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En cuántos metros puede vivir una persona? Ni malvivir, ni sobrevivir. Ikea alquila un habitáculo de 10 metros cuadrados en Tokio por un euro al mes. En Seúl, muchos estudiantes eligen habitar un 'goshiwon' de 6,6 m2 para ahorrar. En nuestro país, la empresa Haibú 4.0 mantiene un pulso con el Ayuntamiento de Barcelona al ofrecer unos cuestionadísimos 'pisos colmena', contenedores de 1,2 metros de altura que se salvan de la claustrofobia por las áreas comunes –a entre 120 y 210 euros al mes–; según su promotor son para dos años como máximo, «un mal menor» con el que salir de situaciones apuradas. Por todo el mundo se reproducen propuestas similares y es hora de acordarse de los minipisos de alquiler de 30 metros cuadrados pensados para los jóvenes por la ministra socialista María Antonia Trujillo en 2005, tachados de 'indignos' desde ambos lados del espectro político.
José Luis Revuelta Ibáñez, diseñador especializado en interiores e iluminación, señala que el diseño de «los espacios mínimos habitables está determinado no solo por cuestiones de espacio, sino que interfieren aspectos sociales, económicos, políticos, medioambientales… Como dice la canción : 'Según cómo se mire, todo depende'. No es lo mismo diseñar una vivienda para dar respuesta a una catástrofe humanitaria que para resolver la demanda de los jóvenes en una ciudad universitaria».
En nuestro país, cada autonomía tiene fijados los metros cuadrados mínimos que debe tener un hogar. La más espléndida es Murcia (40 m2), seguida de Madrid (38), Aragón (37), Cataluña (36) y Euskadi (35). Navarra, Valencia, las dos Castillas, La Rioja y Cantabria se quedan en 30, mientras que los más constreñidos son Asturias (28), Galicia y Baleares (26), Extremadura y Canarias (25), Andalucía (24) y Ceuta (20). El Colegio de Arquitectos de Madrid opina, sin embargo, que al menos deberíamos vivir en 45 m2.
El estudio de arquitectura Minimo está especializado en «optimizar el espacio de las viviendas para adaptarlas a las necesidades de la vida contemporánea», explica uno de sus socios, Alberto Rubial. Surgió por una «problemática generacional: las casas a las que pueden acceder los jóvenes son cada vez más reducidas y nuestro día a día demanda espacios flexibles y adaptables a las diversas formas de vivir». Señalan que casi todas las normativas fijan la superficie mínima en torno a los 30 m2. «¿En este espacio puede desarrollarse una vida digna? Sin duda, pero bajo unas condiciones muy concretas en cuanto al tipo de personas que lo van a habitar, su momento vital y, sobre todo, la distribución: demasiadas veces nos encontramos viviendas mínimas distribuidas como reducciones de una estándar, celdas compartimentadas sin capacidad de adaptación».
Para Revuelta, esa vivienda 'digna y adecuada' a la que tenemos derecho los españoles, según la Constitución, presenta un problema grave: «Al legislar dando respuesta a estos valores tan relativos de manera políticamente correcta, es decir, aumentando las prestaciones de estas viviendas y sus metros cuadrados e insertándolas en áreas residenciales, se colocan fuera de las posibilidades económicas de las personas más desfavorecidas, que siguen en casas indignas e inadecuadas».
En el otro extremo, en pocos años las cosas han cambiado mucho y cada vez aspiramos a viviendas más amplias, especialmente tras la experiencia del confinamiento por la pandemia. En nuestro país, en los años 70 del pasado siglo, tres y hasta cuatro hermanos dormían, jugaban y estudiaban en el mismo cuarto de un hogar de clase media de unos 90 metros cuadrados, algo impensable hoy a no ser entre las familias más desfavorecidas. En EE UU, esa era la superficie media de una vivienda en 1950, mientras que hoy es de 240 m2. «Nuestro mercado inmobiliario se constriñe –opina el diseñador–, los pisos se segregan y los apartamentos suben de precio. El metro cuadrado a la venta es proporcionalmente más caro en las que están por debajo de 100 m2 y se abarata, relativamente, a medida que aumenta la superficie de la vivienda. En las de alquiler, a más metros, más precio. Todo inaccesible para rentas medias y bajas».
