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Todo lo que intentó Cecilia en su disco más atrevido y desconocido
'Cecilia 2: el disco que no pudo ser'

Todo lo que intentó Cecilia en su disco más atrevido y desconocido

'Cecilia 2' es un álbum comprometido, asombroso y de plena actualidad, analizado al detalle en un nuevo libro del escritor Eduardo Bravo

Martes, 22 de octubre 2024, 00:55

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Hagamos una recreación. 1973. A las oficinas de la discográfica CBS, en la poderosa Torre de Madrid, llega el máster en cinta del esperadísimo segundo disco de Cecilia, una prometedora artista con un aura extraña, que también canta en inglés y que, en la foto de portada de su primer LP, aparecía mirando a cámara con un guante de boxeo. Se pulsa play y empieza a correr la banda magnética: todos escuchan atentamente las nuevas canciones. Pasados unos minutos, los gestos se van torciendo. No saben qué hacer con esto. No saben cómo venderlo. Un torrente de letras existencialistas, sonidos de vanguardia y tonos oscuros e introspectivos. Se habla de suicidio, ecologismo, mujer emancipada, guerra civil española.

Viene con una propuesta de portada muy polémica. Lo que, a toro pasado, todos llamaríamos un disco de culto, lleno de hilos de los que tirar. Pero era 1973, el toro estaba pasando, y como con otras perlas de la época, se promocionó poco, aparecieron mil baches, en definitiva, «se dejó marchitar». Eso último lo dice Eduardo Bravo, el autor de 'Cecilia 2: historia del disco que no pudo ser' (Lengua de trapo, 2024), un volumen de cien páginas muy bien aprovechadas que aborda toda la odisea de este álbum y lo disecciona canción a canción. El disco sí pudo ser —es una licencia poética— y por fortuna se puede escuchar, pero nunca pudo ser tal y como Cecilia habría querido.

Bravo es un tesoro a reivindicar en el periodismo cultural español, un especialista en historias recónditas: fiestas de alta sociedad, artistas olvidadísimos, sectas remotas... Altamente recomendable es su trilogía de libros «sesudos» editados en Autsaider Comics, 'UMMO', 'Villa Wanda' y 'AAA'. De inconfundible barba blanca y mirada concentrada, presente en todos los saraos que merecen la pena, fue cofundador además de aquel programa legendario de Radio 3, 'Melodías pizarras', y es un gran consumidor de música. Así llegó hace tiempo al 'Cecilia 2': «Conocía por supuesto el primer disco de Cecilia y también 'el Ramito' un poco hasta la saciedad, y me encuentro con que hay un segundo, que tiene letras más interesantes, que suena mucho mejor, y que es un disco claramente diferente».

Paralelamente, la editorial Lengua de trapo estaba pensando en una nueva entrega para su serie 'Cara B', una colección donde cada libro debe centrarse en un disco español significativo —su concepción, su contexto, su impacto— pero no en la carrera completa de los artistas. El catálogo ya incluye a Los Planetas, Mónica Naranjo, Alaska o Nacho Vegas. La editorial quería a Bravo, y le dejaron proponer para decidir un disco juntos. Él pensó en varios artistas y discos, desde Barón Rojo a Jaume Sisa o Pau Riba, pero también recordó el 'Cecilia 2' y empezaron a verlo cada vez más claro.

«Como si le hubieran echado estos 50 años encima»

El periodista comenzó por sondear el ambiente y lo que la sociedad pensaba o recordaba sobre Cecilia: «En lugar de una mujer joven, rupturista, ilusionada, utópica en muchas ocasiones, parece que la idea que se maneja es una especie de señora mayor, convencional, que habla del amor romántico, esa España de la reconciliación. Es como si estos 50 años desde su muerte se los hubieran echado encima».

Cecilia, cuenta el autor, tuvo que encontrar una tercera vía imaginativa entre la intrascendencia de la música de éxito —la de los festivales de la canción— y los planteamientos más políticos de los cantautores: «ella no se enfrentó frontalmente al régimen, como un Raimon o un Serrat, sino que lo hizo de una manera mucho más inteligente. Cuenta cosas tanto o más revolucionarias que ellos, pero de una forma tan elegante e interesante que sorteaba a la censura, ya fuese porque directamente no se enteraban, o porque no sabían justificar los motivos de dicha censura, como pasaría después con 'Un millón de sueños'».

