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Se convirtió en el escenario de una película de terror, de una pesadilla a la que siempre «acababa volviendo». Pesadillas como las que después de estar «en muerte cerebral» le permitieron recrear los hechos y reconocer que vivió «una luna de miel de palizas».
La ... finca de Toreno que Raquel Díaz compartía con Pedro Muñoz fue el escenario de «palizas cada 15 días». Una convivencia con una persona que tres años y medio después ella califica como «un psicópata narcisista» que encontró en la política su refugio idóneo.
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Y por la política comenzaban muchas de las broncas que acababan con la mujer «pegada, maltratada o violada», dependiendo del cabreo que su agresor tuviera.
En aquella «finca de los horrores» empezó el calvario de Raquel, en marzo de 2018, cuando queda registrado el presunto primer ataque. Habían discutido por política y aprovechó que tenía el teléfono en la mesilla de noche para contactar con el 112. «Inició la fase de pegarme, agarrarme del cuello y tirarme contra el sofá». En la llamada se reconocen gritos y chillidos de la víctima y cómo le decía que no podían seguir así. Sin embargo, el servicio de emergencias nunca llegó a la vivienda y ella acabó «violada».
Su hermana fue testigo en otra ocasión de «los gritos y lloros» de la joven abogada al ser «arrastrada» por las escaleras de la casa de dos pisos con terreno que tenían cerca de la central de Santa Marina del Sil. «Me dolía mucho que me llamara hija de puta y, cuando se lo decía, se ponía más gallito». Luego llegaba el agarrón con la mano derecha por el cuello: «Era matemático», confesaba.
Y recuerda el ataque «más gordo» como uno cuyas heridas no le permitían ni acudir al Hospital de la Reina -Ponferrada-.
Raquel llegó a pedir a su presunto agresor que la matase, «que para violarme me matase», cuando le acusaba de «algo que yo no había hecho». Sin embargo, en enero de 2019 trató de ocultar los malos tratos desplazándose a Villafranca del Bierzo, cuando sus vecinos empezaron a sospechar por los gritos que escuchaban. Y en agosto de 2019 firmó ante notario una manifestación de que no era víctima de violencia de género porque su marido la «obligó».
En el desgarrador relato que la víctima ha hecho en el juicio, llegó a confesar que tras casarse, en diciembre de 2019, su luna de miel durante el confinamiento se convirtió «en una luna de miel de palizas». Y todo ello bajo sus amenazas, lo que llevaron a no intentar llamar a la policía «porque temía que la víctima acabara siendo culpable», al haber sido alcalde de Toreno y concejal en Ponferrada.
Y siempre volvía a casa bajo amenazas como: «las putas como tú donde tienen que estar es en la calle». La propia mujer reconocía en sede judicial haber sufrido «la espiral del maltrato» que la llevaba a acabar volviendo siempre al hogar.
Otra de las «agresiones» que sufrió, en febrero, fue por haber quitado un cuadro-puzle del Jardín de las Delicias y que una lámpara de cristal se hubiera roto. «Me llamó loca, zorra, hija de puta. Me agarró por el cuello preguntándome por qué había destrozado su casa», recuerda como un episodio más en aquella casa de Toreno.
Raquel Díaz afirmó que convivió con una persona «que sabía pegar». Le daba puñetazos en la tripa y se ponía ropa floja; en las piernas y se ponía pantalones; o en el cuello para taparlo con maquillaje. Y en su duro testimonio recogió que cuando tenía dolores de tripa, le daba en la barriga; si tenía la menstruación, lo hacía en los pechos porque son más sensibles; y en la cara buscaba el mentón. «Sabía pegarme para hacerme daño. Había una agresión cada 15 días».
Todo ello bajo una obsesión por la mujer que convirtió esta finca de los horrores en su prisión. «Me prohibía ir al gimnasio, al fisioterapeuta, ver a mis amigas o quedar con mi familia. Me prohibió todo», tal como confirmó después su hija.
La cruel historia de Raquel en Toreno acabó el día en el que casi acaba con su vida. Aquella noche se puso «como un energúmeno» y le reconoció que solo se libraría de él «muerta». «Zorra, hija de puta, ¿te has muerto ya?», confesaba la víctima entre lágrimas recordando cómo la tomó el pulso después de que, según su testimonio, «me lanzara» por el balcón de la vivienda. Y cuando comprobó que seguía con vida, «me arreó un golpe en la cabeza con un bate, me dio en los brazos, en las piernas y en las costillas. Me dejó en muerte cerebral».
Ese mismo día acabó una pesadilla para empezar otra. La finca de los horrores ahora es la 'cárcel' de una silla que necesita para moverse, tener que vivir «encerrada» en un centro de discapacidad y compartir 'celdas' con gente mayor y escondida.
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