Otra cosa, señala el experto, es el «carácter expansivo y la capacidad de acumular co sas como habitantes del primer mundo capitalista y rico que somos». Para él no es casualidad el éxito de propuestas «a lo Marie Kondo, que nos anima a dejar de vivir dentro del armario en que hemos convertido nuestras viviendas». El orden se vuelve imprescindible al habitar un espacio reducido y obliga a vivir con el menor número de posesiones posible, un problema para un músico profesional necesitado, por ejemplo, de un piano de cola.
Aunque hemos llegado a anhelar e idealizar una mínima cabaña en el bosque, a la manera de Thoreau en su Walden, 13'9 metros cuadrados donde vivió espartanamente dos años aunque dando paseos con las visitas: «Claro que queremos huir. A la cabaña nos podemos ir como Le Corbusier –se la construyó en la Costa Azul con acceso directo a su restaurante favorito–, o como el escritor y viajero Sylvain Tesson, 6 meses junto al lago Baikal tiritando de frío, negociando la comida con los osos, leyendo libros, bebiendo vodka... Pero no es la cabaña ni sus metros cuadrados, ni su disposición interior; es el bosque, la soledad, el silencio, el esplendor de la naturaleza con su abundancia espacial... lo que nos libera del 'circo de la vida urbana'».
– ¿Cuál sería entonces el espacio mínimo digno de ser vivido?
– José Luis Revuelta: El que garantice a cada cual una vida en plenitud. No existen lugares estandarizados que sean hábitats perfectos. San Simeón vivió 30 años en una plataforma cuadrada de 3,6 metros de lado a 18 de altura. Diógenes lo hizo en un barril en Atenas, eso sí, al sol. Tampoco hablo de resolver necesidades básicas solo, sino de un espacio que responda a las expectativas y sueños de cada individuo. Con nuestro hogar establecemos un vínculo atávico;el sufrimiento de no tenerlo o el de perderlo es enorme. Cuando asistimos a la desesperación de quienes han tenido que abandonar sus viviendas por el volcán de La Palma y les escuchamos no nos hablan de si su casa era grande o pequeña, era parca o estaba repleta de propiedades, sino del dolor por su pérdida y la desaparición del espacio que albergaba su memoria.
– Alberto Rubial: Más importante que hablar de metros cuadrados es pensar en las condiciones necesarias para una buena vida: Las 'celdas' de las órdenes monásticas no tienen más de 10 m2 y están amuebladas con una cama y un escritorio. Votos de pobreza aparte, la riqueza se encuentra fuera de la celda, en el claustro, el comedor, la iglesia… Los espacios comunes tienen tanto valor que permiten reducir la importancia de la habitación individual. La calidad de vida está afuera. Algo similar a los hoteles, donde la habitación tiene entre 20 y 40m2 de superficie y no podemos decir que se viva mal… Pueden reducirse las superficies de los espacios privados en la medida que se amplían los comunes.
– Revuelta: Hay numerosos ejemplos en promociones en cooperativa donde se establecen espacios comunes, pero nuestra sociedad es cada vez más individualista. Mi experiencia es que rehuimos la gestión colectiva de servicios y espacios. La solución está en resolver las situaciones críticas de acceso a un hogar con el máximo de respeto a las personas y construir, no viviendas, sino sociedades que permitan el desarrollo del individuo, su emancipación y el acceso a la vivienda a la que cada uno pueda aspirar.
– ¿Qué opinan de propuestas como las de Ikea, Haibú...?