Cecilia no nació en una familia tipo. Hija de diplomáticos, pudo ver mundo y consumir cultura cosmopolita. Ese acento cuando hablaba y cantaba nunca dejó de recordar unos orígenes bilingües y sofisticados que le permitían ver la realidad española desde puntos de vista poco frecuentes (aunque, como escribiría el periodista Diego Manrique mucho tiempo después, Cecilia se acabó dando cuenta de que era «más española que el gazpacho»). Los Beatles fueron una de sus obsesiones —llegó a escribir una canción, 'Reuníos', donde les exhortaba a eso mismo— y sin filtros pudo consumir la música más interesante que se hacía en los sesenta. «Tuvo un vínculo familiar muy estrecho, se querían mucho, se cuidaban mucho entre ellos, y eso de hecho se mantiene, guardando el legado», sostiene Bravo, que ha contado con la familia en el proceso de elaboración del libro.

Pese a crecer en un hogar relativamente abierto para los años 60, «Cecilia recoge ese espíritu o ese sentir de la juventud de la época, quiere vivir de forma emancipada, ser independiente y salir de esa 'prisión sin rejas', que por muy acogedora que fuera, era una prisión. Por muy buena educación, por muy buena cobertura emocional que les des, los jóvenes quieren hacer su vida. Cecilia intentó y consiguió una vida personal bastante alejada de los valores convencionales». El escritor ubica a la cantante en un selecto club de creadores clave en esa época, a los que intuye venidos metafóricamente del futuro: también estarían las Vainica Doble, Iván Zulueta o Jaime Chávarri. «Buena parte puede venir de la cultura anglosajona, que no es que sea mejor que la cultura europea clásica, más académica y con prestigio histórico, pero sí era más joven y desprejuiciada, valorando la cultura sin ponerle etiquetas, de una forma más disfrutable».

Cecilia no se llamaba Cecilia: lo pactaron en la discográfica porque era una enamorada de Simon & Garfunkel. Su apariencia tímida contrasta con la valentía de tratar los temas polémicos, de vivir una vida independiente de artista, y de abrirse en canal en las canciones más introspectivas, mostrando también todas las tristezas. No había costumbre de escuchar a una cantante femenina en España tan franca y transparente. «Cuando canta 'Nada de nada', o cuando canta 'Con los ojos en paz', notas que está hablando de ella misma, de las cosas que le apelan y le hacen sufrir».

Todo el disco es la búsqueda honesta de un camino en la vida, desde una perspectiva humanista e individual, más que tratando de encajar en la senda prevista del matrimonio y la familia. Su voz grabada en concierto, que pudimos oír del archivo de RNE en una entrevista de 'El ojo crítico', suena: «Ahora os voy a cantar una canción que creo que todas las mujeres entendemos un poco… y es que mi madre está empeñada en casarme, no sé si las vuestras también». Por mucho que estuviera terminando la dictadura, el castigo social a la soltería seguía siendo enorme. 'Me quedaré soltera' es una canción fundamental, y Cecilia quería titular así el disco. Eso no pudo ser.

«'Calle Mayor', de Bardem, o 'La Tía Tula'... es eso, el quedarse para vestir santos, que se decía, además siempre culpabilizando a la mujer, porque si estaba soltera, se decía que por algo sería», recuerda Bravo, «Por eso, la soltería voluntaria era una cosa hasta subversiva, estás rompiendo el orden lógico de las cosas. Irse sola de la casa familiar era absurdo: ¿a dónde vas a ir? ¿Qué locura es esta?». El sexo fuera del matrimonio era un salto mortal, y el embarazo estando soltera, el peor de los futuros posibles. Pero Cecilia subió la apuesta: su amigo Pablo Pérez Mínguez, uno de los grandes fotógrafos españoles —luego retrataría La Movida minuciosamente—, le sacó unas fotos sola, en una habitación individual, con un halo angelical, y con un prominente cojín bajo el vestido… Total, que el disco se llamaría 'Me quedaré soltera' y la foto de portada la mostraría sonriente y embarazada. Un cóctel molotov al corazón de la moral de la época. Eso sí que no pudo ser.

