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Vigo, noviembre de 1975. Veinte de noviembre, para ser más exactos. La ciudad está plagada de niños a deshoras: han cancelado las clases por la muerte de Franco y un tal Alberto Torrado se pone en contacto urgente con un tal Julián Hernández. Tienen quince años y lo que le tiene que decir casi importa más que la muerte del dictador: le acaban de regalar una guitarra eléctrica. Julián no duda en personarse inmediatamente, y fascinados con el artilugio más codiciado del mundo, hacen su primera grabación. El embrión primigenio de Siniestro Total. Cuando se habla de la explosión de creatividad postfranquista pocas veces se puede ser tan exacto, clavar un Big Bang contracultural un par de horas después del «Españoles, Franco ha muerto». Pero así fue.
Con este episodio comienza el libro de la periodista Sara Morales, 'Cuándo se come aquí: el gran golpe de Siniestro Total', publicado por la editorial Efe Eme. El libro se centra en un disco —el debut— pero de regalo nos cuenta todos los orígenes (sí, con el siniestro automovilístico incluido). Morales tiene una larga carrera en el periodismo musical y experiencia investigando esta época: fue la artífice de 'Conversaciones con Ana Curra', donde la mítica integrante de los Pegamoides y Parálisis Permanente se abría por primera vez a contar su demoledora historia. Para Morales fue una experiencia clave: «Era el gran enigma de nuestro rock, porque no había hablado nunca, ella se movía muy a gusto por el mundo underground, frente a una Alaska de realities y Wizink Centers. El libro nos ayuda a ambas y hace una amistad preciosa entre las dos, y ella desde luego tiene una vitalidad brutal y un sentido del humor que nos da mil vueltas a todos».
Así que ahora le tocaba internarse en la historia —y en la mentalidad— de Siniestro Total en su primerísima etapa. Y, al igual que en el libro de Curra, se usa el estilo directo: Morales hace introducciones a cada episodio, pero luego deja cancha libre y ordena muy bien los testimonios recopilados durante meses, preguntando a todas las partes implicadas. «Siempre tuve claro que eran ellos los que tenían que contarlo. Es uno de los discos de mi vida, me lo sé de memoria, y yo me podría haber tirado páginas y páginas escribiendo, pero lo bonito en este caso era reunirlos a todos, aunque estén en sitios y momentos diferentes, y componer el relato a través de sus voces y sus recuerdos». Así vamos conociéndoles incluso por cómo hablan, por qué recuerdan con más ahínco, por las cosas que les siguen haciendo gracia y las que no.
Lejos de ser una recopilación de batallitas, la narración es fascinante de cabo a rabo. Además, por si no fuera obvio, los que tuvieron el cuajo de escribir 'Los esqueletos no tienen pilila' siguen siendo realmente graciosos, y se nota en el texto. Por ejemplo, la cara más visible: «Julián tiene una rapidez mental enorme, una memoria exquisita, y se moja un montón. Su humor se mueve entre la negrura y lo ácido, pero siempre hacia lo inteligente». Esto podría chocar a algunos, pero una de las claves es que estos chavales estaban plagados de cultura e influencias, y voluntariamente elegían la tontería porque eso les parecía también interesante (se podría equiparar, salvando las distancias, a los manchegos de Muchachada Nui). «Hablas con Julián de cualquier cosa y son todo referencias culturales, cinematográficas, musicales, por supuesto literarias… puedes hablar de historia, porque le encanta… es un gran sabio». Fue difícil, eso sí, ordenar los acontecimientos en una época muy acelerada donde el hambre de los jóvenes por la novedad cultural parecía insaciable.
«¿Ves? Ya estás idolatrando», comenta Sara Morales que le dicen tanto Curra como Hernández. «No tengas tanta nostalgia, que aquello fue duro, veníamos de una época donde no nos habían permitido hacer nada, y cuando pudimos, no había medios». Pero es muy difícil no enamorarse retrospectivamente de un contexto de gran creatividad con cuatro duros, con locuras como componer por teléfono fijo (Madrid-Vigo), debutar en el salón de actos de los Salesianos, perseguir a locutores de radio por la calle, o que, con total naturalidad, en un bar te comenten que «hay un tipo que viene de vez en cuando que se parece a vosotros. Igual os lleváis bien» y encontrar así a tu cantante.
Y era, por supuesto Germán Coppini (fallecido en 2013), que es retratado en el libro como una auténtica bestia del escenario. Poco después del disco, se fue en favor de Golpes Bajos, donde pudo explorar inquietudes distintas (sus compañeros de nueva banda, Teo Cardalda y Pablo Novoa, también participan abundantemente en el libro). Fue un paso natural, aunque duro, como relata Sara Morales: «A Coppini le estaban sobrando 'Los chochos voladores' y 'Matar jipis en las Cíes', él quería algo un poco más intensito. Ellos [Siniestro Total] en el momento lo viven chungo, claro, porque estaban empezando, todo el mundo empezaba a prestarles atención y se les va el 'frontman'. Y encima se va a un sitio donde todos tocan muy bien». Pero no fue el final: muy pocos grupos en la historia se han separado en dos y ambos han logrado seguir con gran éxito (y con estilos tan distintos). Y en parte es porque Coppini llegó un poco después, y los más implicados eran los demás. Tampoco parecía obsesionado con el estrellato, y ni siquiera cantaba todas las canciones del disco, pues Miguel Costas, según Morales «el gran punky, con ese gamberrismo innato» pone la voz en buen número de ellas. Costas y Alberto Torrado —según Morales «más prudente»— también fueron abandonando el grupo en años sucesivos, pero participaron en los conciertos finales del 40 aniversario en 2022 y, por supuesto, en este libro.
