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Solange Vázquez
Viernes, 17 de febrero 2023, 18:17
Lo de 'para entrar a vivir' es un concepto muy elástico. El mismo piso les parecerá a unos un lugar más que aceptable, donde no tendrán que cambiar ni una bombilla –mucha gente ya pone esta condición a la hora de buscar vivienda– y, por ... el contrario, otros lo pueden ver como un sitio en el que es posible subsistir pero que necesita cambios (quizá no urgentes, pero sí necesarios). Y lo más curioso es que en un primer momento la mayoría de los propietarios recientes se encuadrarían a sí mismos en el primer grupo, aunque en muy poco tiempo pasan al segundo, el de que va a meterse en reformas de esa casa que supuestamente era tan divina y que no había que tocarla.
Según las conclusiones de la XII oleada del Barómetro Inmobiliario realizado por UCI (Unión de Créditos Inmobiliarios) y SIRA (entidad para el desarrollo de agentes de la propiedad), más del 51% de los inmobiliarios asegura que sus clientes realizarán reformas nada más adquirir la vivienda o, a lo sumo, en el plazo de dos años. Y eso que supone un gasto importante: la inversión media en la reforma supone hasta un 20% adicional del valor de compraventa en más de la mitad de los casos. ¿Por qué al entrar a vivir en un piso que nos ha gustado en las visitas previas a la compra y en el que no apreciamos necesidad de obras de repente se empiezan a revelar cosas que no soportamos? ¿Cuáles son las más habituales? Helena Gallardo, presidenta de la Asociación Española de Personal Shopper Inmobiliarios (AEPSI) las repasa y desvela por qué sobrevienen esos 'desenamoramientos' con la casa recién comprada.
«Vas a ver un piso, te 'enamoras' de él y, en ese momento, no te das cuenta de que no hay dónde meter la escoba o la plancha. Nadie piensa en el almacenaje y luego...», señala la experta. Luego, lo que ocurre que es los habitantes de la casa se sienten incómodos y no soportan vivir rodeados de trastos que no saben dónde meter. Y pasan del amor al odio en pocos días. «Entonces empiezan a reformar para habilitar zonas de almacenaje».
Acabas de instalarte con toda la ilusión en tu nueva casa y descubres que «hay un dentista al lado con un torno que hace un ruido terrible todo el día o que los bares cercanos están dando guerra toda la noche». Entonces llega el horror y los nuevos dueños se lanzan a aislar la vivienda, cambiar ventanas... un buen lío. Les corre mucha prisa, no quieren que ese problema empañe la inversión tan importante que acaban de hacer.
Muchas veces el flechazo por un piso llega al ver el dormitorio principal. Nos imaginamos allí refugiados, descansando... y si comprobamos cuando lo estrenamos que no es así porque está «pared con pared con la tele del vecino» nos entra la neurosis y nos ponemos sin más dilación a cambiar la ubicación de la habitación, aunque nos encante. Y esto supone cambios, trastornos y dinero.
«Cuando compramos un piso no pensamos en el día a día. Por eso, nos encanta tener una habitación de invitados. Lo que ocurre es que al empezar a vivir nos damos cuenta de que la necesitamos para otra cosa, por ejemplo, para habilitar un espacio de trabajo en casa», precisa Gallardo.Así que 'lujos' como la habitación de invitados o el vestidor son sacrificados en los primeros compases. Lo mismo que muchas terrazas, que se cierran (si la comunidad lo permite).
«A no ser que sea para estrenar, el baño se suele cambiar. Si no hay mucho dinero, la taza al menos», indica Gallardo.Es una cosa psicológica, a nadie le gusta poner las posaderas donde han estado las de otros deconocidos.El cuarto de baño de cada uno es sagrado, la zona de confianza por excelencia.
Con la cocina pasa como con el baño. Cada cual quiere la suya.La cocina es una zona de trabajo y, aunque sea nueva y preciosa, siempre está diseñada para necesidades de otras personas, que es difícil que casen con las nuestras. «Aunque la gente se adapta, en cuanto pueden la cambian», apunta la personal shopper inmobiliaria.
Nuestra anatomía ya está hecha a estos elementos y casi todo el mundo prefiere los suyos o unos elegidos por ellos mismos. Por bien que estén los del nuevo piso, es complicado que nos sintamos a gusto. Así que se suelen cambiar. Alguna gente también añade a esta lista de 'elementos que son una extensión de mi cuerpo' el sofá. «Algunos somos muy maniáticos con ellos», apunta Gallardo. Normal, pasamos mucho tiempo 'pegados' a él.
Puede que el piso que hemos comprado esté recién pintado (es lo normal, porque los vendedores saben que mejora mucho su aspecto y es rentable) y que nos encante el color. Pero al vivir en la casa nos suelen entrar manías: vemos alguna huella (quizá de los propios pintores), el color ya deja de convencernos... y la volvemos a pintar, con el consiguiente caos doméstico y desembolso económico. «La gente lo hace porque una buena mano de pintura higieniza siempre», añade.
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