La portada final de 'Cecilia 2', aunque en otra edición el título es aún más pequeño CBS

Las revoluciones de Cecilia también tienen que ver con el sonido. En el libro, Eduardo Bravo se esfuerza durante meses por encontrar a los productores, ingenieros de sonido, arreglistas. Encuentra, junto al testigo directo Pepe Nieto, viejos cuadernos y agendas de grabación polvorientas que trazan hilos nuevos con Vainica Doble, documentos reales y palpables que le dejan impresionado. Los Beatles, de nuevo, permean en este disco, en la guitarra psicodélica de 'Un millón de sueños', en los instrumentos indios de 'Con los ojos en paz' o en la gran pelota de ruidos —como en 'A day in the life'— que cierra 'Mi ciudad', la gran canción ecologista del disco.

Cecilia dibujando EFE

Pero fue otra canción la que acabó dando más problemas. Cecilia tuvo que sentarse en el juzgado de orden público a causa de 'Un millón de sueños', entre otras cosas porque se llamaba 'Un millón de muertos' —como la novela de Gironella— y parecía aludir directamente a nuestra guerra civil. «Sí podría haber acabado con la carrera de Cecilia, yéndose de España como Serrat o algo así. Pero creo que ella fue sensata y se dio cuenta de que, sin renegar de la canción, podía salir adelante cambiándole el nombre. La canción, la letra, sigue igual». Cecilia tuvo que vender que se refería a otra guerra, la de los Seis Días, que vivió desde Jordania años antes. Eso sirvió, la efectividad antibelicista de la canción siguió intacta, y el tribunal lo dejó pasar. Pudo entrar en el disco con el nuevo título, pero con un estigma que decía, nítidamente, 'NO RADIABLE'. Ninguna antena de España podría emitirla, otra piedra en el largo camino del disco.

El polémico choque de la foto embarazada con el título de la soltería voluntaria no pasó la autocensura de la discográfica. Las ideas originales de Cecilia se dejaban, pues, marchitar. «Podemos pensar, qué cobardes los de CBS, pero también hay que pensar en la situación de la época. Todos van a comisaría si sacan esa portada. Creo que valoraron los riesgos y vieron que era un suicidio». La empresa sí se mojó apoyándola en otro frente abierto: deciden poner 'Un millón de sueños', la canción prohibida para las radios, como Cara B del primer single. «Podían haber dicho, yo paso también de este marrón, pero no lo hicieron. Ahí sí hubo cierta afinidad y cierta confianza». Al final, según Bravo, «es un disco que desencantó a las dos partes. Ella entregó un trabajo con mucha ilusión, con mucha fuerza, pero la compañía se encontró una patata caliente que no supo gestionar». Además de todo, parecía difícil encontrarle público si escuchamos lo que triunfaba realmente en la época. Sin un gran esfuerzo de promoción, las ventas fueron bastante pobres.

Cecilia RC

La tristeza no vendía. En otro país, supuestamente más avanzado en lo cultural, Nick Drake estaba vivo y grabando maravillas y nadie le prestaba atención. Y en 'Cecilia 2', nos pongamos como nos pongamos, había mucha tristeza, una autopercepción muy negativa en ocasiones, e incluso una canción, 'Si no fuera porque', donde el único verso que se repite, cuatro veces, es «Me mataría mañana sin pensar en ello». 'Con los ojos en paz' también transmite sensaciones durísimas, y 'Me iré de aquí', quizás la melodía más perfecta del disco, también podría entenderse como un desprendimiento de la vida y de los que la conocieron. Bravo responde: «Es cierto que es muy poco amable consigo misma. Se sentía un poco acomplejada por su imagen, era muy alta para la época, también un poco desgarbada y extremadamente tímida. Ella se castigaba mucho, creo que es parte de su personalidad. Siendo una mujer de súper éxito parece que nunca se sentía segura ni convencida de que lo que estaba haciendo tenía el valor suficiente».

La etiqueta de 'disco maldito'

Es frecuente oír hablar de este disco con la palabra 'maldito', pero para Bravo «Son etiquetas que se usan sobre todo por parte de la industria musical y de los medios de comunicación: ¿cómo vendes tú un reportaje así cincuenta años después? En lugar de decir pues mira, es un tema que mola de por sí, interesante, sensible… vamos a decir que es un disco maldito para generar un reclamo y así le va a interesar más al redactor jefe y a los lectores que no la conocieron».