En la presentación en Madrid, en la librería Antonio Machado este enero, se reunieron muchos de los eslabones que hicieron posible el éxito del grupo. Óscar Mariné como diseñador de la portada inspirada en Lucky Luke, uno de los grandes aciertos (comentó que muchos niños pedían el disco a los padres, para horror absoluto al pincharlo en casa), Servando Carballar, gran genio de Aviador Dro y el sello DRO, que decidió grabarles, y Jesús Ordovás, que en plenos inicios de Radio 3 decidió jugarse el despido radiando la maqueta (y semanas después, dijo, llegaban cientos de grabaciones de toda España imitando a Siniestro Total). En una tarde llena de humor, también con Julián Hernández, Ana Curra y por supuesto Sara Morales presentes, el legendario locutor dijo con una gran sonrisa: «hacednos una foto a todos juntos, que pronto empezaremos a faltar».
El disco fue un éxito porque, como dice Morales, se alinearon los astros. Es un «gran golpe» contra el decoro de la época perpetrado por unos gamberros que «no esperaban ni llegar al segundo disco», en tiempos de espontaneidad e inconsciencia, y de eso había ganas. No obstante, la escucha reposada va revelando un disco más complejo y variado de lo que parece, y a la vez con una cierta coherencia interna inesperada. «No lo demuestran, pero a través de la música dejan pistas de que hay mucho más detrás. Es más elegante que dar la chapa. Costas lo dice muy bien, 'Estábamos hartos de que todo fuera una penuria y una desgracia. Vamos a divertirnos, vamos a vivir la vida, que dura dos días esto'. No hablaban de Proust ni de Kafka, pero puedes hablar con Julián de Kafka, puedes hablar con Costas de Larra…». El libro también refleja el envejecer de las canciones, y lo que recuerdan de cada una, y si todavía les ven la gracia (a casi todas sí). Es el típico producto que cualquiera diría que no puede hacerse hoy: «El disco hoy no sería censurado porque no hay censura, pero se quedaría soterrado, muy en el underground, porque es faltón de cojones. Y hoy en día está todo acotado, comedido, correctísimo», comenta Morales.
Al leer el libro y sumergirse en la época, choca cómo han cambiado los procesos, la distribución de la música y las ideas. Antes había pocos canales, se les hacía más caso, hoy paradójicamente tampoco eres nadie si no pasas por muy pocos canales (Spotify, Instagram…) y con una competencia brutal. Sara Morales es periodista musical —y directora de la revista Efe Eme—, y en nuestra conversación tratamos de ser optimistas pero nos cuesta. «La industria ha cambiado por el tema de las redes. Hay demasiado ruido alrededor ahora, y estamos metidos en nuestras pantallitas y nuestro ego y nuestra vanidad, sí noto esa inercia. Veo que nos encaminamos, si no tenemos cuidado, a muchos rollos de aislamiento, de ansiedades, de depresiones por dejar de socializar. Veo muchas carencias y muchos males, pero, ¿cómo te sales de la movida? También te digo que estoy en un momento muy nihilista…».
Ella recibe las novedades musicales, una auténtica avalancha sobre todo los viernes. «Hay sobreabundancia de todo: de información, de oferta, de estímulos, de festivales y de grupos». Y también, reconoce, de libros musicales. «Y en los medios somos personas con hijos, con obligaciones, facturas, médicos… Y hay que tener tiempo para hacer criba, porque no todo es bueno. Todos merecen una oportunidad, por supuesto, pero si todo es bueno devalúas al que vale de verdad». De todas formas, está muy contenta con la escena de hoy: «Están ocurriendo muchas cosas maravillosas y hay que hacerles caso. Grupos como Biznaga, Las Odio, Alcalá Norte, Repion. Vamos a darles voz».
Se le atribuye a Manuel Azaña esa frase estupenda y descreída: si alguien quiere esconder un secreto en España, que lo ponga en un libro y lo publique. Y en este tomo hay uno enorme. «Es la gran exclusiva del libro, y no todos habéis llegado a esa conclusión» dice Morales sonriendo. Lo que pasa es que esta revelación no trata sobre el disco de Siniestro Total, sino sobre la canción más conocida de Golpes Bajos (con permiso de 'No mires a los ojos de la gente'): 'Malos tiempos para la lírica', una de las cumbres del pop rock español de todos los tiempos. Julián Hernández defiende que no la escribió Coppini, el letrista por antonomasia y especialmente reconocido por esta canción, sino que un compañero de clase —un absoluto misterio— se la pasó en un papel, una letra rechazada por Siniestro Total por, digamos, no parecerse en nada a la línea habitual (recordemos: 'Me pica un huevo', 'Las tetas de mi novia').
La versión de Teo Cardalda es distinta: en una tarde, una tarde extraordinaria, compusieron mano a mano las dos: 'No mires…' y 'Malos tiempos…' (para quitarse el sombrero), aunque no queda claro el origen de la letra. Más detalles, por supuesto, dentro del libro. Y una pista en la presentación: Hernández dijo que en algunos momentos la lectura era como 'Rashomon', aquella fascinante película de Kurosawa donde se presentan cuatro versiones sobre un delito sin aclarar nunca qué pasó. Morales puso las declaraciones de cada uno, no dejó cerrado el caso, pero preguntada por la versión que se cree más, afila su mirada perspicaz y lo tiene claro: «La de Julián».
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