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La madrugada del 20 de marzo de 2025 se convirtió en una pesadilla para María José García García y su hijo Iker, de 15 años, quien padece trastorno del espectro autista (TEA). Tras acudir al servicio de Urgencias del Complejo Asistencial Universitario de León (Caule) con un informe que indicaba la sospecha de apendicitis, pasaron más de doce horas esperando atención médica definitiva. El resultado: Iker fue finalmente intervenido de urgencia por una apendicitis aguda.
La familia llegó al hospital a la 1:30 de la madrugada con un volante que, según explica la madre del menor, detallaba no solo los síntomas compatibles con apendicitis, sino también la condición del menor, indicando que sufre TEA y que presenta un umbral del dolor anormalmente alto. «Lo que para cualquier persona sería un dolor insoportable, para él puede sentirse como una simple molestia», explicó María José, recalcando la importancia de interpretar adecuadamente las señales clínicas en pacientes con este tipo de historial.
A las 2:15 de la madrugada fueron llamados por megafonía y atendidos por una médica de Urgencias, quien, según el relato de la madre, insistía en que el adolescente respondiera personalmente a las preguntas, pese a que ella advertía que, por su condición, Iker tenía dificultades para comunicarse. Le administraron paracetamol intravenoso y ordenaron una radiografía y una analítica de sangre. Salieron para realizar esas pruebas y regresaron a la sala de espera a las 2:30.
Desde ese momento y durante horas, no recibieron información concreta. «Él no expresaba un gran dolor, pero le caían las lágrimas de los ojos. Como madre, ver eso y no obtener respuestas me revolvió las tripas», declaró María José. El tiempo seguía pasando, y no fue hasta cerca de las 6:00 de la mañana cuando la misma médica volvió a hablar con la familia, asegurando que no había un diagnóstico claro, pero que «podrían ser heces acumuladas».
Para entonces, Iker llevaba ya casi cinco horas esperando, sin que nadie le hubiera realizado una ecografía. Su madre preguntó por ello y la respuesta que recibió fue que no se podían hacer ecografías hasta las 9:00 de la mañana, ya que no había especialistas de guardia durante la noche. «¿Cómo es posible que en un hospital público no haya un radiólogo de urgencias? ¿Cómo puede un menor con síntomas de apendicitis estar esperando horas sin diagnóstico claro?», ha denunciado la madre a este medio.
María José García García
Madre del menor
A las 9:00 se le practicó finalmente la ecografía. La situación de Iker ya era crítica. Lo llevaron a quirófano pasadas las 9:30 horas de la mañana, más de nueve horas después de su ingreso. «Ni siquiera lo metieron en una camilla durante su espera», lamenta su madre.
Durante la intervención, los médicos confirmaron lo que temían: el adolescente no tenía heces acumuladas, sino «una peritonitis avanzada, con pus en la cavidad abdominal», según asegura la madre tras conversaciones con la cirujana, aunque en el informe de urgencias se informa de una «apendicitis aguda». La operación duró más de dos horas y fue calificada por la cirujana como «muy complicada».
María José asegura que lo vivido esa noche fue inhumano, tanto para su hijo como para ella. En su relato también expone episodios de desorganización, falta de personal y actitudes inapropiadas.
Madre del menor
«Éramos unas 30 personas en la sala para solo un médico. En medio del caos, escuché a una enfermera decir que alguien la increpó por usar el móvil, y la médica respondió: 'pues me la pela todo', haciendo un gesto bastante violento y obsceno».
La madre ha presentado una queja formal al hospital, donde expone no solo la tardanza y descoordinación en la atención, sino también la falta de sensibilidad ante un paciente con necesidades especiales. Asegura que no busca privilegios por la condición de su hijo, pero sí un trato justo y adaptado a sus necesidades.
«Un niño autista no expresa el dolor como los demás. Eso no significa que no lo sienta. Si llega a ser otro niño, no habría aguantado tantas horas con una peritonitis», denuncia. Iker fue dado de alta el día 22 por la mañana, pero su recuperación está siendo lenta. «Desde entonces apenas se levanta de la cama. El domingo estaba apagado, el lunes no se movió y el martes seguía sin poder levantarse», asegura con preocupación. «La salud y la dignidad no deberían depender de la suerte ni de la paciencia de quien sufre en silencio», concluye María José.
Desde el Hospital de León aseguran que el centro actuó «correctamente» en la atención al menor y que ya se ha tramitado la reclamación presentada por la familia, que será resuelta «internamente».
Según ha podido conocer este medio, un fallo en la comunicación pudo ser la causa del problema. Esas mismas fuentes precisan que la ecografía estaba programada y que se llevó a cabo para confirmar el diagnóstico. En el momento de mayor afluencia, apuntan, Urgencias estaba «saturada» con alrededor de un centenar de personas, por lo que se priorizaron los casos en función de los datos clínicos disponibles.
«La analítica no era concluyente y la radiografía tampoco lo aclaraba. No es que el niño no se supiera explicar, sino que no había una evidencia clara de urgencia quirúrgica inmediata», indican.
Además, aclaran que el menor estuvo «siempre controlado, en observación y con analgesia administrada», mientras se esperaba a reforzar el servicio con personal de radiología. Todo ello en función de los protocolos y criterios clínicos establecidos.
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