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Luis Javier González
Riaño
Domingo, 25 de junio 2023
El Pico Gilbo, con sus 1.679 metros de altitud, es el centinela de Riaño, el guardián de sus aguas. El mismo rol de vigilante que otorgó la geología al Cervino leonés –un apelativo pomposo que evoca a la cima alpina, imagen de Toblerone– lo ... asume Miguel Heras, uno de los mejores corredores por montaña de España y arquitecto del picante recorrido de la Riaño Trail Run. Es el centinela de la cresta, el paso más complejo de la última etapa, con un abismo letal a ambos lados. Está allí para conducir a cerca de 200 corredores, indicarles que pasen por la derecha, animarles o ajustarles el bastón porque las manos de su portador están sudadas. Para alguien como él, un itinerario es un hijo que exige el máximo mimo. Por eso, mientras la localidad procede a la entrega de premios, él está allí, esperando a los últimos corredores, como el padre que aguarda el mensaje de su hijo cuando ha llegado a casa.
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En las carreras por montaña es complicado clavar el desnivel, pero lo cierto es que los 1.373 metros positivos que marcaba el recorrido terminaron siendo casi 1.500. Con todo, fue la etapa menos inclinada de las tres que componían el menú en sus casi 24 kilómetros. La victoria se la llevó Víctor Bernard, que salía con casi dos minutos de déficit para auparse al podio de la general y los enjugó con un tiempo extraordinario: 2h32m55s. Ana Alonso completó su tres de tres en féminas con 2h53m53s. La esquiadora aseguró un holgado triunfo en la clasificación general de las tres etapas por delante de Carla Junquera, segunda, y Julia Gracia.
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El canario Francisco Estévez, con su físico de nadador, gestionó su ventaja sobre el gallego Iván Sangiao y se llevó la general por ocho minutos. Tercero fue Bernard, que desbancó del podio al portugués Gabriel Zarrete. La general de dos etapas fue para Fernando Ayuga, ganador de la etapa reina, la que coronaba el Espigüete, y para Raquel Picón, que dominó la prueba con suficiencia y la compañía de su hermana Irene. Los mejores entre los que disputaron solo la última etapa, este domingo, fue para Tim Lamont y Beatriz Parrón.
Los recorridos de la Riaño Trail Run, una de las carreras por etapas más exigentes de España, varían, pero el Gilbo permanece. En la edición del año pasado, la etapa final partió de Salamón; en esta, se optó por un itinerario circular con inicio y final en Riaño, todo un consuelo para los atletas, que pudieron levantarse casi una hora más tarde porque no mediaba traslado de autobús entre el camping y la salida. Algunos retozaron y la cola para desayunar tenía todavía un buen número de corredores cerca de las 8 de la mañana.
Hacía calor, así que los organizadores añadieron un avituallamiento pasado el kilómetro cinco en Carande. Demasiado pronto para pararse cuando el tarro de energías todavía va bien y el agua de la mochila está casi intacto. Una suficiencia que se paga porque cuesta llegar al de Horcadas, en torno al kilómetro 15. Al principio todo es optimismo, con ese hayedo que brinda una sombra casi perpetua. Pero la subida, de 4,6 kilómetros al 11 por ciento, desemboca en la solana y en una bajada con un sendero que se pierde, con una hierba alta que esconde piedras de tamaño considerable. Aquello no es una ruta transitada por cientos de personas, sino una línea difusa entre pastos.
Llega el avituallamiento –también en cuesta, vaya hombre– y queda la última subida del Tour de Francia. Un pico más y me voy a mi casa, ese es el espíritu. Al salir de Horcadas, un par de vecinas risueñas disipan cualquier duda: «Es todo para arriba». En concreto, 2,4 kilómetros al 21% para arriba, justo lo que piden las piernas tras dos días de intensa actividad.
El terreno cambia según sube la altitud: el pasto deja sitio a la piedra fina y esta desemboca en grandes rocas por las que hay que trepar, usando las manos. La escena ilustra la dureza de una pendiente salvaje, por su lentitud. El corredor –aquí rebajado a la categoría de andariego– ve desde la base cómo sus predecesores avanzan en zetas como si aquello fuera un pelotón de fusilamiento.
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Luis Javier González
Todo desemboca en la cresta, un lugar de ensueño cuyo tránsito tiene peor prensa de lo que realmente es. Allí está Heras para custodiar a su rebaño, que enfila feliz la última bajada a Riaño, llena de trampas. Como todo en esta carrera. A Riaño se viene a sufrir.
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