Mercedes Gallego
Nueva York
Sábado, 11 de septiembre 2021, 00:18
Buena parte del país no quiere que vaya, pero Joe Biden estará hoy en la Zona Cero para conmemorar a las casi 2.977 personas que perdieron la vida tal día como hoy hace veinte años. Algunos consideran su visita un desafió al deseo expreso ... de 1.800 víctimas y familiares que le escribieron pidiéndole que no acudiera a menos que desclasificara toda la información relacionada con los atentados que cambiaron sus vidas y el mundo, una orden que está en proceso. Otros lo califican de atrevimiento y humillación, porque «es el presidente que se rindió ante los enemigos que nos atacaron el 11-S», publicó en las páginas del 'Washington Post' el columnista Marc Thiessen, que escribía discursos para George W. Bush.
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El legado de Biden está eternamente ligado a la desafortunada retirada de Afganistán días antes de este trágico aniversario. Haber dejado atrás a sus propios ciudadanos lo hace todavía más doloroso. Los patriotas estadounidenses no pueden sentirse más humillados en este aniversario, después de haber enviado a 800.000 hombres y mujeres a luchar en esas tierras extrañas durante dos décadas para vengar la memoria de quiénes encontraron la muerte en sus oficinas a o bordo de un avión con destino a California.
20 años del 11-S
Mikel Ayestaran
mercedes gallego
rodrigo parrado Virginia Carrasco
En contraste a la insistencia de la Casa Blanca de visitar hoy las tres sedes de los atentados, muchas familias temen acercarse a lugares tan señalados. Donna Ragaglia, viuda del bombero Leonard Ragaglia, prefiere no ir a Manhattan ahora que el fantasma del terrorismo vuelve a estar suelto. Al menos cinco prisioneros de Guantánamo forman parte del nuevo Gobierno talibán al que Estados Unidos ha entregado el aeropuerto, además de haber dejado en herencia la base militar de Bagram, con todo el arsenal que el Pentágono dejó al Ejército afgano en desbandada.
Para colmo, la unidad antiterrorista del FBI ha detectado ya entre los evacuados 44 afganos que despiertan «preocupaciones de seguridad». La Administración alega que representan menos del 1% de los 60.000 que Estados Unidos ha asilado, pero los norteamericano saben que bastó con diecinueve secuestradores –quince de ellos saudíes– para acabar con el mundo como lo conocían.
Unos cuatro millones de personas cada año han pasado por el Memorial del 11-S en la década transcurrida desde su inauguración para intentar dar sentido a lo que ocurrió ese día, pero hoy serán solo las familias de las víctimas las que derramen lágrimas entre sus muros. Las puertas del museo volverán a abrir al público a las tres de la tarde –seis horas más en España–, cuando se terminen de leer los nombres de los fallecidos y dejen de vagar entre sus muros los que acudan a recordarles.
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Poco a poco la vida se ha vuelto a abrir paso entre las avenidas de Manhattan y la rutina se ha hecho cargo del duelo de quienes no creyeron poder volver a rehacerla jamás, pero el zarpazo de la memoria ha caído sobre todos esta semana. Louise Pfister había dejado de pensar en la imagen de las Torres Gemelas que vio caer desde Park Avenue, pero después de recordar la tragedia esta semana a través de los testimonios de muchos supervivientes que ha visto y leído en prensa y televisión, el duelo vuelve a embargarla. Hoy, cuando acabe de trabajar, se acercará al memorial del World Trade Center para rendirle sus respetos a los caídos y compartir el aire ensombrecido que vuelve a chirriar en un día luminoso de septiembre.
«Fue algo surrealista», recuerda. «No se puede describir. Hay que haberlo vivido». Con el recuerdo mediático, los aviones de American Airlines y United Airlines volverán a estrellarse sobre las Torres Gemelas en las pantallas de televisión, donde los edificios se derrumbaran una y otra vez, pero las imágenes congeladas nunca podrán capturar la muerte súbita que sintieron todos los que lo vieron con sus propios ojos. Ni siquiera estos podrán comprender el vacío al que se enfrentaron los familiares de las casi 3.000 víctimas mortales.
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Cuando hoy repiquen las campanas de las iglesias a las 8:46 horas –14:46 en España–, el momento en el que el primer avión impactó contra la Torre Norte, los neoyorquinos viajarán en el tiempo y aterrizarán de vuelta a 2001 con un sabor amargo. Osama Bin Laden está muerto, pero las guerras que desató su captura triplicaron el balance mortal de ese día: más de 7,000 tropas y 8,000 contratistas civiles fallecidos en Irak y Afganistán, además de 32,000 veteranos suicidados. «La guerra fue un error. Convertimos una catástrofe en una megacatástrofe. No necesitábamos una respuesta patriota, eso fue una manipulación del Gobierno de Bush para su 'Guerra contra el terror', concluye el terapeuta Jack Saul, experto en heridas colectivas.
Es momento para la reflexión. Biden tiene hoy la misión de reconfortar a toda una generación impactada por el horror del 11-S que encontrará en cada campanada un minuto de silencio para dar sentido a estas dos décadas. El que seguirá al impacto de cada uno de los aviones y el derrumbamiento de las dos torres. De Nueva York el presidente viajará a Shanksville, en su Pensilvania natal, el lugar donde se atribuye a los pasajeros del vuelo 93 de United Airlines haber ganado la batalla a los secuestradores estrellándolo contra el suelo antes de alcanzar su objetivo. Otra exaltación del sacrificio heroico. Y de vuelta a Washington visitará el Pentágono, donde los nombres de las 184 víctimas de ese día están ordenados de acuerdo a su año de nacimiento, desde los 71 hasta los 3 años, ambos pasajeros del avión utilizado como misil.
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Entre las víctimas sin laurear hoy estarán las 131.000 personas que con el paso del tiempo sufrieron los efectos de la nube tóxica que dejó sobre el Bajo Manhattan la montaña de escombros. De ellas, solo 41.000 víctimas del misterioso cáncer del 11-S han logrado probar su condición como para recibir la cobertura médica gratuita que ofrecía el fondo. Entre estas el índice de supervivencia ha aumentado, lo que deja al descubierto otra vulnerabilidad del imperio: la falta de una asistencia médica universal.
Las lecciones del 11-S siguen apilándose. Estados Unidos necesitará más años de reflexión para deshojarlas, pero hoy toca solemnidad y el recuerdo de un espíritu de unión que otras tragedias más mortales, como la pandemia, no han logrado. «Al contrario», recuerda Pfister con tristeza. «Parece que nos ha dividido más y nos hemos convertido en enemigos unos de otros». El 11-S también va perdiendo su brillo aglutinador, salvo cuando repican las campanas.
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