– Revuelta: Me recuerdan al chiste de los remeros de la galera del César que con motivo de su visita recibían una mala noticia y una buena. La mala era que había basura para comer y la buena que había para todos.
– Rubial: La de Ikea es una propuesta radical que sólo puede entenderse en una ciudad como Tokio, con una enorme densidad de población y escasez de suelo urbano, y siempre desde el punto de vista temporal o de emergencia habitacional. Por muy bien diseñados que estén estos microapartamentos no creo que pueda desarrollarse una vida digna sin espacios comunes de apoyo.
– Dice Urs Peter Flueckiger en su ensayo '¿Cuánta casa necesitamos? Thoreau, Le Corbusier y la cabaña sostenible', que la vivienda ecológica es pequeña.
– Revuelta: Ecológico es no estar 30 minutos bajo el grifo de la ducha, en un apartamento de 35 m2 o en un piso de 190. Ahora multiparcelamos y hacemos rascacielos como mazorcas donde cada grano de maíz es un habitáculo y lo llamamos sostenibilidad, pero es falso. Defecamos, demandamos agua, subimos y bajamos en ascensor necesitamos sistemas que ventilen, calefacten y refrigeren y con la mayor densidad por metro cuadrado. No es sostenible. Además, convivir en espacios pequeños aumenta nuestra agresividad, impide nuestra privacidad y mantiene una interacción constante con otros. Son insufribles en tiempos de reclusión y pandemia.
Orden. Factor clave El estudio Minimo ofrece estas pautas: Si no lo conseguimos reduciendo nuestras posesiones, debemos ser capaces de multiplicar el espacio de almacenamiento útil con mobiliario integrado en el diseño de la casa que potencie la fluidez del espacio y la sensación de amplitud.
El blanco. La solución más barata Eliminemos divisiones innecesarias y potenciemos las relaciones entre estancias con soluciones como grandes puertas correderas que flexibilicen el uso de los espacios, la continuidad material de suelos y techos para multiplicar la sensación de amplitud, la ocultación de los espacios de almacenamiento con mobiliario integrado. Y pintar una casa de blanco es la solución más barata para verla más grande.
Muebles convertibles. Aliados Solución inteligente para espacios tan pequeños que no permiten un uso simultáneo de varios muebles, o para espacios con usos muy diferenciados en diferentes periodos. Pueden ser un gran aliado en el diseño de las viviendas aunque tienen un mantenimiento delicado.
El arquitecto Arturo Soria propuso que «el mínimum de la superficie de la vivienda del ser humano más desdichado no debería ser inferior a un cuadrado de 20 metros de lado, 400 metros cuadrados: 80 para vivienda-taller, 320 para cría de animales domésticos, huerta, jardín y árboles frutales...». Nuestra Constitución en su artículo 47 plantea que «Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada». En su día, Camilo José Cela planteó varias enmiendas ante la dificultad de concretar los términos 'digna' y 'adecuada'.
El filósofo granadino Omar Linares considera que el problema reside en «el lugar desde el que definimos esa dignidad. No parece que sea digno aquello que solo sirve para cobijarse, aunque lo sea más que vivir a la intemperie. Si una vivienda no permite un habitar completo, un 'estar en casa' sin necesidad de salir para sentirse cómodo, no es un hogar, y por tanto no es digna».
Cree que las microcasas de 10 metros responden a situaciones críticas, «y en ese sentido son bienvenidas, aunque suelen ser promocionadas por una maquinaria propagandística que pretende blanquear la precariedad y venderla como un movimiento innovador y adaptativo. Ejemplo sería la falsa nueva moda del 'cohousing', el compartir piso de toda la vida». Opina que estos fenómenos buscan ser «ilustrativos de la conciencia social y medioambiental de las nuevas generaciones, que supuestamente prefieren compartir cuando en realidad no pueden permitirse tener su propia vivienda. No son soluciones, sino parches a una desigualdad en crecimiento que corre el riesgo de pasar desapercibida».
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