanidad.

Sin embargo, entre las elecciones del pasado 3 de noviembre y la investidura del nuevo presidente este próximo 20 de enero habrán pasado dos meses y medio, durante los cuales el hombre más poderoso –y, a la vez, peligroso- del mundo habrá tenido a su alcance todos los secretos de Estado y hasta el famoso maletín nuclear con el que podría hacer saltar el planeta en pedazos. De hecho, la portavoz del Congreso Nancy Pelosi llamó el viernes al jefe del estado mayor de la Defensa para asegurarse de que no le permitirá hacerlo, aunque no está claro si podría evitarlo.

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En España, la toma de posesión de Pedro Sánchez se produjo al día siguiente de que el Parlamento aprobase su investidura, pero en Estados Unidos se vive bajo la letra de una Constitución escrita a mano antes incluso de que existiera el Salvaje Oeste. Por aquel entonces había que calcular los plazos para que los representantes políticos llegaran hasta Washington DC en diligencia desde puntos remotos del país, atravesando las Montañas Rocosas en pleno invierno.

Los 232 años de la sacrosanta Constitución que los estadounidenses consideran intocable es una de las piedras angulares en la que descansan los problemas del país. Desde el ilimitado derecho a la libertad de expresión, que lo mismo impide perseguir a Trump por sedición que permitir al Ku Klus Klan atemorizar a los afroamericanos con capiruchos blancos y cruces en llamas; hasta el inviolable derecho a portar armas de todo calibre, que solo en 2019 dejaron 417 tiroteos masivos. Cualquier cambio de la Carta Magna tendría que ser aprobado por dos tercios del Congreso y dos tercios de todos los Parlamentos estatales, una quimera en todo momento, mucho más en el clima político actual.

Ingenuidad de Hollywood

El apego a una Constitución anacrónica se une a la vulnerabilidad de un país que en 150 años no ha sufrido ninguna guerra en casa, insurrección o golpe de Estado que les hiciera consciente de las vulnerabilidades de un sistema político basado más en el honor que en las salvaguardas legales de una democracia moderna. Cualquier país latinoamericano ha aprendido más en su historia de sobresaltos políticos que EEUU, siempre convencido de ser el faro de la democracia mundial con ingenuidad de Hollywood. Trump y su ejército de abogados han sabido explotar las lagunas legales, demostrar que el emperador iba desnudo y que la democracia estadounidense tenía más agujeros de los que nadie imaginaba.

Por ellos se han colado todos los demonios de su perversa ambición. Subestimado por todos, tratado inicialmente como un payaso por la prensa y como una marioneta por los líderes republicanos, que creyeron poder controlarle, el muñeco diabólico ha demostrado tener un olfato privilegiado para los bajos instintos de sus compatriotas.

Hay que sumergirse en la cultura de los mitos de Davy Crockett y Buffalo Bill, exaltada por Walt Disney, para entender el despliegue de pieles de castor y banderas confederadas que invadió los pasillos del Capitolio el miércoles, mientras las turbas asaltaban puertas y ventanas como si tomaran El Alamo. Trump los conoce bien. Los observa cuidadosamente en cada uno de sus mítines y antes de dirigirse a ellos en el polémico acto de «Salvar América», un vídeo grabado por su hijo mayor en el backstage muestra al presidente pegado a las pantallas silenciosamente mientras calcula el fervor de la masa.

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Han sido cinco años de experiencia es mítines masivos que le han enseñado a manipular a la muchedumbre con frases en clave como las que usó el jueves para calmar la furia de la clase política, pero que tenía un significado muy distinto para sus seguidores. Los medios interpretaron que concedía al fin la derrota y se comprometía a una transición pacífica: «A los ciudadanos de mi país, servir como vuestro presidente ha sido el honor de mi vida», aplaudieron. Lo estremecedor, sin embargo, fue el mensaje para sus «maravillosos seguidores», que pasó desapercibido para quienes celebraban la despedida del presidente: «Se que estáis decepcionados, pero quiero que sepáis que nuestro increíble viaje no ha hecho más que empezar».

Trump no desaparecerá de la escena política. Con todo el poder y el conocimiento amasado sobre la manipulación de masas tiene en sus manos el capital político de su vida y no piensa desperdiciarlo solo por tener 74 años. Las derrotas le sirven de acicate, como perder el voto popular le motivó a darlo todo en la siguiente campaña, que empezó al día siguiente de ganar las elecciones en 2016. La del 2024 acaba de empezar. Y si en la primera tomó al asalto al Partido Republicano al que ni siquiera pertenecía en 2011, cuando empezó a tentarle la presidencia, esta vez Calígula puede devorar a su hijo.

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