Tras 'Cecilia 2' y su escasa repercusión, la cantante todavía tenía mucho que decir. El tercer disco incluye sus dos mayores éxitos, 'Un ramito de violetas' y 'Mi querida España' —otra letra que merece una lectura más atenta de lo habitual—, y en la portada hay un amable dibujo hecho por ella misma que parece querer decir «ahora me voy a portar bien». Cecilia se puso a preparar después otro álbum, entero sobre Valle-Inclán. Quedó segunda en el festival de la OTI cambiándole la letra a una canción de Juan Carlos Calderón. El 'Ramito…' fue un triunfo colosal. No paraba de dar conciertos. Era un momento dulce.

Cecilia se llamaba Evangelina Sobredo, y murió una madrugada de 1976 viajando entre un concierto y una grabación al día siguiente. También murió el batería, Carlos de la Iglesia, que viajaba en el mismo coche. Fue en un pueblo minúsculo de Zamora, Colinas de Trasmonte, que tenía apenas quinientos habitantes, y ahora tiene doscientos menos y un monumento de recuerdo. Evangelina, Cecilia, iba durmiendo, con los ojos en paz.

Cecilia posando con la portada del tercer disco, una ilustración de su propia cosecha EFE

En la Feria del libro de Madrid de este año, durante media hora de una tarde cualquiera, sonaron por encima del gentío varias canciones de Cecilia en directo, casi a capella. Lídia Pujol, cantante barcelonesa, había viajado al Retiro para acompañar a Eduardo Bravo en la presentación. Ella no es cualquiera: en 2021 publicó 'Conversando con Cecilia', un disco de versiones que previamente había estudiado, exprimido e interpretado de mil maneras. El público vivió minutos de conexión absoluta con la música, y Pujol expuso una conclusión a la que había llegado: «Lo que hacía Cecilia es mandar un mensaje de dignidad personal en cada canción».

El libro de Eduardo Bravo Óscar Chamorro

«Creo que sí, el libro está haciendo que la gente se acuerde del disco», continúa Bravo. «Hay veces que da miedo, porque en España hay mega-expertos en Cecilia, como José Madrid, que han dedicado casi su vida al personaje. Pero también era muy conciso, trataba solo sobre un disco. Muchos me dicen '¡Es que casi no hablas de su vida!' Otros me han dicho '¡Coño! ¡Si tengo este disco en casa!' Y lo han empezado a valorar de otra manera, a verlo con otros ojos y otros oídos». Además de esa ola de renovado interés por el disco, ya suficientemente bonita, pasó una cosa más. No hay manera de demostrar la correlación, pero en 2023 llegó la sigilosa publicación en plataformas digitales del 'Cecilia 2' —antes inencontrable—, justo cuando Bravo ya llevaba tiempo tocando todas las puertas, también las de Sony, actual dueña de los derechos de lo que fue aquí la CBS, que ya no está en la poderosa Torre de Madrid.

La familia le pidió una cosa a Eduardo Bravo en el proceso: tratar de no mirar a Cecilia con los ojos del presente, no ubicarla en categorías políticas, no polarizar. En la medida de lo posible, lo ha respetado escrupulosamente. «Yo lo entiendo perfectamente. Es un personaje muy popular, muy conocido y muy querido. Es una cuestión de cuidado, de no dar motivos a que se genere un rechazo a su recuerdo». Quizás no hace falta describir, ponerle adjetivos, pero podemos releer las letras con atención y calma y nos haremos nuestra propia imagen de lo que quería decir. «Me parece bien no encasillarla en categorías actuales, pero tampoco me parece justo decir que era equidistante sobre los derechos de la mujer o sobre intentar conseguir una España más justa en la época. Hurtarle ese significado tampoco le hace justicia al personaje».

El libro no cuenta toda la historia de Cecilia, para eso están las biografías. Lo que hace es hablar de un disco en el que está contenida una Cecilia completísima, valiente, madura e inteligente, que anticipa temas y tendencias que triunfarían muchos años después. El disco dura 31 minutos, el libro no llega a las cien páginas, y Cecilia también hablaba mucho de «la pequeñez humana», que de eso, decía, iban sus canciones. Si Evangelina Sobredo se sintió pequeña, el resto somos, como mucho, motas de polvo.

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